La Cuaresma nació principalmente con un sello catecumenal-bautismal, es decir, como el tiempo de intensa preparación de los catecúmenos que recibirían el Bautismo y la Confirmación en la Eucaristía de la vigilia pascual.
Al principio de la Cuaresma se inscribía el nombre de los catecúmenos que iban a ser bautizados, llamados ya "elegidos"; entonces se intensificaban las catequesis, los ayunos y las oraciones. Los elegidos pasaban por diversos escrutinos en los domingos III, IV y V, para purificar el corazón y recibían los documentos de la fe: el Credo y el Padrenuestro en ritos litúrgicos, así como diversos exorcismos y la unción con el óleo de catecúmenos.
La Cuaresma se presentaba, claramente, como un tiempo bautismal, atendía y esperaba al bautismo, y así se ve en muchos textos aún, oraciones y lecturas. Porque igualmente, hoy, la Cuaresma sigue siendo tiempo bautismal: para los catecúmenos en orden a prepararse bien a su Iniciación cristiana, y para los fieles todos a fin de renovar la gracia sacramental con la renuncia a Satanás y al pecado y la profesión de la fe.
Llegada la noche santa de la Pascua, se abrían las fuentes bautismales que habían estado cerradas, incluso selladas por el obispo, porque la Pascua del Señor se comunicaba mediante la gracia de los sacramentos y así, en el Bautismo, se moría y resucitaba con Cristo. Nunca mejor que en el tiempo de Pascua para vivir la Iniciación cristiana.
La Vida nueva y glorificada del Señor por su Pascua hace que todo se renueve y une a él al hombre viejo para renazca como hombre nuevo. Comienza el tiempo bautismal, comienza la cincuentena pascual, comienza el tiempo sacramental por excelencia. La Iglesia lo vivió profundamente: sólo bautizaba, durante siglos, en el tiempo pascual.
"El día más adecuado para celebrar el bautismo es precisamente el día de Pascua, porque ese día fue consumada la pasión del Señor en la cual somos bautizados" (Tertuliano, De baptismo, 19).
La Vigilia pascual se configura desde la antigüedad cristiana como la noche bautismal, la noche sacramental. Cuando Hipólito (más bien el Pseudo-Hipólito) habla de la vigilia pascual, describe los ritos bautismales pormenorizadamente:
"Al momento del canto del gallo, se hará primero una oración sobre el agua. Da igual que se trate de agua que fluye en la fuente o que se derrama desde arriba...[Quienes serán bautizados] se despojarán de sus vestidos y se procederá primero al bautismo de los niños. Todos los que son capaces de hablar por sí mismos, lo harán. Respecto a los que no hablan, serán sus padres quienes hablen por ellos o, si no, alguien de la familia. Serán bautizados primero los hombres y, finalmente, las mujeres una vez que se hayan soltado el cabello y se hayan despojado de las joyas de oro que llevan encima. Nadie debe llevar consigo objeto alguno extraño para descender a la fuente...
Cuando esté en la fuente el que se va a bautizar, el que bautiza, imponiéndole la mano, le preguntará: ¿Crees en Dios Padre todopoderoso? El que se bautiza responderá: Creo. Inmediatamente el que bautiza, poniendo la mano sobre su cabeza, lo bautizará [sumergiéndolo] una vez. Seguidamente le preguntará: ¿Crees en Jesucristo, Hijo de Dios, nacido del Espíritu Santo en la Virgen María, crucificado bajo Poncio Pilato, muerto y resucitado al tercer día de entre los muertos, que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos? Y cuando haya dicho: Creo, será bautizado por segunda vez. De nuevo, el que bautiza preguntará: ¿Crees en el Espíritu Santo en la santa Iglesia? El que es bautizado dirá: Creo. Y será bautizado por tercera vez" (Traditio Apostolica, 21).
Concluida la inmersión en el agua bautismal, el
sacerdote lo unge con el aceite de acción de gracias, para, posteriormente,
secarse, vestirse y volver a la iglesia. El obispo acoge al bautizando y lo
unge con el mismo aceite de acción de gracias, imponiendo la mano sobre los
bautizandos y recitando una plegaria. En ella se pide, explícitamente, el don
del Espíritu Santo para el bautizando, confiriendo así la Confirmación tras el
Bautismo.
Dos
ritos complementarios hacen visible la introducción plena del neófito en la
comunidad eclesial. Se significa el cambio
radical operado en el cristiano, mediante el osculum pacis que da el obispo a
cada bautizando. Su beso ya es santo. El segundo rito
complementario es que, por primera vez, los neófitos participan ya de la
oración de los fieles. Si hasta ahora eran despedidos en este momento de las
celebraciones eucarísticas, en esta ocasión pueden participar ya, como pueblo
sacerdotal, de la oración de la Iglesia, ofreciendo sus plegarias al Padre. La
liturgia de la iniciación continúa con el beso de paz, la presentación de
ofrendas, la anáfora.
La Iniciación cristiana celebrada en la vigilia pascual es práctica común en todas las Iglesias, aun con sus diferencias rituales. Las Constituciones Apostólicas (s. IV-V) ya señalaba para la vigilia pascual que "reunidos en comunidad, permaneced en vela, rezando y orando a Dios, durante toda la noche; leyendo la ley, los profetas y los salmos, hasta el canto del gallo. Bautizad entonces a vuestros catecúmenos. Leído el evangelio con temor y temblor, y pronunciada la alocución al pueblo sobre las cosas referentes a la salvación, poned fin a vuestro luto..." (Const. Apost. V,19).
Quedémonos pues que, por el simbolismo claro, por la significación evidente, en la Cuaresma no se bautiza ni es tiempo del sacramento de la Confirmación, sino que la Cuaresma posee su impronta bautismal como preparación a los sacramentos pascuales.
Será la Vigilia pascual y luego toda la cincuentena de Pascua el tiempo propicio, significativo, del Bautismo y de la Confirmación.
Muy interesante, don Javier. "Leído el evangelio con temor y temblor", una frase que debería ser básica en las catequesis y homilías.
ResponderEliminarEl que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él. Aleluya (de las antífonas de Laudes).