lunes, 14 de enero de 2019

Aprender a amar (4)

La tarea de aprender a amar es, en definitiva, la de alcanzar una madurez sólida en lo humano, en lo afectivo y en lo espiritual, todo unido.

Requiere tiempo y requiere ejercicio constante, a la vez que mirarse en el mejor de los espejos: Jesucristo. Ahí nos vemos reflejados tal cuales somos y vemos dónde hemos de depurar más, o trabajarnos por gracia, o extirpar algo, o reconducirlo por mejores cauces.


Lo que no podemos permitirnos es permanecer en estado de inmadurez, como perpetuos adolescentes, que sin estabilidad alguna, se consideran al final el centro del mundo y todos deben girar en torno a ellos; incapaces de amar si ven perder algo de su espacio de "libertad", o si ven que amar conlleva la responsabilidad de la entrega o de la respuesta. ¡Ay, si Dios nos amara así!, entonces no sería Dios, sino un tirano caprichoso.

Pero el amor de Dios es puro; en lenguaje humano, diríamos que es "maduro", y de esa madurez divina y sobrenatural hemos de aprender.

Avancemos.



5. Para amar, descubrir la belleza del corazón del otro

            Lo más maravilloso que existe es el Amor, porque Dios mismo es Amor, es Amistad. Lo más hermoso que existe es la COMUNIÓN, el vivir en plena unidad, el “SER UNO” con las diferencias lógicas y las afinidades. Nada más pleno que la comunión y poder SER UNO.

            ¿Cómo se llega a esa auténtica comunión, a ese “ser uno”?

-          El amor verdadero se fija en la persona misma y no en su envoltorio, en lo exterior. Tiene un “algo” de misterio, inexplicable e inefable. El amor genuino mira con los ojos del corazón y sabe descubrir la belleza interior de la persona que otros, a lo mejor, no ven ni saben barruntar. Y porque ama y ve lo bueno y verdadero del otro, lo valora y lo va sacando a la luz.

-          El amor nace espontáneamente, sin un porqué... tan sólo por pura Providencia.


-          Cada persona, por su imagen y semejanza de Dios, tiene una infinita capacidad de amar, pero acomodada al ser y temperamento personal, porque cada persona es única. La paciencia, también en esto, significa respetar, reconocer y aceptar estas dificultades, este llegar a “encajar”, hacer un rodaje juntos donde su pulen las aristas.

-          No se puede exigir que el otro ame de una manera concreta, o con una intensidad concreta, o con un ritmo o con detalles que a uno le gustaría. Se puede hablar, dialogar, para conocerse y aceptarse. Pero cada persona es una y única, y cada uno debe dar, sentir, amar y responder al amor de una manera única. ¡Es lo hermoso del corazón humano, tan variado, tan bello, tan insondable!

-          El amor nunca exige, siempre da. Una sola pena tiene el amor: no poder darse más, no poder entregarse más, estar impedido a lo mejor para acompañar y consolar, no darse... La señal inconfundible del amor no es nunca la pasión, ni el arrebato, ni el atractivo inicial que una persona descubre en otra y fascina hasta que se descubren los fallos e imperfecciones del otro y se pierde el encanto inicial (¡cuántas decepciones, en general, a medida en que se conoce a la otra persona!); el santo y seña del amor verdadero es la dedicación a base de los pequeños pormenores diarios. El amor verdadero cuida mucho los pequeños detalles, las pequeñas atenciones.

-          Precisamente porque el amor ha descubierto lo más íntimo y auténtico del otro, sus virtudes y talentos, y los aprecia, y potencia, también sabe, aunque le cueste sangre, cargar con la cruz del otro; tiene capacidad por sentir preocupación, responsabilidad, respeto y comprensión hacia el otro. Está siempre ahí. Siempre disponible... pero no con palabras solamente (¡que también son muy necesarias decirlas y poderlas oír!), sino con hechos, con detalles tangibles, concretos, fraternos.

-          El egoísta sólo se ha quedado en las apariencias, no ve al otro en su verdad. El egoísta rehuye el compartir y fácilmente se desentiende del otro en la cruz, desaparece y se escapa ante los problemas del otro, porque no quiere sufrir ni hacer suyas las preocupaciones o carencias del otro. El egoísta difícilmente tiene detalles cotidianos y perseverantes con el otro... pero ¡ay si no los tienen con él! El egoísta es una esponja que absorbe, pero no un manantial que surte a los demás. ¡Parece que tienen parálisis en los dedos para llamar por teléfono o una agenda de ocupaciones y diversiones, sin tiempo para nadie! El egoísta tiende a evadirse, a “vivir su vida, vivir la vida”. El egoísta siempre será un eterno adolescente, inestable... ¡hasta que aprenda a amar! O... ¡hasta que alguien lo ame incondicionalmente!


6. Para amar, aceptar al otro

            El egoísmo quiere cambiar al otro, cambiarlo por completo. El amor sí transforma para que el otro sea él mismo en verdad. El egoísmo impone y se impone al otro para cambiarlo; el amor porque es delicado y paciente, más que cambiar al otro, le ayuda a transformarse, desarrollarse y curarse. Y el punto de partida es aceptar al otro incondicionalmente, amarlo tal cual es, con exquisita paciencia y entrega. Por tanto, para amar, aceptar al otro tal como es. Esto va a significar:

-         Aceptarlo no como me gustaría que fuese, sino tal y como es;

-         Aceptar que el otro no eligió su temperamento, ni su personalidad ni su historia ni sus heridas;

-         Que las reacciones que el otro tenga y a mí me desagraden, a él le pueden estar haciendo sufrir por ser así: ¡cuánta comprensión requiere esto!

-         Confiar en que si está luchando por cambiar, el primero que tiene prisa por lograrlo y combate es el otro. Amar supondrá a ayudar en ese esfuerzo, acompañarlo;

-         Aceptar será comprender al otro, ponerse en su piel, empatía profunda (hacer lo suyo mío)... y entonces no hay cambios forzados o dominantes.




1 comentario:

  1. Ea perfecta la entrada; sólo falta decir !qué difícil es aprender a amar bien! Es un don y un esfuerzo.

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