Consecuencia lógica de descubrir en la Eucaristía el sacrificio de Cristo, es calificarle a Él de "Víctima". Pero, siguiendo más aún en esa misma línea, junto a Cristo-Víctima están los fieles bautizados, que se convierten en víctimas vivas.
Hemos de profundizar y contemplar este término, "víctima", para una mejor comprensión del sacramento eucarístico y el alcance que tiene una verdadera participación en la liturgia -lejos de ser intervención constante- que supone ofrecerse con Cristo, sin condiciones.
“Víctima viva”
-Comentarios a la
plegaria eucarística – VII-
En el sacrificio de Cristo se
incluyen nuestros propios sacrificios personales: penitencias, mortificaciones,
luchas, combates, ejercicio de obras de misericordia, virtudes practicadas, el trabajo
ofrecido… y en la ofrenda de Cristo nosotros mismos nos ofrecemos: “ofreced vuestros cuerpos como hostia viva,
santa… Éste es vuestro culto razonable” (Rm 12,1). Ofrecemos y entregamos
todo lo nuestro, e incluso a nosotros mismos, como sacrificio junto al Gran
Sacrificio de Cristo.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen
Gentium exhortaba: “Todos los discípulos de Cristo… ofrézcanse a sí mismos como
hostia viva, santa y grata a Dios” (LG 10); de modo especialísimo en la Eucaristía: “Participando
del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen
a Dios la Víctima
divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella” (LG 11).
Son presentados nuestros sacrificios
espirituales, y nuestro ser entero, y se incluyen en la ofrenda perfecta del
Sacrificio de nuestro Señor. La verdadera participación conduce a que todos
“aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por
manos del sacerdote, sino juntamente con él” (SC 48).
Como la Eucaristía es el
verdadero sacrificio de Cristo, la liturgia de la plegaria eucarística llamará
a Cristo la “Víctima”. Es la
Víctima ofrecida en propiciación por nuestros pecados:
“Reconoce en ella la Víctima
por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad” (PE III); es la Víctima que Dios Padre
acepta porque Él la ha preparado por nuestra redención: “Dirige tu mirada sobre
esta Víctima que tú mismo has preparado a tu Iglesia” (PE IV).
Nosotros, ofreciendo y recibiendo la Víctima santa, igualmente
nos convertimos en ofrenda a Dios por una vida santa y en víctimas: “que él nos
transforme en ofrenda permanente” (PE III); “seamos en Cristo víctima viva para
alabanza de su gloria” (PE IV).
Todo lo nuestro se entrega al Padre,
nuestro ser y nuestro trabajo, gozos y esperanzas, angustias y sufrimientos,
afanes apostólicos; somos, en Cristo, una ofrenda permanente, una víctima viva
para alabanza de su gloria. Ya sólo le pertenecemos a Él y Él dispone de
nosotros.
Aunque el lenguaje sacrificial, y el
considerar al cristiano “víctima viva” junto a Cristo “Víctima”, parece que hoy
no suena bien, y se quiere ignorar, o al menos, se silencia el carácter
sacrificial que la
Eucaristía posee, la liturgia ora diariamente en Laudes y
Vísperas y, con sus preces, ayuda a los hijos de la Iglesia a vivir cada
jornada como un verdadero sacrificio espiritual, ofrecido en honor del Señor y
junto a Él, para completarse y elevarse a Dios en la Eucaristía:
Oh Cristo, tú
que creaste el universo y quisiste ser llamado hijo del carpintero, enséñanos a
trabajar, con empeño y a conciencia, en nuestras propias tareas[1].
Con todos los
santos mártires de Cristo, te presentamos nuestros cuerpos como hostia viva[2].
Con todos los
santos, que han sido testigos de la
Iglesia, te consagramos nuestra vida de todo corazón[3].
Que siempre
sepamos dar buen testimonio del nombre cristiano y ofrezcamos cada jornada como
un culto espiritual agradable al Padre[4].
Señor, Padre
de todos, haz que toda nuestra vida, unida a la de Cristo, sea alabanza de tu
gloria[5].
Señor, tu Hijo
nos ha mandado ofrecer este sacrificio
en
conmemoración suya; haz que, cuantos en él participamos,
seamos con
Cristo ofrenda de eterna alabanza
a tu divina
majestad.
Por Jesucristo
nuestro Señor (OP Stma Eucaristía, B).
Javier Sánchez Martínez,
pbro.
Me parece un post maravilloso, Padre Javier, y me ayuda mucho en mi propia vivencia de la Santa Misa y de mi ofrenda al Señor por María. Muchas gracias por educarnos tan bien en la fe bimilenaria de la iglesia de Cristo. Un saludo filial en ese Amor invencible del Sagrado Corazón.
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