domingo, 3 de febrero de 2019

Catolicismo e historia (y II)



            La historia de la Iglesia es una historia de santidad mucho más que de los supuestos errores y pecados que los progresistas y cierta prensa se encargan de difundir y reprochan magnificándolos. 



“La historia de la Iglesia es una historia de santidad. El Nuevo Testamento afirma con fuerza esta característica de los bautizados: son “santos” en la medida en que, separados del mundo que está sujeto al Maligno, se consagran al culto del único y verdadero Dios. Esta santidad se manifiesta tanto en la vida de los muchos Santos y Beatos reconocidos por la Iglesia, como en la de una inmensa multitud de hombres y mujeres no conocidos, cuyo número es imposible calcular. Su vida atestigua la verdad del Evangelio y ofrece al mundo el signo visible de la posibilidad de la perfección”[1].


            En cada etapa de la historia, muchos santos han sido signos luminosos que han disipado las tinieblas mostrando la verdad. Muchas veces cuando el Estado se ha endiosado, identificando lo legal siempre como moral, rechazando a Cristo, innumerables mártires entregaron su vida; siempre se han sucedido persecuciones religiosas, por odio a la fe, y siempre se dio una respuesta cabal de muchos católicos: las persecuciones de los emperadores romanos, el exterminio de la invasión musulmana, los mártires durante la Revolución francesa, los mártires de las persecuciones en Japón, Corea o Vietnam, y en pleno siglo XX, los cristeros de Méjico, la persecución religiosa en España o los mártires en los campos de concentración nazis o soviéticos. 

  
         En el diálogo con el mundo y su pensamiento, muchos santos se entregaron a mostrar cómo el cristianismo es la “verdad”, la “filosofía verdadera”: un Clemente de Alejandría, Justino o en la Edad Media, Tomás de Aquino. Santos ha habido que movidos por el ideal cristiano han tratado de cristianizar el orden temporal: san Fernando, san Luis rey de Francia, santo Tomás Becket o santo Tomás Moro. Y santos que han preservado el saber y engrandecido la cultura: San Isidoro, san Benito, el Beato Fra Angelico.

           Como también los muchos santos de la caridad que han atendido y respondido durante siglos a las múltiples necesidades de pobreza, enfermedad, ancianidad o marginación cuando ninguna organización ni sistema estatal se encargaba de resolverlos, ¡ni existían siquiera!, instituciones como los hospitales, asilos, orfanatos, leproserías, etc., fueron creación de la Iglesia. En estos y en otros muchos campos más, la Iglesia ha estado a la altura de las circunstancias e incluso adelantada siempre a su tiempo con verdadera visión de futuro.

            Tantos santos, tantas obras buenas, demuestran la fecundidad de la Iglesia, el fulgor de su vida, y hasta qué punto la historia de la Iglesia es una historia de santidad y aun cuando sus hijos sean pecadores y puedan oscurecer la santidad de la Iglesia, su pasado es, objetivamente, glorioso. Una historia cuyo motor ha sido y seguirá siempre siendo responder al amor inmenso de Cristo.

            Dejemos los complejos de inferioridad y la actitud vergonzante ante la historia de la Iglesia, creyéndonos las mentiras de las leyendas negras en torno a la Iglesia, y conozcamos bien nuestro pasado. El camino de la Iglesia hoy pasa por ver la vitalidad y el bien de su historia, actualizándolo en nuestro presente para abrir caminos de futuro, con vigor, fuerza y entusiasmo. Así, hoy como ayer, la historia de la Iglesia será siempre una historia de santidad.


[1] JUAN PABLO II, Bula “Incarnationis Mysterium”, n. 11.

1 comentario:

  1. Sí don Javier, la Iglesia es Santa y maldito todo aquel que diga que es pecadora o que hay pecado en Ella. ¡Cuánta maldad en querer ensuciar a Jesucristo, la Virgen y la Iglesia! Gracias por defender a nuestra Madre. Abrazos fraternos.

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