lunes, 29 de marzo de 2010

La Misa crismal, su teología y sus textos

La Misa crismal, como anticipo de la gran solemnidad de la Vigilia pascual, es la celebración peculiar y única de cada diócesis, donde el Obispo con sus presbíteros consagran el Crisma, se bendicen los Óleos de catecúmenos y de enfermos y todo el pueblo cristiano es convocado.

"35. La Misa crismal, en la cual el Obispo que concelebra con su presbiterio, consagra el santo Crisma y bendice los demás óleos, es una manifestación de la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo. Para esta Misa ha de convocarse a los presbíteros de las diversas partes de la diócesis para concelebrar con el obispo; y ser testigos y cooperadores en la consagración del Crisma, del mismo modo que en el ministerio cotidiano son sus colaboradores y consejeros.
Conviene que se invite encarecidamente también a los fieles a participar en esta Misa, y que en ella reciban el sacramento de la eucaristía.
La Misa crismal se celebra, conforme a la tradición, el jueves de la Semana Santa. Sin embargo, si es difícil para el clero y el pueblo reunirse aquel día con el Obispo, esta celebración puede anticiparse a otro día, pero siempre cercano a la Pascua. El nuevo Crisma y el nuevo óleo de los catecúmenos se han de utilizar en la celebración de los sacramentos de la iniciación en la noche pascual. 

36. La celebración de la Misa crismal sea única a causa de su significación en la vida de la diócesis, y celébrese en la iglesia catedral o, por razones pastorales, en otra iglesia especialmente si es más insigne.
La recepción de los óleos sagrados en las distintas parroquias puede hacerse o antes de la celebración de la Misa vespertina "en la Cena del Señor", o en otro momento más oportuno. Esto puede ayudar a la formación de los fieles sobre el uso y efecto de los óleos y del Crisma en la vida cristiana" (Cong. Culto divino, Carta sobre la Preparación y celebración de las fiestas pascuales).
La teología de esta Misa venerable del rito romano se expone tanto en las lecturas como en sus textos eucológicos (: las plegarias de la Iglesia). Jesús es el Señor y el Mesías-Ungido, Sumo y Eterno Sacerdote en el cielo que ha hecho de nosotros un pueblo de reyes, profetas y sacerdotes (1ª lectura de Isaías y 2ª del Apocalipsis) ungiéndonos a nosotros con Óleo santo, como Él fue ungido con Óleo de alegría, es decir, el Espíritu Santo en su encarnación, en su Bautismo en el Jordán y en su santa resurrección. Al servicio del pueblo santo, "Él no sólo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino que también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo para que por la imposición de las manos participen de su sagrada misión" (Prefacio).
Los misterios salvadores ocurridos en Cristo y por Cristo, en un tiempo histórico concreto, pasan a ser invisibles y reales por medio de los sacramentos de la Iglesia, las acciones salvíficas del Señor por gestos y oraciones. Los óleos que se bendicen y el Crisma que se consagra serán elementos puestos al servicio de la acción redentora del Señor y Salvador transmitiendo su vida y santidad. ¡Los sacramentos nos comunican la vida resucitada de Jesucristo, su Espíritu Santo, incoan en nosotros la vida eterna!
Las oraciones de esta Misa con ambiente pascual (de hecho se canta el Gloria, vestiduras festivas, luces, incienso y procesión con los Óleos) reflejan una preciosa teología sobre Jesucristo, la Iglesia y los sacramentos, que es además una ayuda espiritual para nosotros y una solemne catequesis en sus ritos, signos, plegarias y lecturas.
Como colofón, y a sabiendas de que hay que leerla muchas veces y desgranar cada frase, la oración de consagración del santo Crisma:
Señor Dios, autor de todo crecimiento y de todo progreso espiritual:

Recibe complacido la acción de gracias que gozosamente, por nuestro medio, te dirige la Iglesia.

Al principio del mundo, tú mandaste que de la tierra brotasen árboles que dieran fruto, y entre ellos, el olivo que ahora nos suministra el aceite con el que hemos preparado el santo crisma.

Ya David, en los tiempos antiguos, previendo con espíritu profético los sacramentos que tu amor instituiría en favor de los hombres, nos invitaba a ungir nuestros rostros con óleo en señal de alegría.

También, cuando en los días del diluvio las aguas purificaron de pecado la tierra, una paloma, signo de la gracia futura, anunció con un ramo de olivo la restauración de la paz entre los hombres.

Y en los últimos tiempos, el símbolo de la unción alcanzó su plenitud: después que el agua bautismal lava los pecados, el óleo santo consagra nuestros cuerpos y da paz y alegría a nuestros rostros.

Por eso, Señor, tú mandaste a tu siervo Moisés que, tras purificar en el agua a su hermano Aarón lo consagrase sacerdote con la unción de este óleo.

Todavía alcanzó la unción mayor grandeza cuando tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, después de ser bautizado por Juan en el Jordán, recibió el Espíritu Santo en forma de paloma y se oyó tu voz declarando que él era tu Hijo, el Amado, en quien te complacías plenamente. De este modo se hizo manifiesto que David ya hablaba de Cristo cuando dijo: “El Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros”.

A la vista de tantas maravillas, te pedimos, Señor, que te dignes santificar con tu bendición este óleo y que, con la cooperación de Cristo, tu Hijo, de cuyo nombre le viene a este óleo el nombre de crisma, infundas en él la fuerza del Espíritu Santo con la que ungiste a sacerdotes, reyes, profetas y mártires y hagas que este crisma sea sacramento de la plenitud de la vida cristiana para todos los que van a ser renovados por el baño espiritual del bautismo;

haz que los consagrados por esta unción, libres del pecado en que nacieron, y convertidos en templo de tu divina presencia, exhalen el perfume de una vida santa;

que, fieles al sentido de la unción, vivan según su condición de reyes, sacerdotes y profetas y que este óleo sea para cuantos renazcan del agua y del Espíritu Santo, crisma de salvación, les haga partícipes de la vida eterna y herederos de la gloria celestial.


Como esta es la grandeza de la liturgia romana, la fuente de la Tradición litúrgica, creo que no hará falta decir más para que acudamos, orantes y con fervor, a la celebración, junto al Obispo y con toda la diócesis, dilatando el corazón en el gozo de la eclesialidad.

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