Las relaciones entre la Iglesia y el arte, o entre la Iglesia y los artistas, no siempre han sido fáciles, ni cercanas, ni afectuosas. Y sin embargo, ambos se reclaman, se necesitan, se apoyan.
Ambas partes han cometido sus errores como para distanciarse pero sin enemistarse.
Llegamos aquí al núcleo y corazón de este discurso, elegantemente escrito -dicho sea de paso- y de vigencia hoy, con actualidad constante.
Cuando se refiere a la parte de error cometida por la Iglesia, no podremos menos que asentir al ver cómo hemos preferido obras vulgares, baratas, renunciando al arte verdadero. Se podría decir que en muchas facetas, hemos preferido lo populista, lleno de feísmo, antes que el arte. Ha faltado sensibilidad. Ha faltado cuidado.
"Por tanto, hemos sido siempre amigos. Pero,
como sucede entre parientes, como pasa entre amigos, la relación se ha
deteriorado un poco. No hemos roto, pero hemos contrariado nuestra amistad. ¿Me
permitís una palabra sincera? Vosotros nos habéis abandonado un poco, os habéis
alejado, para ir a beber a otras fuentes, si bien con el legítimo deseo de
expresar otras cosas; pero ciertamente no las nuestras.
Tendríamos otras observaciones que hacer,
pero no queremos en esta mañana incomodaros y resultar descorteses. Sabéis
que llevamos una cierta herida en el corazón, cuando os vemos volcados en
ciertas expresiones artísticas que nos ofenden a nosotros, tutores de la entera
humanidad, de la definición completa del hombre, de su salud integral, de su
estabilidad. Vosotros separáis el arte de la vida, y entonces...
Pero para ser sinceros y valientes -lo
decimos inmediatamente, como veis-, reconocemos que también nosotros os hemos
causado cierta tribulación. Os hemos atribulado imponiéndoos como primer canon
la imitación, a vosotros que sois creadores, siempre vivaces, desbordantes de
mil ideas y mil novedades. Nosotros -os decíamos tenemos este estilo, es
preciso adecuarse; tenemos esta tradición y hay que ser fieles; tenemos estos
maestros y debemos seguirlos; tenemos estos cánones y no podemos apartarnos de
ellos. A veces os hemos echado una capa de plomo encima, por así decir.
¡Perdonadnos! Y además también os hemos
abandonado. No os hemos explicado nuestras cosas, no os hemos introducido en la
cámara secreta, donde los misterios de Dios hacen saltar el corazón del hombre
de alegría, de esperanza, de gozo, de ebriedad. No os hemos considerado
discípulos, amigos, interlocutores; por eso no nos habéis conocido.
Y así, vuestro lenguaje respecto de nuestro
mundo ha sido dócil, sí, pero se ha visto dificultado, incapacitado para
encontrar su propia y libre voz. Y nosotros hemos experimentado entonces la
insatisfacción de esta expresión artística. Y -hagamos el ‘confiteor’ completo,
esta mañana, al menos aquí- os hemos tratado aún peor, hemos recurrido a
sucedáneos, a la “oleografía”, a la obra de arte de escaso valor y de poco
mérito, quizá porque, para descargo nuestro, no teníamos los medios para
realizar cosas grandes, bellas, nuevas, cosas dignas de ser admiradas; y hemos
ido también nosotros por callejuelas en las que el arte y la belleza y -lo que
es peor para nosotros- el culto de Dios han sido mal servidos.
¿Hacemos las paces? ¿Hoy? ¿Queremos ser
amigos de nuevo? ¿Vuelve a ser de nuevo el Papa amigo de los artistas? ¿Queréis
sugerencias, medios prácticos? Pero hoy no se trata de eso. Quedémonos en los
sentimientos. Debemos volver a ser aliados. Debemos pediros todas las
posibilidades que el Señor os ha dado y, por tanto, en el ámbito de la funcionalidad
y de la finalidad, que hermanan el arte al culto de Dios, debemos dejar cantar
vuestras voces con el canto libre y poderoso del que sois capaces. Y vosotros deberéis
ser capaces de interpretar lo que hayáis de expresar, de venir a recibir de
nosotros el
motivo, el tema, y en ocasiones más que el tema, ese fluido secreto que se
llama inspiración, que se llama gracia, que se llama el carisma del arte. Y, si
Dios quiere, os lo daremos. Pero decíamos que este momento no es para largos
discursos ni para proclamaciones definitivas".
(Pablo VI, Hom. en la Misa con los artistas, 7-mayo-1964).
Bello discurso pero no puedo dejar de preguntarme si "nuestra civilización" es capaz de consagrar el arte a la alabanza a Dios.
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