martes, 12 de febrero de 2019

"La oración de Jesús" (El nombre de Jesús - XII)


La “oración de Jesús” o la “oración del corazón”: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí” (Mc 10,47).           

La “oración a Jesús”, conocida también como “oración del corazón” es una breve fórmula piadosa: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí”, algunas veces con el añadido: “pecador”, repetida en el marco de un método.


Son muchos los Padres del desierto que parecen recomendar invocaciones semejantes a lo que sería finalmente la “oración a Jesús”. En el Ciclo copto de apotegmas de Macario (¿s. VII-VIII?) se puede leer: «Bienaventurado aquel que persevera, sin cesar y con contrición del corazón, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo». Y se recomienda “poner atención en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo cuando tus labios están en ebullición para atraerlo, pero no trates de conducirlo a tu espíritu buscando parecidos. Piensa tan sólo en tu invocación: Nuestro Señor Jesús, el Cristo, ten piedad de mí”.

Conviene, también, traer a colación el testimonio de un tal Filemón. Al recomendar un camino espiritual a un hermano, le dice: “Ve, practica la sobriedad en tu corazón, y en tu pensamiento repite sobriamente, con temor y temblor: ‘Señor Jesucristo, ten piedad de mí’”. En otra ocasión amplía la fórmula: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”.

Desde esos antiguos tiempos hasta el nuestro irá haciendo fortuna el ejercicio espiritual del nombre de Jesús, particularmente entre los cristianos orientales, bizantinos y rusos en especial. La difusión extraordinaria que tuvo el Relato del peregrino ruso hizo muy conocida la “oración de Jesús” en el Occidente; este peregrino narra su búsqueda interior para poder llegar a orar siempre, sin cesar, pero no sabe cómo. Se encuentra con un staretz (anciano, padre espiritual), que le aconseja:


“Si después de cierto esfuerzo no consigues llegar a dominar tu corazón en la manera que te han enseñado, haz lo que te voy a decir, y, con la ayuda de Dios, hallarás lo que buscas... Desecha todo otro pensamiento (esto lo puedes hacer si quieres) y repite sólo las siguientes palabras: Jesús mío, ten misericordia de mí. Si lo consigues, después de cierto tiempo, también tu corazón se abrirá a la oración” (cap. 1).

Más adelante, transcurrido cierto tiempo, será este mismo peregrino anónimo el que enseñará a otros aconsejando:

“... Me pidió [al peregrino] con insistencia que le explicase cómo la mente puede hallar el corazón y cómo se debe introducir en él el nombre divino de Jesucristo y gozar la dulzura interior de la plegaria del corazón... –Lo mismo puedes hacer con el corazón. Deja que tu mirada interior penetre en el pecho y se represente tu corazón lo más al vivo que pueda; al mismo tiempo haz que tu oído interior escuche sus latidos. Una vez hecho esto, vete uniendo cada palabra con el latido del corazón. Al primer latido piensa y di: Jesús mío; al segundo: ten misericordia; al tercero: de mí. Repítelo muchas veces no te será difícil, pues estás acostumbrado. Apenas hayas adquirido este hábito no te será difícil acompañar los movimientos respiratorios con la oración a Jesús, como enseñan los Santos Padres. Aspirando, dirás: Jesús mío; espirando, ten misericordia de mí. Practícalo con la mayor frecuencia posible” (cap. IV).

Por tanto, como método, es fácil aprenderlo y orar; es un camino para una oración de sencillez y simplicidad que abre la puerta a la contemplación más sosegada y amorosa. Se puede ejercitar en cualquier lugar y momento.

“Se trata de pronunciar una fórmula concisa y clara en la que entre el nombre de Jesús. Se pronuncia rítmicamente, para lo que cual ayuda unir la repetición al ritmo respiratorio o a los latidos del corazón... Se recomienda no variar la fórmula, que puede ser la tradicional: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, o bien únicamente, el nombre de “Jesús”.

Hay que procurar que, poco a poco, la pronunciación del santo nombre de Jesús se extienda a los distintos momentos de la actividad diaria. Se prestarán a ello, en primer lugar, los tiempos más mecánicos, que requieren menos actividad mental: caminar de un lugar a otro, trabajar manualmente, esperar el autobús, etc. Cada vez más, el nombre irá invadiendo misteriosamente los tiempos restantes de la actividad diaria hasta... penetrar en el mismo reposo nocturno”[1].

            Para ello hay que tener en cuenta:

La preparación remota

1. Vida cristiana activa en la Iglesia (Jesús es la Cabeza, su Cuerpo es la Iglesia; no hay amor a Jesús sin amor y vida en la Iglesia, sus sacramentos y su doctrina).
2. Obediencia y pureza de mente y corazón.
3. Tranquilidad de conciencia.
4. Humildad.

La preparación inmediata

1. Relajación del cuerpo, asumiendo la postura más adecuada.
2. Calmar toda emoción.
3. Eliminar toda actividad mental discursiva o imaginativa.
4. Recogerse en el interior.
5. Ponerse confiadamente en la presencia de Dios.
6. Implorar la ayuda del Espíritu Santo (1Co 12,3).

Y también nuestro cuerpo (porque somos cuerpo e influye también en la oración)

1. Concentrar la atención en el lugar del corazón, manteniéndose en paz y en reverencia.
2. Al ritmo de la respiración (inspiración-espiración) repetir (oral o mentalmente): “Señor Jesucristo, Hijo de Dios,/ ten piedad de mí, pecador”, o simplemente, “Jesús”. En todo momento deberá mantenerse un reverente y vigilante recogimiento.



[1] BALLESTER, M., Para orar continuamente, Madrid, 1984, p. 62 s.

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