lunes, 15 de marzo de 2010

Ayunamos porque tenemos hambre


El ayuno es una práctica espiritual de primer orden, muy valorada y recomendada por la Tradición de la Iglesia no sólo para los monjes, sino para todo el pueblo cristiano. Bastaría ver los grandes sermones de los Padres en la Cuaresma.

Hoy, con la disciplina actual de la Iglesia, el ayuno está muy mitigado: sólo dos días al año, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo a lo que hay que sumar la abstinencia de carne para los viernes. Añadamos que era tradicional, aunque no se ha recuperado su obligación, el ayuno no penitencial, sino pascual del Sábado Santo, disponiéndonos para la Vigilia pascual.

Pero, considerando el sentido del ayuno, éste debería ser más practicado, más generosamente ejercitado por todos.

Ayunar -un sola comida al día, y algo muy leve por la mañana y por la noche- nos hace experimentar la debilidad, nos educa en el dominio de uno mismo cuando tantas veces el pecado tiene una fuerza tal que no la sabemos sofocar; asimismo el ayuno es un recordatorio durante toda la jornada de que hay algo más, mayor y más importante, superior y necesario, para sustentar nuestro existir: ¡Jesucristo!

El ayuno y la abstinencia de carne marcan el espíritu penitencial durante la Cuaresma: reducir la cantidad de alimento, evitar los lujos y pequeños placeres, tal vez rehusar comer festivamente con los amigos en un restaurante, etc. Cada uno deberá concretar tanto el ayuno como las penitencias que nos ayuden a un espíritu de moderación, austeridad y penitencia.

Un prefacio de la liturgia cuaresmal canta la grandeza del ayuno por el cual se da gracias a Dios:

"Porque con el ayuno corporal
refrenas nuestras pasiones,
elevas nuestro espíritu,
nos das fuerza y recompensa
por Cristo, Señor nuestro" (IV de Cuaresma).

Éstos son los valores del ayuno corporal: refrenar las pasiones, elevarnos sobre nuestra condición tan terrena y apegada a lo material y adquirir fuerza y recompensa por medio de Cristo.

Ayunamos porque tenemos hambre: "No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"; o como decía bellísimamente la postcommunio del I domingo de Cuaresma: "haz que tengamos hambre de Cristo, pan vivo y verdadero".

Eso es: ayunamos porque tenemos hambre de Cristo, hambre de su Presencia, del encuentro con Él, de su misericordia.

Y eso no es todo: lo que nos ahorramos económicamente con el ayuno y con tanta privación no nos pertenece, es para los pobres. Por eso el Jueves Santo deberíamos entregar los ahorros del ayuno a Cáritas en la colecta de la Misa. Todo ayuno implica fraternidad.

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