martes, 22 de enero de 2019

Catolicismo e historia (I)




           La historia del catolicismo es una historia gloriosísima, con etapas enriquecedoras para la humanidad, con aportaciones culturales y humanistas de primer orden que generaron una civilización, la civilización cristiana, brillante, luminosa. Si bien, es evidente, que en las páginas de esa historia existen manchas y borrones de tinta muy concretos que son los pecados e infidelidades de algunos hijos y miembros de la Iglesia. Algunos pecados, si se pueden llamar así, han sido difundidos, y sobre todo, tergiversados o manipulados por la leyenda negra: las cruzadas, la Inquisición, la evangelización de América y la explotación de los indios y el caso Galileo para ejemplificar el conflicto entre fe y ciencia. Esta leyenda negra, exagerada y difundida por los medios de comunicación como tópicos recurrentes, ha impregnado la conciencia de muchos católicos que sin estudiarla a fondo la han creído, pensando así que la Iglesia nunca ha hecho nada bueno y debería esconder su pasado avergonzada y pedir perdón por todo a todos incluso por lo que no haya hecho. Es una Iglesia acomplejada, un catolicismo avergonzado.

            Redescubramos el mucho bien y verdad y belleza que la Iglesia ha realizado para saber argumentar y defenderla. Aprendamos la historia de la Iglesia y veremos sus grandes obras, sus personajes santos y sus grandes aportaciones a la cultura sin caer en el pesimismo histórico al pensar que toda la historia de la Iglesia fue negativa y apartada del Evangelio y que sólo desde el Concilio Vaticano II ha surgido una Iglesia nueva, fiel y con proyección de futuro. Antes todo era malo, ahora todo es bueno y pastoral: ese es el lema progresista que ha querido reinterpretar la historia de la Iglesia y ha logrado acomplejar y avergonzar a los católicos de su pasado.

            Nuestra época es muy arrogante y juzga con criterios de hoy el pasado; un juicio basado en ideologías materialistas y secularistas, con el positivismo y el relativismo. “Estas ideologías han conducido a un entusiasmo descontrolado por el progreso que, animado por espectaculares descubrimientos y éxitos técnicos, a pesar de las desastrosas experiencias del siglo pasado, determina la concepción de la vida de amplios sectores de la sociedad. Así, el pasado aparece sólo como un fondo oscuro, sobre el cual el presente y el futuro resplandecen con promesas atractivas”[1].

  
          ¿Todo lo anterior era malo y oscurantista? ¿Todo fue en error, un fracaso, pero por fin ha nacido la Iglesia verdadera con el Concilio Vaticano II? ¿No son slogans que se repiten por parte de la falsa progresía que ha emprendido un revisionismo histórico? Un mito extendido es el que el hombre de esta época es un hombre maduro, libre e independiente mientras que el hombre de todas las demás épocas era infantil y sometido a la Iglesia. Una auténtica mentira que muchos católicos han creído. Se escribe mucho, se publica mucho aunque apenas se lee, y a eso que se le llama cultura popular se la reconoce por sus tópicos, su bajo nivel intelectual y su escasa originalidad. Se acuñan ciertas frases, un estribillo que todo el mundo repite sin pensarlo a fondo y esto es lo que sustituye a los argumentos y a los datos. Muchas personas están dispuestas a tragarse cualquier absurdo, con tal que se las considere “progresistas”, “personas modernas”: para ellos, entonces, guiados por esos slogans, la historia de la Iglesia, toda ella, es un error; sólo ahora estamos en una época buena, moderna de la Iglesia, porque se ha adaptado al mundo, se ha naturalizado. Los profetas del mañana quedan muy pronto anticuados. Los progresistas de “ayer” –de los años setenta, por ejemplo- quedan muy pronto anticuados. No dudemos que tal destino aguarda a nuestros “progresistas” de la actualidad. Y sin embargo aquellos se han quedado anclado en el postconcilio y su afán de novedades, ¡cuando la Iglesia sigue su marcha abriendo nuevos caminos!

            Se suelen exagerar las diferencias entre una época y otra, pero se olvida que si bien las épocas son distintas, el hombre es el mismo, y busca lo mismo aunque los modos sociales de organizarse sean diferentes. Pero las fuentes de la felicidad en la tierra siguen siendo las mismas: el amor, la verdad, el matrimonio, la familia, la belleza de la naturaleza y el arte, la labor creadora; el hombre que sigue luchando por el bien y la virtud, siempre necesitado de redención, y llamado a la santidad. ¡Qué erróneo contraponer una época a la otra, creyendo que la nuestra es la única buena, válida, desarrollada! La transformación en Cristo es siempre la misma esencialmente.

            La sucesión de épocas no era fenómeno de ruptura, sino de integración, crecimiento y purificación: la Tradición avanza y en eso consiste el verdadero progreso, sin rupturas, sino con fidelidad creativa.

            Cuando los católicos progresistas piden a la Iglesia que se adapte al mundo moderno, suelen indicar que se refieren al mundo del futuro. No quieren enfrentarse con la realidad de que no tenemos la más ligera seguridad de que las corrientes y tendencias de hoy no provocarán mañana una violenta reacción, además, estos progresistas que quieren modernizar la Iglesia parten del supuesto falso de que la Iglesia siempre ha estado alejada del pueblo y replegada en sí misma. Ésta es la falsa historia que se cuenta de la Iglesia, ésta la historiografía que se difunde y tergiversa la realidad de la vida bimilenaria de la Iglesia, que pretende romper su patrimonio vital y su Tradición, demostradamente fecunda.

            Esos católicos progresistas que menosprecian como oscurantista la historia de la Iglesia, ¿no han leído jamás una biografía de santo Domingo, de san Juan de Dios o de san Vicente de Paúl? ¿Han oído hablar de los esfuerzos de los misioneros, donde cada Orden y Congregación mandó a sus mejores y más preparados miembros para evangelizar y llevar una civilización verdaderamente humana que también cuidó a sus enfermos, les enseñó cultura, trabajar la tierra con mayor rendimiento y les mostró la dignidad inalienable de la persona? Esos católicos tan deseosos de criticar el pasado de la Iglesia, ¿ya no recuerdan que los hospitales fueron inventados por la Iglesia y administrados por los religiosos gratuitamente cuando ni se soñaba con una sanidad pública? ¿No han oído decir que el monte de piedad fue inventado por los religiosos o que los Trinitarios fueron fundados para liberar a los cristianos cautivos de los musulmanes ofreciéndose ellos como moneda de cambio? ¿Todo esto se ignora? ¿Olvidan queriendo que las escuelas nacen junto al Cabildo Catedral y los monasterios; que la universidad nace con el apoyo decidido de la Iglesia, que los colegios fueron actividad principal de la Compañía de Jesús educando con altísimo nivel a muchas generaciones? ¿Olvidan o ignoran que fue la Iglesia, nunca el Estado ni ningún gobierno, la que asumió la enseñanza de las clases populares y marginales con los Hermanos de la Salle o una enseñanza profesional que insertase en el mundo obrero, con los salesianos de san Juan Bosco? ¿No quieren reconocer que el Derecho internacional nace con los dominicos –a la cabeza Francisco de Vitoria- en la Universidad de Salamanca? ¿Todo esto se olvida para reinventar una historia oscura, negativa, llena de errores?



[1] BENEDICTO XVI, Disc. al Comité pontificio de ciencias históricas, 7-marzo-2008.

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