martes, 29 de mayo de 2018

Iglesia, belleza, artistas (III)

Las relaciones entre la Iglesia y el arte, o entre la Iglesia y los artistas, no siempre han sido fáciles, ni cercanas, ni afectuosas. Y sin embargo, ambos se reclaman, se necesitan, se apoyan.

Ambas partes han cometido sus errores como para distanciarse pero sin enemistarse.


Llegamos aquí al núcleo y corazón de este discurso, elegantemente escrito -dicho sea de paso- y de vigencia hoy, con actualidad constante.

Cuando se refiere a la parte de error cometida por la Iglesia, no podremos menos que asentir al ver cómo hemos preferido obras vulgares, baratas, renunciando al arte verdadero. Se podría decir que en muchas facetas, hemos preferido lo populista, lleno de feísmo, antes que el arte. Ha faltado sensibilidad. Ha faltado cuidado.


"Por tanto, hemos sido siempre amigos. Pero, como sucede entre parientes, como pasa entre amigos, la relación se ha deteriorado un poco. No hemos roto, pero hemos contrariado nuestra amistad. ¿Me permitís una palabra sincera? Vosotros nos habéis abandonado un poco, os habéis alejado, para ir a beber a otras fuentes, si bien con el legítimo deseo de expresar otras cosas; pero ciertamente no las nuestras.

Tendríamos otras observaciones que hacer, pero no queremos en esta mañana incomodaros y resultar descorteses. Sabéis que llevamos una cierta herida en el corazón, cuando os vemos volcados en ciertas expresiones artísticas que nos ofenden a nosotros, tutores de la entera humanidad, de la definición completa del hombre, de su salud integral, de su estabilidad. Vosotros separáis el arte de la vida, y entonces... 

Pero hay más. En ocasiones olvidáis el canon fundamental de vuestra consagración a la expresión; no se sabe lo que decís, no lo sabéis muchas veces ni siquiera vosotros: el resultado es un lenguaje babélico, confuso. Y entonces, ¿dónde está el arte? El arte debería ser intuición, debería ser facilidad, debería ser felicidad. Vosotros no siempre nos brindáis esta facilidad, esta felicidad, y por ello resultamos sorprendidos, retraídos y alejados.

Pero para ser sinceros y valientes -lo decimos inmediatamente, como veis-, reconocemos que también nosotros os hemos causado cierta tribulación. Os hemos atribulado imponiéndoos como primer canon la imitación, a vosotros que sois creadores, siempre vivaces, desbordantes de mil ideas y mil novedades. Nosotros -os decíamos tenemos este estilo, es preciso adecuarse; tenemos esta tradición y hay que ser fieles; tenemos estos maestros y debemos seguirlos; tenemos estos cánones y no podemos apartarnos de ellos. A veces os hemos echado una capa de plomo encima, por así decir.

¡Perdonadnos! Y además también os hemos abandonado. No os hemos explicado nuestras cosas, no os hemos introducido en la cámara secreta, donde los misterios de Dios hacen saltar el corazón del hombre de alegría, de esperanza, de gozo, de ebriedad. No os hemos considerado discípulos, amigos, interlocutores; por eso no nos habéis conocido.

Y así, vuestro lenguaje respecto de nuestro mundo ha sido dócil, sí, pero se ha visto dificultado, incapacitado para encontrar su propia y libre voz. Y nosotros hemos experimentado entonces la insatisfacción de esta expresión artística. Y -hagamos el ‘confiteor’ completo, esta mañana, al menos aquí- os hemos tratado aún peor, hemos recurrido a sucedáneos, a la “oleografía”, a la obra de arte de escaso valor y de poco mérito, quizá porque, para descargo nuestro, no teníamos los medios para realizar cosas grandes, bellas, nuevas, cosas dignas de ser admiradas; y hemos ido también nosotros por callejuelas en las que el arte y la belleza y -lo que es peor para nosotros- el culto de Dios han sido mal servidos.

¿Hacemos las paces? ¿Hoy? ¿Queremos ser amigos de nuevo? ¿Vuelve a ser de nuevo el Papa amigo de los artistas? ¿Queréis sugerencias, medios prácticos? Pero hoy no se trata de eso. Quedémonos en los sentimientos. Debemos volver a ser aliados. Debemos pediros todas las posibilidades que el Señor os ha dado y, por tanto, en el ámbito de la funcionalidad y de la finalidad, que hermanan el arte al culto de Dios, debemos dejar cantar vuestras voces con el canto libre y poderoso del que sois capaces. Y vosotros deberéis ser capaces de interpretar lo que hayáis de expresar, de venir a recibir de nosotros el motivo, el tema, y en ocasiones más que el tema, ese fluido secreto que se llama inspiración, que se llama gracia, que se llama el carisma del arte. Y, si Dios quiere, os lo daremos. Pero decíamos que este momento no es para largos discursos ni para proclamaciones definitivas".


(Pablo VI, Hom. en la Misa con los artistas, 7-mayo-1964).

1 comentario:

  1. Bello discurso pero no puedo dejar de preguntarme si "nuestra civilización" es capaz de consagrar el arte a la alabanza a Dios.

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