miércoles, 10 de junio de 2020

Contemplativos en la acción (¡santos!)




“A los pies del Señor” (Lc 10,39). “Orad constantemente” (1Ts 5,17).

“La comunión con Dios lleva a un dinamismo incontenible. El amor no puede implicar la inactividad o el silencio, ni puede poner límites a la vida en común. En efecto, su fin es la unión. Cuanto más cerca estamos de Cristo, tanto más vivo es en nosotros el anhelo de Dios y el deseo de santidad. Así, descubrimos que el Señor quiere valerse de nosotros, para comunicar su amor a los hombres” (JUAN PABLO II, Discurso a los universitarios en el Congreso UNIV’96, 2-abril-1996).

“La acción presupone la contemplación, de ella brota y de ella se alimenta. No se puede dar amor a los hermanos si primero no se consigue en la fuente auténtica de la caridad, y esto sólo ocurre en una pausa prolongada de oración, de escucha de la Palabra de Dios, de adoración de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana. Oración y compromiso activo constituyen un binomio vital, inseparable y fecundo” (JUAN PABLO II, Homilía en el encuentro mundial del voluntariado, 16-mayo-1999).




El capítulo 10 del evangelio de San Lucas, narra la estancia del Señor en Betania, y el diálogo con Marta y María; es un pasaje y un acontecimiento simpático y que, además, nos suele tocar muy directamente cada vez que lo acogemos. Da pie para comprender nuestra situación cristiana en el mundo y la forma de vivir la santidad cristiana.

La pobre Marta parece que es la que queda mal por tanto trabajar, pero decía Santa Teresa que también hacía falta que Marta estuviera para que le pusiera de comer al Señor. 

La vida activa, el trabajo, nuestro apostolado, nuestros afanes, con paz, son también necesarios, son también buenos, lo único que no tenemos que hacer es separar a Marta y a María. 

Nosotros que no somos monjes y monjas contemplativos, sino que vivimos en el mundo, inmersos en nuestras familias, en el trabajo, en la ciudad secular, debemos llevar en nuestro corazón y realizar en nuestra vida la síntesis ideal de Marta y María: ése es el ideal de santidad para los que vivimos en contacto con las realidades del mundo y hemos de transformarlas desde dentro inyectándole vida evangélica.


                Para vivir y trabajar, para servir y amar, como hacía Marta, hace falta antes ser María, que se pone a los pies del Señor y le escucha. Marta y María somos nosotros si queremos trabajar, si queremos llevar adelante nuestro trabajo en el hogar, con los hijos y los nietos, o con la vecindad, hemos de dedicar tiempo sosegado y con bastante amor a ponernos a los pies de Cristo, sino lo demás no sale adelante. 

Para ser santos en medio del mundo es imprescindible una fuerte vivencia de la oración, ponernos a los pies del Señor, si no, no es factible el camino de la santidad.

Después del trabajo y del apostolado, después de la acción y del ajetreo -como Marta- volveremos a los pies del Señor y le contaremos qué hemos hecho, ofreciéndole todo para su Gloria.

Apropiándonos de una fórmula de S. Ignacio de Loyola, hemos de ser “contemplativos en la acción”, una profunda mística pero en medio del mundo. 

No reservemos la mística para los monasterios, no reservemos, como si fuera un privilegio, la oración más serena y tranquila sólo para los consagrados con una vocación particular al Señor. En medio del mundo, también necesitamos esos espacios para tratar con el Señor. Es verdad que el trabajo es oración y se puede convertir en oración cuando se ha ofrecido en las preces de Laudes o en el ofrecimiento de obras por la mañana, pero que el trabajo sea oración, implicará siempre que necesitamos un espacio diario para tratar con Cristo. 

Veremos qué necesaria es la oración por la mañana y la oración de la tarde o de la noche, así como rezar Laudes y rezar Vísperas, leer el evangelio del día y guardar silencio para que cale en nuestro interior, cada cual según ore con la Palabra. No es el mucho menear los labios y recitar oraciones, sino una profunda comunión con Dios en medio del mundo, una mística en medio del mundo, para luego trabajar y hacerlo bien, a conciencia, con amor, para saber perdonar y sobrellevar las cosas que cada día se nos presentan en los distintos ámbitos en los que nos movemos.

Nuestra vocación es ser santos en medio del mundo, combinando la oración y el trabajo, para luego volver del trabajo a la oración. No estaba mal que Marta trabajase, el problema era que se “afanaba”, que se agobiaba, y se olvidaba que Cristo estaba ahí. Le faltaba la serenidad que nace de la oración.

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