Las plegarias que los santos suelen dejar consignadas en sus escritos poseen un alto valor teológico, sin el tono melifluo, acaramelado de tantas oraciones piadosas. Están hechas de una pieza, demuestran solidez doctrinal y una pasión grande por el Señor. Orar con ellas, en cierto modo, es hacer "teología de rodillas" pues iluminan la inteligencia al tiempo que elevan el corazón.
El amor de Jesucristo en su Corazón por cada uno de nosotros es una elevación teológica que nos ofrece san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, suficiente como para encender en nosotros el fuego del amor a Cristo pero también para considerar teológicamente las maravillas de la redención encerradas en el Corazón de Cristo y accesible a todos.
De esta forma, la espiritualidad del Corazón de Jesús es una espiritualidad que se centra en la Redención, en el amor, en la expiación solidaria y en la ternura hacia la Persona del mismo Cristo (sin resabios éticos, tan propios del moralismo).
Oremos guiados por la meditación de san Juan de Ávila.
"Alabada sea, Señor, tu bondad, que, con la grande gana que tienes de darte, pides tan poco por ti.Dinos, Señor, por tu misericordia, dinos tú, que ahí estás callado: ¿Te pesó a ti esta liberalidad que tu Eterno Padre hizo, tomando a los hombres por hijos y dándotelos a ti por hermanos, como acostumbran hacer los malos hermanos?
¡Oh amor nunca oído!¡Oh corazón sin igual, más herido con nuestro amor que con la lanzada que le dio Longinos!, que estuviste tan lejos de que esto te pesara, que todos tus deseos, obras y palabras se emplearon en ello; y con grande instancia y profundos gemidos y derramamientos de lágrimas suplicaste tú a tu Padre que así lo hiciese (cf. Hb 5,7); y fue tanto el gusto que tomaste en tener hermanos y compañeros de tus bienes y en tu herencia, que no dudaste de, con precio de tu propia sangre y tu preciosísima vida, rescatar los que eran esclavos, y comprar de tu Padre que los amase y los tomase como hijos.“Murió el Único –dice san Agustín- por no quedar uno”.No te sabía bien, Señor, el gozar de tu bien a solas si no viniesen los pobres a comer contigo y fuesen amados del celestial Padre. ¡Cuán dulce cosa, Señor, es pensar que, desde que fuiste concebido en el virginal vientre de nuestra Señora, tomaste por empresa –y perdiste sobre ello la vida- de que, como el Padre te amaba a ti, amase también a los tuyos[1].
Los santos saben orar bien.
ResponderEliminarEn tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz (de las Preces de Laudes).