La plegaria eucarística, tras la consagración, enuncia los grandes misterios salvadores de Cristo, su Misterio pascual -muerte, resurrección, ascensión- que se han hecho presente en el Sacramento y suplica su acción salvadora hoy.
Igualmente, la plegaria prosigue presentando a Dios Padre la Ofrenda de su propio Hijo, el sacrifico de Cristo que se ha actualizado y hecho presente en el altar en favor de la salvación de los hombres y para remisión de los pecados.
Dejemos que las mismas plegarias eucarísticas, con sus diversas formulaciones, hablen y nos formen y así las vayamos saboreando.
Memorial y ofrenda
-Comentarios a la
plegaria eucarística –V-
Obra maravillosa de su amor, del
Señor del tiempo y de la historia, Alfa y Omega: la Eucaristía hace
presente lo que ocurrió en el tiempo, en un momento concreto, y se despliega
por la fuerza del Espíritu Santo en nuestro tiempo con toda su capacidad de salvar,
redimir y santificar.
La
memoria es subjetiva, pertenece al sujeto que mediante el recuerdo trae a su
memoria lo ocurrido. Pero es sólo un recuerdo. El memorial es algo más grande: el
Señor mismo intervienes para que lo que pasó vuelva a darse; lo que ocurrió se
haga presente, se traiga al presente de tu Iglesia.
Memorial
y actualización por el poder del Señor Resucitado. “Memorial de la muerte y
resurrección de Cristo” (PE II); “memorial de la muerte gloriosa de Jesucristo,
tu Hijo nuestro Señor; de su santa resurrección del lugar de los muertos y de
su admirable ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa” (PE
III), “memorial de nuestra redención” (PE IV): éste es el Misterio de la Eucaristía del Señor
Jesús.
La
fuerza salvadora de su pasión, muerte y resurrección entra aquí y ahora, en
nuestro tiempo y en nuestra vida, con toda su capacidad redentora. ¡Presencia y
actualización de la Pascua
de Cristo! Así enseña el Catecismo: “El Misterio de la Resurrección, en el
cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su
poderosa energía, hasta que todo le esté sometido” (CAT 1169).
Fue el sacrificio pascual de Cristo
y Él la Víctima
agradable y de suave olor al Padre. Por su Sacrificio nos vino la redención;
por su sacrificio, volvimos a la comunión con el Padre. Éste es el sacrificio
de la Eucaristía:
identidad con su Sacrificio en la cruz, ahora de manera sacramental por manos
del sacerdote, sacrificio que nos reconcilia con el Padre.
Cristo
se ofrece al Padre, se entrega por la salvación del mundo movido por un amor
extremo, y la Eucaristía
es su santo sacrificio pascual, el único, el mejor, el más santo. La Iglesia así lo reza: “te
ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para
todo el mundo. Dirige tu mirada sobre esta Víctima que tú mismo has preparado a
tu Iglesia” (PE IV); “te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio
vivo y santo. Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en
ella la Víctima
por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad” (PE III).
En
el altar está la ofrenda sacrificial de Cristo y también de la Iglesia, y se pide,
humildemente, que sea aceptada por Dios como sacrificio “perfecto, espiritual y
digno de ti”, y suba hasta el altar del cielo: “mira con ojos de bondad esta
ofrenda y acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de
Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura de tu sumo sacerdote
Melquisedec” (PE I).
En
la ofrenda de su cuerpo y de su sangre en el altar, se recapitulan y logran su
perfección los sacrificios santos del Antiguo Testamento y de los hombres
justos; se recapitulan, en su Sacrificio, todos los sacrificios de la Iglesia que se asocia a
Cristo, su Señor, y en esa Ofrenda espiritual están también todos y cada uno de
nuestros sacrificios y ofrendas, del ofrecimiento de obras y santificación de
la jornada, el sacrificio de nuestra fe, nuestra esperanza y caridad. Su único
Sacrificio los engloba a todos, los incluye a todos.
Uniéndonos
a Él, Ofrecido e Inmolado, asociándonos a Él en su Ofrenda, nos convertimos
nosotros mismos en víctimas agradables al Padre, ofreciendo sacrificios
espirituales que Dios acepta (cf. 1Pe 2,5). “Concede... que, congregados en un
solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza
de tu gloria” (PE IV). Es Cristo quien nos transforma: “Que él nos transforme
en ofrenda permanente para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos”
(PE III).
Nos
unimos a Ti, Señor, y nos ofrecemos contigo, en este verdadero Ofertorio de la Misa.
Javier Sánchez
Martínez, pbro.
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