martes, 19 de noviembre de 2019

Relaciones fraternas en la Iglesia: ¡santidad!




“Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros” (Rm 12,10).

“Dios es Amor. Él nos amó primero. Nuestro deber ahora es amarnos los unos a los otros como Él nos amó. Por ello nos reconocerán como discípulos suyos. De aquí nace nuestra responsabilidad: ser testigos creíbles... los santos lo fueron. ¡Que ellos nos alcancen serlo nosotros también, para que este mundo que amamos sepa reconocer en Cristo al único Salvador verdadero!” (JUAN PABLO II, Homilía en la beatificación de 5 siervos de Dios, 4-mayo-1997).




                ¿Cómo son o cómo deberían ser las relaciones, el trato, entre los miembros de la Iglesia? La pregunta halla su respuesta, entre otros textos, en el capítulo 18 de San Mateo, que se suele llamar el discurso sobre la comunidad, sobre cómo debe ser la vida interna de la Iglesia. 

¿Cómo deben ser las relaciones entre los miembros de la Iglesia? La caridad fraterna es ejercicio de santidad; la santidad misma se expresa, se desarrolla, se plasma, en las relaciones fraternas, dóciles, sencillas, entre los miembros de la Iglesia, expulsando soberbia, arrogancia, altanería, afán de protagonismo.

Si queremos entrar a fondo en la vivencia del Evangelio, habrá que cuestionarse cómo nos tratamos unos a otros y cuál es el grado de exigencia evangélica. Hay una imagen clarísima en el evangelio, de que la Iglesia, para que sea la Iglesia de Dios, ha de ser muy humana, muy cercana, muy preocupada por las personas. En el evangelio hay toda una preocupación por el prójimo, por el hermano, comenzando, para no ser hipócritas, con los mismos miembros de la Iglesia, las relaciones entre nosotros, y no de cara a la galería, a la foto. Es necesario vivir la relación con el otro, que tiene nombre y apellidos, porque no somos seres anónimos en la Iglesia. 

Las relaciones no pueden estar basadas en una especie de contrato laboral, que es como a veces se funciona en la Iglesia, la diócesis por diócesis, la parroquia por parroquia, donde uno vale en tanto en cuanto ejerce una función, o ejerce en algo, y se busca agradar, complacer y hasta rendir pleitesía a quien nos confió algún encargo. La sinceridad de la entrega se estropea con la máscara de la hipocresía aduladora. Esto no es la Iglesia. 



Veamos esta realidad de trato humano en la Iglesia, comenzando, primero, por la diócesis. El obispo es la Cabeza, y lo primero, en ese trato humano y personal, es la preocupación y cercanía con sus sacerdotes, y luego con todos y cada uno de sus fieles, con todos y cada uno de los grupos, comunidades, espiritualidades, y vocaciones. El trato personal, lo concreto. La santidad episcopal reclama esa paternidad afectuosa del Obispo más ser un gestor.

En segundo lugar, lo personal y concreto de una parroquia, donde cada sacerdote ejerce intentado crear comunión con todos y cada uno de los miembros de la parroquia, aunque eso genera tensiones para crear la comunión, pero sin exclusivismo, donde el otro cuente, donde el otro pueda hablar, donde uno pueda ser escuchado. Hay una preocupación por lo personal. No somos una empresa ni la suma anónima de masas y grupos.

                ¿Cómo funcionar en la vida de la Iglesia?

                El primer punto es que si estamos en la Iglesia -concretada en una parroquia, por ejemplo- y procurando querernos y ayudarnos unos a otros, es porque aquí estamos para ser santos, no para entretenernos, ni para figurar ni para destacar ni para ocupar responsabilidades pastorales en ninguna área (haciéndonos sentir importantes). Aquí, en la gran Iglesia, estamos para ser santos. 

¿Cuáles deben ser nuestras relaciones? Deben ser relaciones de ayuda, y la ayuda principal y primordial para ser santos. La convicción del Evangelio no es destrozar al otro con todo el peso de la ley al corregir cuando veo un pecado, sino que se ayuda al hermano para que crezca en santidad. ¡Ayudarnos para ser santos! Y lo que no sirva en la Iglesia para ser santos, se tira, no sirve. Esto es radical, sí, como el Evangelio mismo.

Además, con una unidad en el interior de la Iglesia: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, por tanto, la Iglesia tiene mucho de Misterio, de Presencia de Cristo. No es una peña, ni un club, ni una asociación, ni una reunión de vecinos, ni una ONG. ¡Es la Iglesia de Jesucristo! 

A veces parece que nos olvidamos de Cristo, y entonces la vida de la Iglesia deviene en una competencia para ver quién es más, quién puede más, quién hace o quién deja de decir, y acudimos a la Iglesia con esa reivindicación, sólo desde el plano terrenal, donde pido unos servicios y me los tienen que dar del modo y día y hora en que yo quiera. Es una plataforma humana, muy poco trascendente. Sin embargo, “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”

Volvamos a descubrir el misterio de la Iglesia, donde Cristo está Resucitado está presente, y puesto que Cristo está aquí, lo que deseamos es la santidad, y mutuamente nos ayudamos para crecer en santidad, para avanzar en nuestra vida interior. 

Nuestro trato, lo más cercano, personal y humano que podamos, buscando el bien y la santidad de todos. En definitiva, querernos, querernos bien y querernos en el Señor. Ese es el Misterio de la Iglesia.

                Supliquemos al Señor, que tiene misericordia de nosotros, que nos llama a la santidad y que nos ofrece muchos medios y muchas ayudas para vivir en santidad, que podamos responder a ese plan precioso que el Señor nos ha trazado a cada uno de nosotros.

1 comentario:

  1. Magnífica entrada don Javier! Disfruto mucho la lectura de su blog en esta comunidad católica virtual, mis oraciones por usted para que persevere con el blog. Recuérdenos en su visita al Santísimo. Gracias.

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