La santa Pascua del Señor ilumina las realidades últimas, la escatología, en la que el hombre redimido por el sacrificio pascual de Jesucristo, llega a su destino último y feliz.
Resucita Cristo, resucita la carne de Cristo, transida por el Espíritu Santo.
Es el Espíritu quien irrumpió con fuerza vivificadora en el sepulcro y tomando la carne muerta del Verbo encarnado, la resucita y la llena de gloria.
La carne de Cristo ha sido vivificada, y es que la carne, la corporalidad, la materialidad, forma parte del hombre creado, de la naturaleza humana.
Enseña el Catecismo:
364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45):
«Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día» (GS 14,1).365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.
Es este cuerpo de Jesús el que resucita, el primero de todos, primogénito de entre los muertos. Difícil será precisar, por sus características, cómo es un cuerpo espiritual, cómo es la carne glorificada. De lo que no cabe duda, por los testigos, es de que así ocurrió en Cristo y no era un fantasma, ni era su "alma" la que se aparece a los apóstoles y come con ellos, sino su cuerpo ya vivificado por el Espíritu.
645 Un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).
646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).
Por eso tenemos esperanza: esta carne nuestra, este cuerpo nuestro, débil, limitado, que muere, resucitará. La carne heredará el Reino de Dios, la carne nuestra -en la resurrección del último día- gozará de los bienes prometidos.
Sí, nuestra carne es para el cielo; nuestra carne tiene su destino en el cielo.
"En la venida, pues, de Cristo, cuando la carne esté sujeta al espíritu por la esperanza de la resurrección, también ella alcanzará a la heredad. Porque no sólo el alma, sino también la carne, que en otro tiempo había sido su enemiga, por la obediencia del Espíritu será consorte de la herencia futura" (Orígenes, Hom. in Num., XVIII, 4, 5).
Es nuestra Esperanza;volveremos a encontrarnos en el cielo y sobre todo nos encontraremos con el Resucitado.
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