jueves, 24 de enero de 2019

Los santos y nosotros (Palabras sobre la santidad - LXIV)

Se comprende más fácilmente la relación entre los santos y nosotros, cuando se ha podido compartir la experiencia de vida con una persona santa, totalmente de Dios, conviviendo con nosotros. Se ve la fácil familiaridad espiritual, una sintonía connatural, una "complicidad" en el camino de la fe, una confidencia mutua y un mutuo encomendarse ante el Señor.

La vida santa de alguien con quien hemos convivido nos sirve de estímulo y ejemplo, corrigiendo nuestras deficiencias en el servicio al Señor, y viendo cómo alguien, que no es distinto de nosotros, ha caminado fielmente y se ha dejado guiar por el Espíritu Santo haciéndonos palpar cómo la santidad no es inalcanzable ni extraña.

Lo que hemos vivido en el plano diario, alguna que otra vez, y que ha dejado profunda huella sin duda alguna, nos permite abordar y comprender en su totalidad la relación entre los santos y nosotros.

En primer lugar, los santos son testigos de una vida real, esforzada por su parte, labrada por parte de la gracia de Dios; con dificultades, tanteos, retrocesos, avances, crecimiento, virtudes que iban floreciendo despacito... y conocer sus vidas no es un mero género histórico, mucho menos legendario, sino la confrontación con algo real que nos espolea, que nos estimula. 

Los santos son referentes, modelos de identidad, que sirven como orientación para el "hoy" que cada cual ha de vivir.

"En estos momentos un deseo se apodera de nuestras almas; el de fijar nuestra mirada en la historia de estos nuevos beatos, en el punto donde la transparencia de la santidad, como decíamos, es el centro de la luz que de ellos irradia. Queremos ver cómo Dios se ha manifestado en ellos. Es un deseo muy piadoso y digno de ser alimentado, y satisfecho en la medida de lo posible. Es el amor a la ciencia hagiográfica que debería, como lo fue antes en la educación espiritual de los fieles, ser todavía hoy promovida y cultivada más de lo que normalmente se hace, y hoy más que antes, porque la hagiografía se alimenta de la verdad histórica y de doctrina psicológica. El “Martirologio” debería volver a ser un libro de moda en la Iglesia que hoy se está renovando. Y en nuestro caso, la historia de estos beatos, no menos que la de los grandes campeones del cristianismo, nos ofrecería el interés propio de las grandes aventuras, de los grandes heroísmos, de los grandes gestos, que transfiguran la estatura de personas humildes y escondidas. Historia bellísima, hermanos queridísimos; nos permitimos aconsejar a todos su lectura por la belleza que en ella se descubre y por la edificación que de ella se desprende" (Pablo VI, Hom. en la beatificación de 24 mártires de Corea, 6-octubre-1968).


La rama o ciencia que escribe la vida de los santos, atendiendo a la historia y a la parte interior e invisible, sobrenatural, de Dios, se llama "hagiografía", y hace bien, mucho bien, leer las hagiografías, es decir, conocer las vidas de los santos:

"Las obras realizadas en esta vida conservan su valor en la otra; pero ellas revisten de muy diversa manera aquí abajo y allá arriba a quien las hace; allá arriba de esplendor y de gozo; aquí abajo, en cambio, la santidad es pobreza, es humildad, es sufrimiento, es sacrificio; es decir, imitación de Cristo, Verbo de Dios hecho hombre, en su “Kénosis”, en su doble humillación de la Encarnación y de la Redención.
 Esta comparación entre los dos aspectos de la santidad produce en Nos un vivísimo interés, el de conocer primero y de imitar después la vida temporal de quien, precisamente por mérito de ella, goza ahora de la vida eterna. Nace de aquí la hagiografía, esto es, el estudio de las biografías de los Santos, estudio que haremos bien todos en volver a tomar con mayor pasión y con los métodos modernos de la crítica histórica, del análisis psicológico, místico y ascético, del arte narrativo, de la valoración eclesial. Tenemos aún mucha necesidad de ello y podremos recabar instrucción y consuelo" (Pablo VI, Hom. en la canonización de Santa María Soledad Torres Acosta, 25-enero-1970).

La hagiografía es un apartado precioso: se descubre qué es el hombre, cómo es, qué vive y cómo siente y lucha a la vez que se descubre los modos pedagógicos, pausados y firmes, de la gracia divina. Con la hagiografía, vemos hasta qué punto lo humano, nuestra humanidad concretísima, puede ser transformada. 

Son lecciones de la mejor antropología cristiana:

"La hagiografía es un estudio de antropología superlativa, debida al factor religioso, que si bien procede de un idéntico principio y tiende a un mismo fin, engendra una riqueza indefinida de tipos humanos, distintos entre sí, por la maravillosa variedad de los rostros humanos transfigurados, cada cual con su propio carisma (cf. 1Co 12,27ss).
El Santo es, por consiguiente, objeto de conocimiento, de interés, de legítima y recomendable curiosidad" (Pablo VI, Hom. en la canonización de San Leonardo Murialdo, 3-mayo-1970).

Al conocerlos, surge una amistad natural, sencilla, con unos más que con otros santos, por sensibilidad, o por carácter, o por afinidad espiritual. Con unos santos se sintoniza más que con otros, entablando amistad.

