“Tu
rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” (Sal 26).
“Los santos
son especialmente los que han tenido un conocimiento global más exacto de Dios,
y lo han adquirido a través de una fe vivísima, nutrida en la contemplación y
sostenida por el don de sabiduría” (JUAN
PABLO II, Discurso a los obispos chilenos en visita “ad limina”,
28-agosto-1989).
A
la sorpresa de aquellos que conocían a Jesús “de toda la vida”, corresponde
también nuestra propia admiración por la persona de Jesucristo. Aquellos
conocían quién era desde pequeño, era el hijo de carpintero, en una aldea
pequeña de 200 habitantes es fácil conocer e identificar a todos los habitantes
y sus entresijos: es el hijo del carpintero; su padre José y su madre María;
sus hermanos, sus familiares más próximos, Santiago, María...: “¿de dónde saca la sabiduría con la que
habla?”
Para aquellos mismos que le conocían resultaba un misterio. No
llegaban a atisbar siquiera que aquel paisano, era el Hijo de Dios, la Sabiduría de Dios, el
que hablaba con palabras de vida eterna.
Pero también así
andamos nosotros. Conocemos al Señor de oídas,
de toda la vida; nos han hablando del Señor, de la Virgen y de los santos
desde que éramos pequeñitos, pero, a veces, nos ha faltado esa asimilación
personal, ese tratar con el Señor de verdad para descubrir quién es Jesucristo.
Nos hemos quedado en la periferia de la persona, pero no hemos entrado en el
Misterio del Señor. Sabemos de sus milagros, de sus obras, sabemos de memoria
tres o cuatro frases del Evangelio, pero no nos hemos parado todo lo que
necesitábamos, a tratar de verdad con el Señor.
Para nosotros, católicos, se
abre un capítulo siempre nuevo, el estudio orante de la persona del Señor, de
su psicología, de sus actitudes, de su corazón, de sus comportamientos. Un
estudio hecho a base de Evangelio, de oración con la Palabra, de trato con el
Señor en el Sagrario y en la custodia, de descubrir el rostro de Cristo en los
demás hermanos, especialmente en los que sufren. Seguir estudiando, seguir
conociendo a Cristo, para amarle, para entregarnos a Él, para seguirle por los
caminos de nuestra vida. Así no nos sorprenderá
ni las obras ni las palabras del Señor, no lo conoceremos de oídas,
nuestros propios ojos, nuestra propia existencia, habrá conocido al Señor. Él
es nuestro camino, Él es nuestra vida.
Los santos son aquellos que hicieron una experiencia honda y sentida de conocimiento del Señor: lo trataron y entraron en la intimidad de su Persona; lo conocieron en su propia vida, no de oídas ni de pasada. Desde entonces Cristo lo fue todo para los santos y se empeñaron en avanzar en la inteligencia del Misterio de Cristo, en atisbar las inagotables, las insondables riquezas del Misterio de Cristo.
Lo conocieron y lo trataron: oración, escucha, lectura, formación y mucho amor a la Persona del Señor; la inteligencia y el corazón siempre unidos.
Entreguémonos a Él. Renovemos con
entusiasmo nuestro trato con el Señor para conocerle. Que podamos verle cara a
cara aquí en la tierra, conociéndolo personalmente, para que un día en la vida
eterna, lo podamos contemplar eternamente.
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