jueves, 31 de enero de 2019

Aprender a amar (5)

Cuando san Juan afirma: "hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él" (1Jn 4,16), está diciendo que el amor es posible conocerlo, porque Dios mismo se nos ha revelado como Amor amándonos. Y de ahí podemos vislumbrar cómo es el amor que nuestro corazón busca, el amor para el cual nuestro corazón está hecho.

Amar y ser amados es básico en la existencia personal. No cualquier cosa es amor, ni tampoco podemos amar de cualquier forma, a cualquier precio, de cualquier manera, porque o confundimos el amor con la pasión y el instinto, o identificamos el amor con el egoísmo más narcisista.


Si hemos conocido el Amor de Dios, éste se verificará en nosotros madurándonos y enseñándonos a amar como Él ama.

Aprendamos, demos pasos, purifiquemos nuestro amor para que sea semejante al Amor de Caridad de Dios.




7. Para amar, caminar juntos

            El amor hace que se camine en unidad, juntos hacia una misma meta: la santidad. El egoísmo es estar parado y bien quieto en el mismo sitio haciendo que los demás se queden igualmente estancados. No. El amor hace que se camine juntos (en amistad, en fraternidad, en matrimonio) hacia una misma dirección.

            ¿Cómo se va caminando juntos?

-        Sentirse uno seguro de sí mismo sin mirar al otro como a un rival o un oponente, sino como compañeros, mutua ayuda. El bien o el éxito del otro es una alegría sincera para el que ama.

-   Hay plena y absoluta libertad para hablar, una fluida comunicación sin temor a decepcionar, o a ofender, o con el temor de qué pensará de mí. El amor es comunicación sincera, libre y abierta.

-         El amor verdadero, como siempre está pendiente del otro para servirle, para ayudarle, al caminar juntos, quita las posibles piedras y evita tropiezos. Quiere que el otro haga el camino –la vida misma- lo más agradable y cómodamente posible. Se camina juntos -¡se es uno!- allanando los caminos.


-        El amor tiene conciencia tanto de la fortaleza como de los puntos débiles del otro y nunca se le ocurrirá aprovecharse (¡ni burlarse, reprochar, ni humillar!). Siempre estará ahí. Y unas veces, el amor será refugio para el otro cuando esté débil, otras veces fortaleza para sus combates. Es mutuo y recíproco. ¡Es vivir juntos, ser uno en continuo intercambio!

-         El amor verdadero, caminando con el otro, irá respetando y reconociendo los carismas personales, los valores, apreciándolos y estimulando (el amor jamás ve al otro como un rival); a medida que caminan juntos más se aman, más se ayudan, más se potencia lo bueno de la persona a la que se ama. El que ama hace que el otro “consiga ser mejor persona”. Y compartiendo esa complementariedad, el amor “se hace fuerte como la muerte” (Cant 8,6).

-         El amor verdadero hace agradable el camino de la vida con la ternura, sin vivirlo como debilidad; ternura, que no avergüenza ni acompleja, que es expresión respetuosa de afecto. Se comparte el cariño con naturalidad... ¡en cuántas cosas, en cuántos detalles, en cuántas formas de ternura...! donde no hay maldad alguna ni torcidas intenciones ni egoísmo para una satisfacción pasajera (¡ejemplo elocuente es un noviazgo cristiano, vivido en castidad!). O las formas de ternura en la amistad, en la fraternidad...

-         El amor verdadero se renueva diariamente porque quiere expresarse, es “difusivo de sí mismo”. El egoísta prefiere callarse, o dar por hecho un amor que él no nutre ni renueva ni alimenta, con la torpe excusa de “si él/ella/ellos/ ya lo saben...”

-         El amor verdadero da al otro, aunque le vaya costando sangre, aquello que el otro necesita, sin pasarle luego factura: unas veces estímulo, otras apoyo, otras refuerzo, otras consuelo, otras acogida y protección, otras consejo... ¡porque caminar juntos implica apoyarse el uno en el otro cuando aparece el cansancio o la dificultad!

