Nadie dudará ya de la necesidad de la virtud de la paciencia y sus benéficos efectos en quien la adquiere; no dudará después de haber leído casi íntegra ya la enseñanza de Tertuliano (160-220) en su tratado sobre la virtud de la paciencia.
Su elogio es bien merecido; cuánto más ponderemos la paciencia, más la desearemos e intentaremos, sostenidos por la gracia, movidos por la gracia, adquirir la virtud que nos sostiene en la espera y engendra otras muchas virtudes.
Y si la paciencia de Dios es nuestra salvación, y Cristo nos dejó un ejemplo y modelo de paciencia en su pasión, nosotros adquiriendo la paciencia imitaremos aquello mismo que está en Dios y que nos lo mostró. Él es paciente, compasivo y misericordioso. Cristo, el Verbo hecho carne, es manso y humilde, de paciencia infinita. Y con la paciencia salvaremos nuestras almas.
La caridad, porque es paciente, lo aguanta todo, lo soporta todo, lo disculpa todo, porque siempre espera, y espera sin ser defraudada por Dios. Por eso la paciencia es una virtud auxiliar tan buena y saludable, ya que colabora al dinamismo entero de nuestro ser teologal (fe, esperanza y caridad).
"Capítulo 15: Elogio y semblanza de la paciencia
El más excelente procurador de la paciencia es Dios. A tal punto que si en Él depositas la injuria, será tu vengador; si el daño, restituidor; si el dolor, médico; y si la muerte, resucitados.
¡Cuánta fortuna la de la paciencia, que tiene a Dios por deudor! Y no sin razón; porque la paciencia defiende todo lo que Él estima, e interviene en todas sus determinaciones: defiende la fe, gobierna la paz, sostiene el amor, instruye la humildad, espera la penitencia, completa la confesión, modera la carne, protege el espíritu, refrena la lengua, contiene la mano, combate las tentaciones, desvía los escándalos, perfecciona el martirio, consuela al pobre, modera al rico, no apremia al débil ni agobia al fuerte, satisface al fiel, destaca al noble, recomienda el criado a su patrón y el patrón a Dios. La paciencia es adorno en la mujer y distinción en el varón. Se le ama en los niños, se le alaba en los jóvenes y se la admira en los ancianos; y siempre, en todo sexo y edad, es hermosa.
¡Apresúrense los que desean contemplar su rostro y ornamento! Es su cara muy serena y plácida; su frente lisa, sin arrugas de enojo ni de tristeza; gozosa y mesuradamente caídas las cejas; los ojos bajos por modestia, no por satisfacción, y los labios sellados por un silencio dignitoso. Tiene el aspecto de persona inocente y segura. Mueve a menudo su cabeza con amenazante desdén contra el diablo. Finalmente, vístese de ropaje inmaculado, al talle de su cuerpo, sin ampulosidad ni arrastre.
Siéntase en el trono de aquel Espíritu dulcísimo y manso, que no quiso revelarse en medio del huracán, ni ocultarse en la tenebrosidad de la nube, sino en la serena brisa en la cual, a la tercera vez, Elías lo vio sencillo y afable.
Siéntase en el trono de aquel Espíritu dulcísimo y manso, que no quiso revelarse en medio del huracán, ni ocultarse en la tenebrosidad de la nube, sino en la serena brisa en la cual, a la tercera vez, Elías lo vio sencillo y afable.
Por tanto, donde está Dios, allí mismo se halla su hija la paciencia. Por lo cual, cuando la gracia divina desciende a un alma, la acompaña inseparablemente la paciencia. Si así no fuera, ¿moraría siempre con nosotros? Temo que no sería por mucho tiempo.
Pues la gracia, sin la compañía y ayuda de la paciencia, se sentiría molesta en cualquier lugar y tiempo, y no podría sufrir sola los ataques del enemigo sin los medios adecuados para resistirlos".
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