¿Hay acaso, es posible, otra vez de dirigirse a Dios que no sea pedirle humildemente?
Consideremos esa expresión de la plegaria eucarística II.
“Te pedimos humildemente”
-Comentarios a la plegaria eucarística –XII-
La Iglesia ante Dios se sabe
sierva, pequeña, nunca dominadora. Los mismos hijos de Dios se dirigen a Él con
confianza y audacia, pero, al mismo tiempo, sin descaro ni imposición. La
confianza filial en Dios no está reñida con la adoración, el respeto, la
sacralidad. Se está ante Dios mismo, trascendente, omnipotente y Padre al mismo
tiempo. Es una conciencia clara de pequeñez ante la grandeza de Dios, por eso
se evita la presunción, la arrogancia, el lenguaje impositivo y demasiado
coloquial que rebaja a Dios a alguien manipulable.
2097 Adorar a Dios es
reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo
existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo,
como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho
grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración
del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud
del pecado y de la idolatría del mundo.
2628 La adoración
es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador.
Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la
omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el
espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el silencio
respetuoso en presencia de Dios “siempre [...] mayor” (San Agustín, Enarratio
in Psalmum 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente
amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
“Te
pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad” (PE II). Así
se ora a Dios, así la Iglesia
eleva sus súplicas, así reza el cristiano: “humildemente”. Lleno de confianza
para llamar a las puertas del Corazón de Dios, pero con humildad; con
perseverancia, pero con respeto filial. Todo el lenguaje de la liturgia en sus
plegarias, oraciones y preces posea la característica de la humildad y el
respeto al dirigirse al Padre: “Señor Dios, Padre todopoderoso”, “Dios
todopoderoso y eterno”.
Al
orar, la Iglesia
adopta un profundo espíritu de humildad y reverencia. En el Canon romano, ruega
a Dios que acepte la Ofrenda
del altar y sea para los comulgantes gracia y salvación; al hacerlo, el
sacerdote profundamente inclinado ruega: “Te pedimos humildemente, Dios
todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del
cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al
participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición”.
Sólo
con humildad se pueden celebrar los santos misterios y entrar en el Misterio de
Dios. La liturgia, siempre la gran educadora del espíritu cristiano, inculca la
humildad a los hijos de la
Iglesia.
Una
de las invitaciones al acto penitencial de la Misa, afirma así dirigiéndose el sacerdote a los
fieles: “Humildes y penitentes como el publicano en el templo, acerquémonos al
Dios justo, y pidámosle que tenga piedad de nosotros, que también nos
reconocemos pecadores”. Éste es, pues, el tono espiritual para acercarse al
Señor en la liturgia y dirigirle nuestra plegaria.
La
liturgia cristiana es vivida por la
Iglesia con un gran sentido sagrado y espíritu humilde: “al
celebrar tus misterios con culto reverente”[1];
también reconoce su pequeñez, como la Virgen
María la confesó en el Magnificat, y pide: “Mira complacido,
Señor, nuestro humilde servicio, para que esta ofrenda te sea agradable y nos
haga crecer en el amor”[2].
Esa
misma humildad del espíritu cristiano suplica y espera que se celebre y se viva
dignamente la celebración eucarística: “Oh Dios, que obras con poder en tus
sacramentos, concédenos que nuestro servicio sea digno de estos dones sagrados”[3];
“concédenos, Señor, que podamos servirte en el altar con un corazón puro”[4]; así,
“purificados por tu gracia, podamos participar más dignamente en los
sacramentos de tu amor”[5].
Cristianamente,
la humildad es grata a Dios: derriba a los soberbios y enaltece a los humildes;
el que se ensalza, será humillado y el que se humilla, será enaltecido.
Es
lo que ponemos de manifiesto en la misma plegaria eucarística: “Te pedimos
humildemente”.
Javier Sánchez
Martínez, pbro.
"La liturgia, siempre la gran educadora del espíritu cristiano, inculca la humildad a los hijos de la Iglesia." frases como esta, su valor al escribir y los ejemplos del oficio que nos trae en la entrada hacen su blog recomendable para TODOS,
ResponderEliminarAbrazos fraternos.