martes, 24 de noviembre de 2020

La ordenación sacerdotal en la Traditio de Hipólito de Roma



El Ritual de Órdenes es uno de los elementos más peculiares e interesantes que podemos encontrar en esta gran obra. Nos revela la concepción eclesiológica y la organización jerárquica de la comunidad cristiana en el siglo III. Hipólito, al hablar de la ordenación de obispos, presbíteros y diáconos, tiene siempre presente que el elegido se agrega a un ordo, para ejercer, en comunión fraterna, el ministerio apostólico. 



Sólo los tres ministerios apostólicos -episcopal, presbiteral y diaconal- son un sacramento propio y definido, que se llama ordenación o consagración. El ritual más completo en la Traditio, es, sin duda, el episcopal, cima y culmen del sacerdocio.

 
El episcopado sólo puede ser conferido a alguien digno y probado en la virtud pastoral. Altamente significativo nos resulta el hecho de la elección por toda la Iglesia local de aquél que va a ser su pastor, como Hipólito describe[1]

Una vez convocada esta asamblea electiva, no meramente consultiva, se procederá a la ordenación. Ésta se realiza en el domingo, día eclesial por excelencia, para significar en su plenitud el misterio de la Iglesia que, a la luz de la Pascua, prolonga la presencia de Cristo en medio de su Iglesia por medio de la ordenación de un obispo y de la celebración eucarística.

En la ordenación intervienen obispos y presbíteros. Los obispos de diversas Iglesias locales circundantes, serán los que impongan las manos al ordenando y uno de ellos el que pronuncie la plegaria de ordenación. El presbiterio de la Iglesia local no impone las manos, puesto que el ordenando se agrega a un ordo distinto del presbiteral: solamente los obispos impondrán las manos para significar más plenamente la colegialidad del ministerios y la incorporación de un nuevo miembro al ordo episcopalium. 

Mientras se procede a la impositio manuum, el presbiterio permanecerá en su sitio, sin realizar ningún gesto consecratorio: praesbyterium adstet quiescens.

Tras la imposición de manos, la plegaria de ordenación pronunciada por uno sólo de los obispos presentes. Esta plegaria, según la eucología litúrgica, siempre está dirigida al Padre.
 

Tras el rito de la ordenación, el obispo recibe el saludo de paz que todos le ofrecen como ratificación de la ordenación por parte, tanto de los obispos, presbíteros y diáconos, como de toda la asamblea que lo eligió. 

El saludo de paz cierra la ordenación episcopal y da comienzo la celebración eucarística que es presidida, por primera vez, por el nuevo obispo, asistido de los diáconos y de su presbiterio. El nuevo obispo ofrece la Eucaristía, según la anáfora que Hipólito propone.

Como vemos es un ritual muy simple, que da preferencia a la imposición de manos y a la plegaria de ordenación, frente a cualquier otro gesto ritual.  La plegaria de Hipólito ha servido, con la reforma litúrgica, para inspirar la nueva oración del Pontifical de Órdenes actual.

Idéntica estructura ritual presenta Hipólito para la ordenación tanto de presbíteros como de diáconos, a saber, imposición de manos, plegaria, ósculo, Eucaristía. Las pequeñas variantes que existen se deben a la forma de realizar la imposición de manos. 

Para la ordenación presbiteral, la impositio manuum la realiza el obispo juntamente con todo los presbíteros presentes (inponat manum super caput eius episcopus, contingentibus etiam praesbyteris), puesto que el presbítero es colaborador y cooperador del obispo en la porción que le ha sido encomendada y, a la vez, entra a formar parte del ordo presbiterorum. Por esta razón, junto al obispo, imponen las manos los demás presbíteros asistentes, manifestando la comunión con el nuevo sacerdote, la ratificación de su elección y la incorporación al colegio presbiteral que depende en todo del obispo de la Iglesia local.

La ordenación diaconal sólo conoce la imposición de manos por parte del obispo, pero no de los otros presbíteros y, menos aún, de los diáconos asistentes. La razón la fundamenta Hipólito de la siguiente forma: porque él no está ordenado para el sacerdocio, sino al servicio del obispo y para hacer lo que éste le indique (propterea quia non in sacerdotio ordinatur, sed in ministerio episcopi, ut faciat ea quae ab ipso iubentur).

La plegaria de ordenación presbiteral es muy breve. 

Destaca en esta plegaria la figura de los ancianos elegidos por Moisés como figura del sacerdocio neotestamentario puesto que su función era la de ayudar a Moisés en el gobierno del pueblo de Dios. Ellos fueron llenados del don del Espíritu para desempeñar esta misión. Esta figura se cumple en el presbítero (: anciano) que, lleno también del Espíritu Santo, asiste al obispo, como un nuevo Moisés, en la dirección y gobierno del nuevo Pueblo de Dios: la Iglesia. 

La petición es claramente epiclética: respice super servum tuum istum et inpartire espiritum gratiae et consilii praesbyteris ut adiubet et gubernet plebem tuam in corde mundo. El Espíritu de gracia y de consejo para participar en el presbiterio, colaborando con el obispo, ayudándole, a gobernar el pueblo santo de Dios con un corazón limpio.

La Traditio refleja la praxis de la Iglesia primitiva, i.e., diversos ministerios laicales que sin pertenecer al ordo eclesiástico ni requerir un sacramento, son instituidos para bien de la comunidad eclesial, enriqueciendo a la Iglesia con multitud de funciones, edificando el Cuerpo de Cristo. 

Los diversos ministerios tienen un rito litúrgico propio, que Hipólito gusta de llamar instituidos (cum instituitur C. 10), para explicitar cómo no es un sacramento, sino simples funciones laicales que, sin duda alguna, contribuyen al crecimiento de la comunidad eclesial. Hipólito presenta los siguientes ministerios instituidos: confesores, viudas, lectores, vírgenes, subdiáconos y los que tienen el don de la curación.



    [1] Cfr. C. 2.



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