lunes, 16 de noviembre de 2020

Celebrando en la Comunión de los santos



Si cada Eucaristía es un resquicio del cielo, y la liturgia es el cielo en la tierra, estamos ante el Misterio del cielo y de la tierra, lo visible (lo que somos, hacemos, cantamos), y lo invisible (los ángeles, los santos, el cielo entero). 



Lo que se canta en las II Vísperas Llegó la boda del Cordero, su Esposa se ha embellecido, se realiza en lo invisible del Misterio. Ni estamos solos, ni la Eucaristía es nuestra (de la asamblea concreta que celebra o del sacerdote que preside). Recordemos Enar 85,1 de S. Agustín recogida en la IGLH: “Cristo ora en nosotros, ora por nosotros, es invocado por nosotros”.

Este Misterio precioso es la Comunión de los Santos, los vínculos de amor eternos entre todos los bautizados –diacrónica y sincrónicamente- los santos del cielo y los bautizados que ahora, aún peregrinos celebramos la Eucaristía. Lo confesamos en el Credo apostólico: “Creo en la comunión de los santos”. 

Acudamos primero al Magisterio, luego a la eucología y la liturgia misma.

            Señala y enseña el Catecismo (946-962) y así destaca:

            Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es pues necesario creer [...] que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que Él es la cabeza [...] Así, el bien de Cristo es comunicado [...] a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia. Como esta Iglesia está gobernada por un solo y un mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común. (CAT 947).

            La expresión “comunión de los santos” tiene, pues, dos significados estrechamente relacionados: “comunión de las cosas santas” y “comunión entre las personas santas” (CAT 948).


 
            La liturgia expresa en dos momentos fontales esta Comunión de los Santos; primero en la cláusula final de todos los prefacios para entonar el Santo el cielo y la tierra una sola voz:

Todas tus criaturas, en el cielo y en la tierra,
te adoran cantando un cántico nuevo;
y también nosotros, con los ángeles,
te aclamamos por siempre diciendo: Santo, Santo...

Por él, los ángeles te cantan con júbilo eterno,
y nosotros nos unimos a sus voces
cantando humildemente tu alabanza: Santo, Santo...

            Y el mismo papa Juan Pablo II en la introducción a Ecclesia de Eucharistia hablaba de  una comunión en sentido cósmico, con toda la creación que gime con dolores de parto esperando el cielo nuevo y la tierra nueva: 


“Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas, me han experimentar intensamente su carácter universal y, por así decirlo, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación” (EE 8).


            Este valor cósmico viene maravillosamente expresado en el prefacio IV –inseparable de su plegaria- de corte alejandrino:

Por eso, innumerables ángeles en tu presencia,
contemplando la gloria de tu rostro,
te sirven siempre y te glorifican sin cesar.
Y con ellos también nosotros, llenos de alegría,
y por  nuestra voz las demás criaturas,
aclamamos tu nombre cantando: Santo, Santo...


            Un segundo momento realmente expresivo, donde el sacerdote inclina la cabeza al nombrar a la Virgen María (IGMR 275 a), y hacer la mención explícita con la Iglesia del cielo, haciendo a la asamblea concreta poner su corazón en la Comunión de los Santos:

Reunidos en comunión con toda la Iglesia,
veneramos la memoria, ante todo,
de la gloriosa siempre Virgen María,
Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor;
la de su esposo San José,
la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, Andrés (PE I).

Ten misericordia de nosotros,
y así con María, la Virgen Madre de Dios,
los apóstoles, y cuantos vivieron en tu amistad
a través de los tiempos,
merezcamos, por tu Hijo Jesucristo,
compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas (PE II).

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