Qui diceris Paraclitus,
donum Dei altissimi,
fons vivus, ignis, caritas,
et spiritalis unctio.
Tú eres
nuestro consuelo, don de Dios altísimo,
fuente viva,
fuego, caridad y espiritual unción.
La Persona-Don es por
excelencia el Espíritu Santo; es el Amor del Padre y del Hijo que se derrama
abundantemente. Escribía san Agustín:
““El Espíritu Santo es algo común entre el Padre y el Hijo..., la misma comunión consustancial y co-eterna... Ellos no son más que tres: uno que ama a quien procede de él; uno que ama a aquel de quien recibe el origen; y el amor mismo” (De Trinitate, VI,5,7).
Por eso
es la Persona-Don,
el Amor mismo de Dios, Personal:
“El Amor es de Dios y es Dios: por tanto, propiamente es el Espíritu Santo, por el que se derrama la caridad de Dios en nuestros corazones, haciendo morar en nosotros a la Trinidad... El Espíritu Santo es llamado con propiedad Don, por causa del Amor” (S. Agustín, De Trinitate, XV, 18, 32).
El Espíritu, la Persona-Don, nos da la
vida íntima de Dios, nos hace partícipes del Corazón de Dios, nos introduce en
la intimidad de la Trinidad.
El Espíritu se
nos da como el mayor Don de Dios posible, agraciándonos, santificándonos,
elevándonos, divinizándonos.
No
necesita más especificación: cualquier otro don y gracia son pequeños
comparados con el Espíritu Santo; es más, cualquier otro don y gracia son un
resultado causado por la presencia del mismo Espíritu.
Él es verdadero y gran
Don: “Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”, reza la fórmula
sacramental de la
Confirmación.
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