jueves, 4 de marzo de 2010

Año sacerdotal. A vueltas con la identidad


Instrucción "El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial", 5:

La identidad del sacerdote debe meditarse en el contexto de la voluntad divina a favor de la salvación, puesto que es fruto de la acción sacramental del Espíritu Santo, participación de la acción salvífica de Cristo, y puesto que se orienta plenamente al servicio de tal acción en la Iglesia, en su continuo desarrollo a lo largo de la historia. Se trata de una identidad tridimensional: pneumatológica, cristológica y eclesiólogica. No ha de perderse de vista esta arqui-tectura teológica primordial en el misterio del sacerdote, llamado a ser ministro de la salvación, para poder aclarar después, de modo adecuado, el significado de su concreto ministerio pastoral en la parroquia. Él es el siervo de Cristo, para ser, a partir de él, por él y con él, siervo de los hombres. Su ser ontológicamente asimilado a Cristo constituye el fundamento de ser ordenado para servicio de la comunidad. La total pertenencia a Cristo, convenientemente potenciada y hecha visible por el sagrado celibato, hace que el sacerdote esté al servicio de todos. El don admirable del celibato, de hecho, recibe luz y sentido por la asimilación a la donación nupcial del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, a una humanidad redimida y renovada.
El ser y el actuar del sacerdote -su persona consagrada y su ministerio- son realidades teológicamente inseparables, y tienen como finalidad servir al desarrollo de la misión de la Iglesia: la salvación eterna de todos los hombres. En el misterio de la Iglesia -revelada como Cuerpo Místico de Cristo y Pueblo de Dios que camina en la historia, y establecida como sacramento universal de salvación-, se encuentra y se descubre la razón profunda del sacerdocio ministerial, «de manera que la comunidad eclesial tiene absoluta necesidad del sacerdocio ministerial para que Cristo, cabeza y pastor, esté presente en ella».

Ya aquí se revelan puntos concretos de la identidad del presbítero y su ministerio.

La identidad sacerdotal es tridimensional al ser:
  1. Pneumatólógica: Es el Espíritu Santo el que configura con Cristo y realiza por nuestras manos la obra de la santificación hoy.
  2. Cristológica: El sacerdote tiene una total pertenencia a Cristo por una vinculación ontológica que lo marca y lo orienta para toda su vida (es ipse Christus), mediante el Sacramento del Orden.
  3. Eclesiológica: El sacerdote está volcado y vive para la Iglesia, Esposa de Cristo, atendiéndola, cuidándola con delicadeza y paciencia. Su relación con la Iglesia es esponsal, y su signo es el celibato sacerdotal que posee un valor teológico-espiritual (y se desfigura completamente si sólo se señala su aspecto ascético-disciplinar y su carácter de “ley eclesiástica”).
El sacerdote es ministro de la salvación, cooperando en la fe y en la verdad, al servicio de vuestra alegría. Si es ministro de la salvación de Dios (no de un proyecto mundano o meramente histórico o inmanente) debe ser hombre de fe (arraigada, confiada, firme, esperanzada), un verdadero hombre de Dios y, por tanto, un hombre de Iglesia, con sentido de Iglesia, con alma eclesial (“vir ecclesiasticus”, que deseaba Orígenes).

El presbítero “presencializa” a Cristo en la comunidad eclesial a través de su vida y coherencia personal, respondiendo a la gracia recibida en el sacramento del Orden, y del ministerio que se le encomienda por parte del Obispo; y presencializa a Cristo como Esposo, Cabeza y Pastor de la Iglesia (no es un simple dirigente, o un responsable, o animador, o líder...).

¿Cómo hace presente a Cristo? De la respuesta a esta pregunta depende todo, y de renovar el propio ser e identidad, la fuente de la espiritualidad sacerdotal. El presbítero hace presente a Cristo porque actúa –por la fuerza del Espíritu- in persona Christi capitis. Aquí los esquemas sociológicos o democraticistas caen para comprender el ministerio sacerdotal; la perspectiva solamente puede ser sobrenatural: la economía de la salvación, el “designio” de Dios sobre su Iglesia y la salvación de los hombres.

Oremos, entonces:

"Tú que, en medio de los fieles, consagraste a los santos pastores, y por tu Espíritu, los dirigiste,
llena del Espíritu Santo a todos los que rigen a tu pueblo" (Preces II Vísp., Común de Pastores).

1 comentario:

  1. Dios les fuerza, templanza y clarividencia. Ser sacerdote es una responsabilidad tremenda y un don maravilloso. Gracias por tan estupendas reflexiones. Dios le bendiga :)

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