“Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros” (Rm
12,10).
“Dios es
Amor. Él nos amó primero. Nuestro deber ahora es amarnos los unos a los otros
como Él nos amó. Por ello nos reconocerán como discípulos suyos. De aquí nace
nuestra responsabilidad: ser testigos creíbles... los santos lo fueron. ¡Que
ellos nos alcancen serlo nosotros también, para que este mundo que amamos sepa
reconocer en Cristo al único Salvador verdadero!” (JUAN PABLO II, Homilía en la beatificación de 5
siervos de Dios, 4-mayo-1997).
¿Cómo
son o cómo deberían ser las relaciones, el trato, entre los miembros de la Iglesia? La pregunta halla su respuesta, entre otros textos, en el capítulo 18 de San Mateo, que se
suele llamar el discurso sobre la comunidad, sobre cómo debe ser la vida
interna de la Iglesia.
¿Cómo deben ser las relaciones entre los miembros de la Iglesia? La caridad fraterna es ejercicio de santidad; la santidad misma se expresa, se desarrolla, se plasma, en las relaciones fraternas, dóciles, sencillas, entre los miembros de la Iglesia, expulsando soberbia, arrogancia, altanería, afán de protagonismo.
Si
queremos entrar a fondo en la vivencia del Evangelio, habrá que cuestionarse
cómo nos tratamos unos a otros y cuál es el grado de exigencia evangélica. Hay
una imagen clarísima en el evangelio, de que la Iglesia, para que sea la Iglesia de Dios, ha de ser
muy humana, muy cercana, muy preocupada por las personas. En el evangelio hay
toda una preocupación por el prójimo, por el hermano, comenzando, para no ser
hipócritas, con los mismos miembros de la Iglesia, las relaciones entre nosotros, y no de
cara a la galería, a la foto. Es necesario vivir la relación con
el otro, que tiene nombre y apellidos, porque no somos seres anónimos en la Iglesia.
Las relaciones
no pueden estar basadas en una especie de contrato laboral, que es como a veces
se funciona en la Iglesia,
la diócesis por diócesis, la parroquia por parroquia, donde uno vale en tanto
en cuanto ejerce una función, o ejerce en algo, y se busca agradar, complacer y hasta rendir pleitesía a quien nos confió algún encargo. La sinceridad de la entrega se estropea con la máscara de la hipocresía aduladora. Esto no es la Iglesia.
Veamos
esta realidad de trato humano en la
Iglesia, comenzando, primero, por la diócesis. El obispo es la Cabeza, y lo primero, en
ese trato humano y personal, es la preocupación y cercanía con sus sacerdotes,
y luego con todos y cada uno de sus fieles, con todos y cada uno de los grupos,
comunidades, espiritualidades, y vocaciones. El trato personal, lo concreto. La santidad episcopal reclama esa paternidad afectuosa del Obispo más ser un gestor.
En
segundo lugar, lo personal y concreto de una parroquia, donde cada sacerdote
ejerce intentado crear comunión con todos y cada uno de los miembros de la
parroquia, aunque eso genera tensiones para crear la comunión, pero sin
exclusivismo, donde el otro cuente, donde el otro pueda hablar, donde uno pueda
ser escuchado. Hay una preocupación por lo personal. No somos una empresa ni la suma anónima de masas y grupos.
¿Cómo
funcionar en la vida de la
Iglesia?
El
primer punto es que si estamos en la Iglesia -concretada en una parroquia, por ejemplo- y procurando querernos y ayudarnos unos a otros, es porque aquí
estamos para ser santos, no para entretenernos, ni para figurar ni para destacar ni para ocupar responsabilidades pastorales en ninguna área (haciéndonos sentir importantes). Aquí, en la gran Iglesia, estamos para ser santos.
¿Cuáles deben ser nuestras relaciones? Deben ser relaciones de ayuda, y la
ayuda principal y primordial para ser santos. La convicción del Evangelio no es
destrozar al otro con todo el peso de la ley al corregir cuando veo un pecado,
sino que se ayuda al hermano para que crezca en santidad. ¡Ayudarnos para ser
santos! Y lo que no sirva en la
Iglesia para ser santos, se tira, no sirve. Esto es radical, sí, como
el Evangelio mismo.
Además,
con una unidad en el interior de la
Iglesia: “Donde dos o
tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, por
tanto, la Iglesia
tiene mucho de Misterio, de Presencia de Cristo. No es una peña, ni un club, ni
una asociación, ni una reunión de vecinos, ni una ONG. ¡Es la Iglesia de Jesucristo!
A
veces parece que nos olvidamos de Cristo, y entonces la vida de la Iglesia deviene en una
competencia para ver quién es más, quién puede más, quién hace o quién deja de
decir, y acudimos a la Iglesia
con esa reivindicación, sólo desde el plano terrenal, donde pido unos servicios
y me los tienen que dar del modo y día y hora en que yo quiera. Es una
plataforma humana, muy poco trascendente. Sin embargo, “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos”.
Volvamos a descubrir el misterio de la Iglesia, donde Cristo está
Resucitado está presente, y puesto que Cristo está aquí, lo que deseamos es la
santidad, y mutuamente nos ayudamos para crecer en santidad, para avanzar en
nuestra vida interior.
Nuestro trato, lo más cercano, personal y humano que
podamos, buscando el bien y la santidad de todos. En definitiva, querernos,
querernos bien y querernos en el Señor. Ese es el Misterio de la Iglesia.
Supliquemos
al Señor, que tiene misericordia de nosotros, que nos llama a la santidad y que
nos ofrece muchos medios y muchas ayudas para vivir en santidad, que podamos
responder a ese plan precioso que el Señor nos ha trazado a cada uno de
nosotros.
Magnífica entrada don Javier! Disfruto mucho la lectura de su blog en esta comunidad católica virtual, mis oraciones por usted para que persevere con el blog. Recuérdenos en su visita al Santísimo. Gracias.
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