viernes, 19 de enero de 2018

Crecer en virtudes -la humildad es el terreno-

Sin la humildad, el edificio se resiente y se viene abajo. Sin la humildad, la tierra de nuestro corazón impide que florezcan flores y frutos buenos, hermosos y comestibles.


La humildad es la base de todo crecimiento moral así como la soberbia es la que arrasa con todo y destruye lo que encuentra por delante.

Sólo con humildad, y una súplica constante de la gracia, podremos ir adquiriendo las virtudes con la suficiente solidez como para no ser arrancadas, sino hundiéndose en nuestro ser, bien firmes.

"La raíz de las virtudes

Un bello pasaje hermenéutico, en su sermón sobre la natividad [de san Bernardo] manifiesta el carácter propiamente radical de la humildad para san Bernardo. Cuando el ángel aparece a los pastores, advierte el santo, les dice: "encontraréis a un recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11). Pero unos líneas más adelante, está escrito que "fueron corriendo y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre" (Lc 2,16). ¿Por qué esta diferencia, por qué "la humildad sola parecer ser alabada por el ángel,y por tanto solamente encontrada por los pastores"? Los pastores parten a la búsqueda de la humildad, cuya figura es el niño Jesús, y sin embargo encuentran al llegar, no la sola humildad, sino otras virtudes, la continencia y la justicia. Quien busca la humildad descubrirá algo más que la humildad. Quien se apresura para verla verá algo más que no ha venido a ver. Cuando se promete la humildad, siempre hay algo más. Cuando se anuncia la humildad, siempre llega algo más. Por los pastores, "no se encontró sola, porque siempre la gracia se da a los humildes".



Este perpetuo aumento de la humildad responde al hecho de que no es una virtud entre otras, sino que es, de todas, la raíz y la salvaguarda. San Bernardo lo muestra con imágenes tan bellas como sencillas. La humildad es la sal que conserva las virtudes y les impide descomponerse en sus propios contrarios: si no se tuviera la sal de la humildad, la virtud de la fuerza se volvería rápidamente en orgullo. 

Imperceptible y potente a la vez es esta humildad que no se aglutina como una más con las virtudes, sino que las sostiene como tales. Para hacer el pan, no basta el trigo. Hace falta también agua, de esta agua que parece sin valor pero sin la cual la harina no podría ser amasada, amasada unificada. La masa no podría hacerse sin el agua de la humildad. La humildad es la nada que lo cambia todo. Su relación con las otras virtudes es de un cimiento perpetuo y de perpetuo recurso. Las imágenes del enraizamiento en un suelo nutricio lo manifiestan. Hemos de estar "enraizados y fundados, por sólidas raíces, en la humildad". Podemos estar protegidos a derecha e izquierda por otras virtudes, pero hace falta también que seamos salvaguardados en el fondo por la humildad, "raíz de las virtudes".

Salvaguarda al ser virtuoso de las virtudes mismas. "Sin esta virtud de la humildad, las otras virtudes no pueden avanzar". Y san Bernardo cita a san Gregorio Magno para quien querer reunir las virtudes sin la humildad es como transportar polvo en pleno viento. Es la humildad la que "reúne las virtudes, las conserva una vez reunidas y quien una vez reunidas las perfecciona. El cimiento está en la tierra, y su debilidad (eventual) no puede conocerse, hasta que las paredes edificadas estén bien levantadas o se desplomen. De la misma manera, la humildad también, en lo secreto del corazón, echa firmemente la raíz" que decide la solidez del edificio espiritual y se revela por él.

La humildad se presenta con frecuencia como inicial. Pero es que en cada momento del progreso espiritual es inicial. De todas las otras virtudes, ella forma el recurso siempre en el estado naciente, del que ellas van a sacar para poder ser y permanecer ellas mismas. Es entonces a la vez lo que hay de más secreto y lo que hay de más manifiesto, porque su manifestación queda radical, sorda en la profundidad del alma, dejando que todo se manifieste, pero sin manifestarse en ella misma. En ningún momento la encontramos sola, y por tanto es de su soledad de donde todo surge. Porque ella es este punto vivo, en nuestra alma, de soledad abismal en los que estamos ante la mirada de Dios sin nada, sin nada que nos pertenezca, sino, en el silencio, esta estación orante.

Pero esto, no lo vemos, no vemos nunca lo que ha obtenido, la herida que ha hecho en el corazón del Dios invulnerable, de Dios, como le gusta repetir a san Bernardo, sin pasión, pero no sin compasión".

(CHRÉTIEN, J-L., L'humilité selon saint Bernard, en: Communio, ed. francesa, X,4, juillet-août 1985, pp. 120-121).

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