Redescubramos el mucho bien y verdad y belleza que la Iglesia ha realizado para
saber argumentar y defenderla. Aprendamos la historia de la Iglesia y veremos sus
grandes obras, sus personajes santos y sus grandes aportaciones a la cultura
sin caer en el pesimismo histórico al pensar que toda la historia de la Iglesia fue negativa y
apartada del Evangelio y que sólo desde el Concilio Vaticano II ha surgido una
Iglesia nueva, fiel y con proyección de futuro. Antes todo era malo, ahora todo
es bueno y pastoral: ese es el lema progresista que ha querido reinterpretar la
historia de la Iglesia
y ha logrado acomplejar y avergonzar a los católicos de su pasado.
Nuestra época es muy arrogante y juzga con criterios de
hoy el pasado; un juicio basado en ideologías materialistas y secularistas, con
el positivismo y el relativismo. “Estas ideologías han conducido a un entusiasmo
descontrolado por el progreso que, animado por espectaculares descubrimientos y
éxitos técnicos, a pesar de las desastrosas experiencias del siglo pasado,
determina la concepción de la vida de amplios sectores de la sociedad. Así, el
pasado aparece sólo como un fondo oscuro, sobre el cual el presente y el futuro
resplandecen con promesas atractivas”[1].
Se suelen exagerar las diferencias entre una época y
otra, pero se olvida que si bien las épocas son distintas, el hombre es el
mismo, y busca lo mismo aunque los modos sociales de organizarse sean
diferentes. Pero las fuentes de la felicidad en la tierra siguen siendo las
mismas: el amor, la verdad, el matrimonio, la familia, la belleza de la
naturaleza y el arte, la labor creadora; el hombre que sigue luchando por el
bien y la virtud, siempre necesitado de redención, y llamado a la santidad.
¡Qué erróneo contraponer una época a la otra, creyendo que la nuestra es la
única buena, válida, desarrollada! La transformación en Cristo es siempre la
misma esencialmente.
La sucesión de épocas no era fenómeno de ruptura, sino de
integración, crecimiento y purificación: la Tradición avanza y en
eso consiste el verdadero progreso, sin rupturas, sino con fidelidad creativa.
Cuando los católicos progresistas piden a la Iglesia que se adapte al
mundo moderno, suelen indicar que se refieren al mundo del futuro. No quieren
enfrentarse con la realidad de que no tenemos la más ligera seguridad de que
las corrientes y tendencias de hoy no provocarán mañana una violenta reacción,
además, estos progresistas que quieren modernizar la Iglesia parten del
supuesto falso de que la
Iglesia siempre ha estado alejada del pueblo y replegada en
sí misma. Ésta es la falsa historia que se cuenta de la Iglesia, ésta la
historiografía que se difunde y tergiversa la realidad de la vida bimilenaria
de la Iglesia,
que pretende romper su patrimonio vital y su Tradición, demostradamente
fecunda.
Esos católicos progresistas que menosprecian como
oscurantista la historia de la
Iglesia, ¿no han leído jamás una biografía de santo Domingo,
de san Juan de Dios o de san Vicente de Paúl? ¿Han oído hablar de los esfuerzos
de los misioneros, donde cada Orden y Congregación mandó a sus mejores y más
preparados miembros para evangelizar y llevar una civilización verdaderamente
humana que también cuidó a sus enfermos, les enseñó cultura, trabajar la tierra
con mayor rendimiento y les mostró la dignidad inalienable de la persona? Esos
católicos tan deseosos de criticar el pasado de la Iglesia, ¿ya no recuerdan
que los hospitales fueron inventados por la Iglesia y administrados por los religiosos
gratuitamente cuando ni se soñaba con una sanidad pública? ¿No han oído decir
que el monte de piedad fue inventado por los religiosos o que los Trinitarios
fueron fundados para liberar a los cristianos cautivos de los musulmanes
ofreciéndose ellos como moneda de cambio? ¿Todo esto se ignora? ¿Olvidan
queriendo que las escuelas nacen junto al Cabildo Catedral y los monasterios;
que la universidad nace con el apoyo decidido de la Iglesia, que los colegios
fueron actividad principal de la
Compañía de Jesús educando con altísimo nivel a muchas
generaciones? ¿Olvidan o ignoran que fue la Iglesia, nunca el Estado ni ningún gobierno, la
que asumió la enseñanza de las clases populares y marginales con los Hermanos
de la Salle o
una enseñanza profesional que insertase en el mundo obrero, con los salesianos
de san Juan Bosco? ¿No quieren reconocer que el Derecho internacional nace con
los dominicos –a la cabeza Francisco de Vitoria- en la Universidad de
Salamanca? ¿Todo esto se olvida para reinventar una historia oscura, negativa,
llena de errores?
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