Estamos en el núcleo, en el centro de todo: la acción del Espíritu Santo da realidad y vida a los signos y las palabras y ya no son mero recuerdo, sino sacrificio y presencia real.
Epíclesis y
consagración
-Comentarios a la
plegaria eucarística –IV-
El rito eucarístico no es una simple
ceremonia, ni un recuerdo de algo pasado y confinado al ayer, ni un símbolo de
fraternidad. Es el presente de Dios aquí para nosotros. No es memoria, sino
memorial; no es ayer, sino hoy; no es recuerdo, sino Presencia.
Así lo ha entendido siempre la fe de
la Iglesia,
como ahora lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica:
1364. El
memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace
memoria de la Pascua
de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez
para siempre en la cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): «Cuantas
veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que "Cristo,
nuestra Pascua, fue inmolado" (1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra
redención» (LG 3).
Y
esto es posible gracias al Espíritu Santo que actualiza, renueva, recrea, hace presente.
Es llamado e invocado, la epíclesis, con una amplia extensión de manos del
sacerdote sobre el pan y el vino ofrecidos. “Derrama desde el cielo el rocío de
tu Espíritu” (PE Rec I), “bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda
haciéndola perfecta, espiritual” (PE I), “santifica, Señor, estos dones con la
efusión de tu Espíritu” (PE II).
Con
su glorificación a los cielos, Jesucristo es el Mediador que asegura la perenne
efusión del Espíritu, santificándolo todo, conduciéndolo a su plenitud. El misterio
de Pentecostés se verifica en cada Eucaristía que se celebra. “Y porque no
vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él, que por nosotros murió y
resucitó, envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a
fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo” (PE
IV).
El mismo Espíritu, que cubrió con su
sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre,
santifica la oblación de la
Iglesia; el mismo Espíritu Santo que obró la Encarnación en el seno
de la Virgen,
obra maravillosamente esta “encarnación eucarística”; el mismo Espíritu que
resucitó a Jesús de entre los muertos, vivifica ahora el pan y el vino
transformándolos en un orden nuevo.
Entonces
Cristo toma las manos de tu sacerdote, toma sus labios, todo su ser, para obrar
el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre gloriosos,
en la Oblación
de su Cuerpo y Sangre al Padre. Toma Él este pan “en tus santas y venerables
manos” (PE I); toma el cáliz, “este cáliz glorioso” (PE I), y transforma lo
creado en una nueva creación. El sacerdote se inclina un poco: no es él sino la
fuerza del Espíritu la que consagra, y se inclina un poco como gesto
epiclético, gesto vinculado al Espíritu, y así cubre con su sombra el pan y el
vino como el Espíritu cubrió con su sombra a su Madre, la Santísima Virgen.
“Tomad
y comed todos de él... Esto es mi cuerpo”, “Ésta es mi sangre”.
¡Te adoramos, Señor!
Anunciamos
tu muerte, proclamamos tu resurrección hasta que vuelvas. Sí, así es. Cada vez
que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor,
hasta que vuelvas glorioso desde el cielo. Así lo creemos, Señor Jesús (cf. PE
Rito Hispano-mozárabe).
Javier Sánchez
Martínez, pbro.
Precioso, Padre Javier. Solo una pregunta: " Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor..." ¿No anunciamos también la resurrección?
ResponderEliminar¡Santo 2019!
Pone la piel "de gallina" ¿Es posible tanta belleza?
ResponderEliminar¡Feliz año 2019 Pater! Santo, muy santo.
ResponderEliminarAbrazos fraternos.
Muy lindo Santos Padres estar en la santa misa y vivir ese momento de la consagración donde todas rodilla se debe dobla
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