lunes, 1 de abril de 2019

El camino de la liturgia (I)



            El rostro del catolicismo ha mostrado una faz gloriosa durante siglos en el esplendor y hondura espiritual de la Santa Misa y de sus oficios que impresionaron tanto que incluso lograba conversiones –como la de Paul Claudel en el Magnificat de unas Vísperas navideñas en Notre-Dame de París-. Hoy ya no es así, y recuperar la fuerza espiritual y sagrada de la liturgia es uno de los caminos por donde transita actualmente la Iglesia.



            Algunos han pretendido lograr la unión entre la religión y la vida rebajando y adaptando la religión a las modas del momento, perdiendo su esencia y su belleza, persiguiendo metas meramente mundanas. Los actos de culto religioso han de ayudar a trascender lo mundano, y no mundanizarse so pretexto de integrar, de atraer, de renovar, de participar: lemas tan en boga y a la vez tan vacíos y fracasados.

            Muchos, ya sean clérigos o religiosos y laicos, imbuidos del secularismo que evita lo sobrenatural e ignora la trascendencia, colaboran en el proceso de desacralización que caracteriza a nuestro mundo moderno y se infiltra en el templo y en la liturgia, cual caballo de Troya. Parece que no se dan cuenta de la importancia básica de lo sagrado en la religión que nos hace salir de nosotros mismos para estar ante Dios, embotando el sentido sagrado de la religión y de la liturgia. Al final profanan la liturgia, es decir, la convierten en algo mundano, profano, corriente. 

¿Pero este comportamiento responde al deseo y a la intención de quien acude a la iglesia? 

¿No se desprecia el sentido religioso inscrito en el corazón del hombre independientemente de la mayor o menor formación intelectual y académica? 

¿Acaso quien entra en la iglesia con corazón puro no lo hace buscando a Dios, dejándose envolver por el Misterio?

            Si el individuo es católico, deseará hallar en la Iglesia una atmósfera sagrada, y que el recinto sagrado del templo y los ritos litúrgicos lo transfiguren y lo acerquen a Dios. Muchos han querido reemplazar la atmósfera sagrada del templo por una atmósfera humana, funcionalista, monótona, llena de irreverencia sin diferencia alguna entre la plaza publica, la calle, el salón de catequesis y la iglesia, como si así la Iglesia se capacitase mejor para el encuentro con el hombre de hoy. Pero en vez de responder al hambre de Dios, se acalla con sucedáneos. En lugar de pan, ofrecemos piedras. Es la secularización de la liturgia de la Iglesia.

             ¡Qué diferencia con los santos a lo largo de toda la historia de la Iglesia! Ellos vivían la liturgia con unción: el espíritu de respeto, la humildad correspondiendo al oficio de la liturgia; se les notaba que vivían en Dios, que eran de Dios, lo irradiaban, y es por eso que los santos atraían a las almas sencillas.

            La tendencia actual es acercarse al pueblo en la liturgia careciendo del sello de lo sagrado que es precisamente lo que este pueblo busca en la liturgia aún sin saberlo expresar. Se hace de la liturgia un espectáculo, un entretenimiento, que divierte a los sentidos con la mezcla de lo folclórico y de lo teatral. 

¿Cómo saldrá el corazón inquieto del hombre de una liturgia así? 
¿Se habrá encontrado con Dios y su rostro? 
¿No se le ha robado a Dios el protagonismo y sacerdotes y fieles se han convertido en protagonistas y dueños absolutos de la liturgia? 

Podrán tener éxitos momentáneos, alcanzar popularidad, atraer a más gente al templo fascinada por lo simpático y entretenido de estas novedades litúrgicas, pero no logran que la gente se acerque más a Cristo, que oren, se conviertan, se santifiquen, conozcan la doctrina íntegra. Tampoco, con esa liturgia secularizada, saciarán su sed de Dios y de paz, lleno todo el templo de ruido igual que el mundo.

            Un aspecto más ha influido en la liturgia rompiendo su sobria elegancia: el democraticismo en el que todos tienen que hacer algo ha inducido a falsear el bello concepto de participación activa en la liturgia, presentándola como un intervenir, ejercer un ministerio o servicio, multiplicando sin necesidad el movimiento en torno al presbiterio. De nuevo es restarle el protagonismo a Dios para convertir en protagonistas a los asistentes. Participar no es hacer algo en la liturgia; Benedicto XVI advierte que “con esta palabra no se quiere hacer referencia a una simple actividad externa durante la celebración”[1], “la participación activa no es lo mismo que desempeñar un ministerio particular”[2]. Una Misa participada y participativa ha venido a ser sinónimo de una Misa en la que todos hacen algo. La participación verdadera de los fieles es definida por el Concilio Vaticano II como “plena, consciente, activa, fructuosa, interior”, y consiste en unirse a la liturgia con recogimiento, orar en silencio, responder, cantar, escuchar la Palabra, ofrecerse con Cristo al Padre y poder comulgar la Víctima santa. Así hemos de vivir los santos misterios, así hemos de educar a otros para participar, así habrá de celebrarse siempre y en todas partes.



[1] BENEDICTO XVI, Exhortación Sacramentum caritatis, n. 52.
[2] Id., n. 53.

1 comentario:

  1. No se puede pretender nada si al comulgar, el carnicero, pone en la mano de los comulgantes el Santísimo Sacramento, Misterio de nuestra Fe.

    ¡Basta YA!

    Enhorabuena por su blog don Javier.
    Abrazos fraternos.

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