Encontramos
en nuestra catequesis de hoy la última parte del salmo 26, un salmo que es una
plácida meditación que hace la Iglesia Esposa a Jesucristo, su Señor y Esposo.
Normalmente el salmo responsorial suele seguir la línea de la primera
lectura que se haya proclamado para que sea su eco, su respuesta hecha
oración, o hecha canto, porque los salmos son para cantarlos.
Recordemos el texto completo del salmo:
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
El me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá
en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca;
y así levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me cerca;
en su tienda sacrificaré
sacrificios de aclamación:
cantaré y tocaré para el Señor.
Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
"Buscad mi rostro".
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.
Señor, enséñame tu camino,
guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.
No me entregues
a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí
testigos falsos,
que respiran violencia.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
Así
nos encontramos una invitación y una contemplación de Dios. Elías que está en
el monte busca refugio en la gruta y el
Señor va a pasar (1R 19,1ss). ¿Dónde se encuentra el Señor? Ni en el
terremoto ni el huracán ni en el fuego, solamente en la brisa suave, en la
suavidad, en la serenidad, no en la turbación, no en el activismo, no en los
proyectos; en la serenidad, en la paz, allí se contempla el rostro de Dios.
Dios siempre aparece con el sello de la paz, de modo que todo aquello que nos
pueda parecer de Dios, pero nos quite la paz, nos ponga en un estado de
inquietud, eso es del demonio que tiene muchos tentáculos y sigue actuando.
Esta
meditación que nos ofrece el salmo prolonga el sentimiento contemplativo de
Elías. Elías está en la presencia de Dios y lo descubre en la brisa suave. La Iglesia Esposa es por esencia contemplativa;
forma parte del ser de la Iglesia, y por tanto forma parte de cada uno de los
miembros que formamos la Iglesia, la contemplación, el “escúchame, Señor, que te llamo”, el estar llamando al Señor con la
oración, sabiendo que oímos en nuestro corazón la llamada de Dios: “Buscad mi rostro”, busca mi rostro,
busca estar en mi presencia, y la respuesta es “tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”. Esa es la
vida de contemplación, la vida de oración, imprescindible para todo aquel que
quiera vivir recta y santamente el Evangelio en medio de nuestro mundo.
Se trata de la
necesidad del silencio, del sentarse con serenidad todos los días, de tratar
con el Señor; la necesidad de
que en todas las parroquias se exponga el Señor, el culto eucarístico fuera de
la Misa. Así se logrará que
la Iglesia contemple a Cristo, que cada uno de nosotros contemplemos a
Cristo.
Esta
dimensión de la Iglesia contemplativa, de la Iglesia que busca el rostro de
Dios, que “espera gozar de la felicidad
del Señor” en la vida eterna, pero que está empezando a vivir la vida
eterna aquí, se significa, se hace visible, se hace presente, en un género, en
un estado de vida cristiano, que antes se valoraba mucho, pero que, como ocurre
con la ley del péndulo, ahora no se valora nada: la vida contemplativa en la
Iglesia, la vida de clausura de la Iglesia.
Antes parecía el estado más excelente,
ahora se margina la vida contemplativa, parece que no tiene sentido, en función
de otras cosas a las que se les da mayor valor. Ahí está la vida monástica que
debemos entender y valorar.
La vida monástica, de clausura, es un “buscar el rostro de Dios vivo” constantemente.
Luego vendrán sus matizaciones, sus diversas tradiciones espirituales: la Regla
de S. Agustín, que plantea un modo de búsqueda de Dios, de oír en el corazón el
“buscad mi rostro”, “un solo corazón
y una sola alma hacia Dios”; la Regla de S. Benito que ha marcado la Orden
benedictina, el Císter, la Trapa, y tantas familias monásticas, “en la escuela
del divino servicio”, “no anteponer nada al amor a Jesucristo”; la Regla de S.
Alberto para la Orden del Carmelo, “vivir en obsequio de Jesucristo meditando
la ley del Señor día y noche”. Los
Monasterios son para nosotros un reclamo de la importancia que tienen la contemplación
en la vida de la Iglesia.
Busquemos
el rostro de Dios, nosotros en nuestra vida; los seglares en vuestro
matrimonio, la contemplación de Dios: no sólo un recitar el rosario rápido;
contemplar el rostro de Dios en el matrimonio, en la viudez, en el apostolado,
en la enfermedad, en la ancianidad, ¡buscad el rostro de Dios! Y al mirar esa
parcela hermosísima que es la vida contemplativa en la Iglesia, sintámonos estimulados
a esperar gozar de la dicha del Señor,
a esperar ver el rostro de Dios, a ser valientes en esta vida, porque estamos
contemplando el rostro de Dios.
Asimismo, miremos la vida contemplativa, oremos
por la vida contemplativa, animemos las vocaciones de la vida contemplativa,
estimemos ese género de vida que tanto bien hace en la Iglesia, desde el
silencio; ni ponen pancartas, ni van con altavoces, ni hacen ruido, pero están
ahí, santificando la Iglesia, impulsando la evangelización, fomentando la caridad
y la concordia, y ofreciéndose en reparación al Amor de Dios por nuestros
muchos pecados.
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