-         Para amar, mirando siempre con ojos nuevos a la persona a la que se ama, disfrutar del hecho mismo de caminar juntos; disfrutar y gozar de que sea así; gozar con intensidad de ese “ser uno” (¡¡que siempre es un regalo, una gracia!!)  caminando juntos, sin perder la ilusión, sin posponerlo a otros intereses o distracciones o diversiones.


8. Para amar, vencer el maldito egoísmo

            El enemigo único del amor es el egoísmo, que se disfraza de muchos ropajes, para acabar destruyendo todo lo que sea verdadero en el amor (eclesial, de amistad, de esponsalidad...).

          -El egoísmo siempre se autojustifica, con razones que en apariencia son verdad, pero que son engañosas: “no tengo tiempo”, “ahora no puedo”, “tengo derecho a mi vida”, “necesito sentirme libre...” y, en el fondo, es racionalizar y disfrazar el hecho de no quererse entregar, de no darse, de no complicarse mucho la vida.

           -El egoísta siempre aduce razones que parecen creíbles... pero no se trata de razones verdaderas sino de pretextos, excusas, disculpas para quedar bien (¡en eso, el egoísta, es un experto!), encubrir intenciones, justificar una conducta que puede estar haciendo mucho daño al otro.

           -El egoísmo renuncia bien pronto al esfuerzo de acrecentar y renovar el amor, se va despreocupando del otro... porque él sabe que el otro sí le ama incondicionalmente y cuando lo necesite lo va a tener y podrá recurrir a él.

            -El egoísta reacciona mal ante cualquier desencanto, ante cualquier cosa que vaya descubriendo en el otro y no le guste, ante cualquier defecto. Es un inconstante, sin paciencia. Querrá cambiarlo y acomodarlo a su gusto, si no, fácilmente abandona.

            -El egoísmo nada sabe de delicadezas y detalles, pero ansía que se tengan con él:

-          el que poco ama –como es el egoísta- pocas ganas tiene de aportar manifestaciones de afecto, y así, cuantos menos detalles de afecto, menos amor; (¡pero es que el amor auténtico es detallista!)

-          se puede vencer el egoísmo cuidando los pequeños detalles de afecto, realizados porque sí, no por obligación (fiestas, cumpleaños, aniversarios...); estos pequeños detalles están para hacer feliz al otro: lo que le gusta, sus aficiones, su música, etc. Los regalos son más expresión de amor que cumplimiento, cuando menos se esperan... y simplemente por el amor que mutuamente se profesan.

-          Pequeños detalles: el egoísta puede aprender qué pequeños detalles le gustan a la otra persona: una llamada a tiempo, una visita cuando menos se lo espera, etc., etc.

-          El egoísta puede aprender a pensar en el otro: saber cuándo se puede producir un roce o una discusión y evitarlo, saber callar, saber ceder, hablar sin herir, para que las diferencias no se conviertan en confrontación. Así se ama. El que se cierra en su egoísmo, nada de esto tiene en cuenta.

-       El amor se renueva cuando el egoísta vence su agenda y sus ocupaciones (incluso legítimas) por el otro; y está al lado del otro, y, en silencio a lo mejor, pero está ahí. Absolutamente cualquier detalle es más elocuente que las palabras.

-          El egoísta sabe poco del cariño, de las manifestaciones de cariño y de afecto limpio (sí sabe de lujuria o de instintos). Pero puede aprenderlo... Lo importante es hacer sentir al otro que siempre estoy con él, que no desaparezco, y eso expresarlo de mil modos. El egoísta puede aprender a pensar en el otro y sentir el corazón del otro. Se trata de saberse mutuamente presentes, juntos, sentirse uno al lado del otro... gozarlo y demostrarlo (por aquello de “ser uno”, de “caminar juntos”). (El amor busca estar –sin falsas dependencias- con la persona a la que se ama). El amor verdadero une incluso en las distancias.

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