Con ellos se puede hablar, compartir; el corazón puede llamar al santo, pedir su ayuda, confiarle encargos, problemas y gozos. Es el trato habitual de la amistad sincera. 

"Esta canonización nos hace pensar en el patrimonio de hombres elegidos que la Iglesia tiene, y que poco a poco se va aumentando a lo largo de los siglos; no se trata solamente de un patrimonio de recuerdos dignos de ser evocados por los historiadores o por los compatriotas (y es también cosa singular y admirable); no es solamente una tradición del pasado, una cosa preciosa que el tiempo no consigue borrar; sino un patrimonio vivo de personalidades de primera magnitud que están todavía con nosotros, mejor todavía, más que nunca, tras haberles sido reconocida la santidad que las inscribe en aquella comunión de los santos que es la Iglesia; la Iglesia celestial especialmente, que en Cristo y mediante el Espíritu comunica con nosotros, todavía miembros de la Iglesia terrena y peregrina en este tiempo y en este mundo. Si existe esta comunión de los santos –y existe- ¿no haríamos bien en aprovecharnos de ella un poco más de lo que hoy hacemos? Debemos conocer a estos santos, honrarlos e invocarlos; y, sobre todo, imitarlos. Encontraremos consuelo pensando bien de la humanidad y viviendo bien la vida cristiana. Acaso, sin darnos cuenta nos dejamos impresionar por las figuras de hombres excepcionales, por las figuras de los artistas, por ejemplo, de los deportistas, de los héroes, de los poderosos; y está bien, ya que este es un fenómeno propio de la convivencia humana; es un mimetismo al cual de alguna manera nadie escapa. Si conociésemos mejor a los santos podríamos ser mejores, más fieles, más cristianos. Y, ciertamente, ¿no sería una realidad admirable? 

Tratemos de comprender a la Iglesia, que honra a Cristo honrando a sus mejores discípulos, y hagamos nosotros también algo para marchar por este camino" (Pablo VI, Ángelus, 31-mayo-1970).
¿Pero acaso es otra cosa la Comunión de los santos?

"Son pensamientos sobre los Santos, que nos reclaman la visión de la inmortalidad de la vida humana, su perfección y su plenitud, la comunión, la sociedad de los Santos, de aquellos que han vivido para la eternidad y entraron en la unión dichosa con Cristo. Son los pensamientos del destino verdadero de nuestra vida, al cual estamos invitados todos y al cual nos estamos preparando en esta experiencia en el tiempo, si nos aprovechamos del don de la fe; y, si como cristianos, respondemos a los deberes específicos de nuestra vocación personal. Los Santos: son nuestros precursores, los hermanos, amigos, ejemplos y abogados nuestros. Honrémoslos, invoquémoslos y tratemos de imitarles un poco" (Pablo VI, Ángelus, 1-noviembre-1968).
Al considerar la riqueza y variedad de los santos, de la Comunión de los santos, vemos los múltiples rostros que la santidad adquire, con los que se reviste. Así cada uno puede darse cuenta, de verdad, a fondo, de que la santidad también es para él, que no hay un retrato único de santidad ni un sendero único para vivir santamente, sino que todo es rico, bello y variedad en este fenómeno de la santidad.

Cuando se canoniza a alguien se ofrece como canon, es decir, "norma" de vida cristiana. Cada santo canonizado se propone como un modelo que no excluye a otros modelos, sino que se complementan. Así, cada bautizado, podrá ver los múltiples senderos de la santidad y sabrá que él tendrá que recorrer el suyo propio, aquel que Dios le ha trazado, como antes otros hicieron lo mismo.

"Motivo de gozo y esperanza esta canonización, porque, como dijo el Señor, debemos, sobre todo, estar deseosos y contentos de que nuestros nombres de pobres y efímeros ciudadanos de la tierra sean inscritos en el cielo, en el libro de la vida eterna, entre los ciudadanos del paraíso (cf. Lc 10,20). Esta comunión de los Santos, pensándolo bien, es una cosa estupenda:  revela el designio misterioso e inmenso de Dios sobre la humanidad redimida a la que cada uno de nosotros pertenece, abre el espíritu a la esperanza suprema y nos hace gustar la compañía definitiva y feliz a la que Cristo nos abre el camino.
Además, una canonización –es decir, el reconocimiento de santidad- conferida  a una humilde y pobre religiosa, nos dice que, entre tantos males que experimentamos, existe, asimismo, el bien, y siempre termina por imponerse. Nos dice que las almas fieles al Evangelio las tenemos en medio de nosotros y que las grandes virtudes morales, que tanto necesita el mundo, florecen todavía sobre la tierra.
Esta exaltación de un alma, consagrada totalmente a la fe y a la caridad de Cristo, nos demuestra también que la religión, como se ha dicho y repetido muchas veces, lejos de enajenar del mundo y de la sociedad a quien verdaderamente la profesa, y lejos de distraerla y separarla del conjunto de sus hermanos y de sus necesidades o de su progreso, nos hace capaces de comprender profundamente los sufrimientos humanos y, sobre todo, nos habilita para curarlos con sacrificio de nosotros mismos y con eficacia que no tiene comparación en la precedencia, en el ejemplo, en la perseverancia, en el desinterés, en el resultado moral" (Pablo VI, Ángelus, 25-enero-1970).

En la Comunión de los santos, vamos caminando junto a otros que nos sostienen.


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