jueves, 13 de junio de 2019

"Y con tu espíritu" - I (Respuestas - I)




En la liturgia, el saludo litúrgico del ministro ordenado (obispo, sacerdote o diácono) se responde con una fórmula antigua, clásica, venerable, con origen en las Escrituras y en las costumbres semíticas: “El Señor esté con vosotros – Y con tu espíritu”.

            Este saludo expresa una especial asistencia de Dios, una elección amorosa, una protección para quien va a ser enviado a una misión particular y nada debe temer porque no se ampara en sus propias fuerzas, recursos, compromisos o capacidades. Inspira, por tanto, seguridad en la continua asistencia divina.



            Su origen es muy antiguo, inmemorial. Es el modo en que Booz saluda a los segadores: “El Señor con vosotros” (Rt 2,4), o sea, “Dominus vobiscum” en latín., y es el modo en que Dios se comunica a sus elegidos. “No temas… estoy contigo”, como en el caso de Abrahán (Gn 26,3.23), Moisés (Ex 3,12) o Jeremías (1,6-8). A Josué le dice el Señor con cálidas palabras: “como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré” (Jos 1,5), y a Gedeón de esta forma: “El Señor esté contigo, valiente guerrero” (Jue 6,12).

            Esta presencia divina es garantía para el elegido, confianza en la acción de Dios. ¡No digamos nada al iniciarse la plenitud de los tiempos! El ángel Gabriel se dirige a la Virgen María: “El Señor es contigo… No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás…” (Lc 1,28-30). No estará sola, ni desempeñará su especialísima vocación sola y por su propio esfuerzo y voluntarismo: el Señor estará con María Virgen dando siempre gracia suficiente.


            Jesucristo conforta a sus apóstoles ante su ausencia visible, por la Ascensión, prometiéndoles su presencia invisible aunque real: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Garantizó que la Iglesia reunida para orar y celebrar la liturgia santa en su nombre, contaría siempre con su presencia: “donde dos o tres se reúnen en mi nombre… allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).

            Las cartas paulinas muestran el uso litúrgico del saludo, sin poder diferenciar muy bien si fueron estos saludos paulinos los que pasaron a la liturgia o si san Pablo asumió un uso ya extendido en la liturgia apostólica. El Apóstol se dirige a las distintas Iglesias deseándoles esa Presencia viva de Jesucristo, su gracia, su paz y su misericordia. Leámoslos todos:

“Gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1,7).

“A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1Co 1,3; 2Co 1,2; Ef 1,2; Flp 1,2).

“La gracia del Señor Jesús con vosotros” (1Co 16,23).

“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros” (2Co 13,13).

“La gracia esté con vosotros” (Col 4,18).

“La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros” (1Ts 5,28).

“La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros” (2Ts 3,18).

“Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro” (2Tm 1,2).


            Tres saludos del Apóstol de las gentes incluyen la terminación “con vuestro espíritu” y una, muy especialmente, a Timoteo, el joven obispo, se le dirige “con tu espíritu”:

“La gracia del Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu” (Flp 4,23).

“La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos” (Gal 6,18).

“El Señor esté con tu espíritu” (2Tm 4,22).

            “Sea con vuestro espíritu” (Gal 6,18) se puede interpretar, sin duda, de muy distintas maneras. Expresa lo más profundo del ser humano, allí donde el Espíritu Santo se une a nuestro propio espíritu dando testimonio de que somos hijos de Dios (Rm 8,15); hace referencia al hombre formado por cuerpo, alma y espíritu (1Ts 5,23) consagrado a Jesucristo. A esto alude, por ejemplo y siguiendo el texto paulino, la oración de bendición de óleo de los enfermos que reza el obispo en el original latino: “sientan en el cuerpo, en el alma y en el espíritu tu divina protección” (aunque en la traducción castellana se ha omitido “espíritu”).

            Pero también la tradición eclesial ha interpretado “espíritu” restringido al carisma ministerial, a la gracia única y específica del Espíritu Santo por la imposición de manos: “el don que hay en ti, que te fue dado por intervención profética con la imposición de manos del presbiterio” (1Tm 4,14), “el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos” (2Tm 1,6), “el Señor esté con tu espíritu” (2Tm 4,22).

            La respuesta en la liturgia, “y con tu espíritu”, es más expresa y llena de contenido que decir “y contigo”, como lo haría una traducción más coloquial y más pobre a su vez. Alude al espíritu sacerdotal, al Espíritu que obra mediante el sacerdote, a la gracia propia del sacramento del Orden.

            La Tradición, desde luego, lo interpretó así. Veamos suficientes testimonios. Por ejemplo, san Juan Crisóstomo, el patriarca de Constantinopla:

            “El Señor Jesucristo con tu espíritu… No dice: contigo, sino: con tu espíritu. Doble ayuda: de la gracia del Espíritu y del auxilio de Dios. Y es que Dios no puede estar con nosotros de otra manera que con su gracia espiritual” (Hom. sobre 2Tm, n. 10).

            “Ya veis que esto también lo hace el Espíritu… Si el Espíritu no estuviera en nuestro común padre y doctor [se refiere al obispo Flaviano], cuando hace poco ha subido a su sede y os ha saludado a todos, no hubiéramos respondido: y con tu Espíritu… Y no sólo cuando os habla, o cuando ora por vosotros, le respondéis con estas palabras, sino cuando asiste a esta santa mesa y ofrece el tremendo sacrificio… Cuando le respondéis: y con tu Espíritu, con esta respuesta estáis recordando que no es la persona ni los méritos humanos los que realizan esta obra, sino la gracia del Espíritu la que realiza este sacrificio sacramental… Si no estuviera presente el Espíritu no existiría la Iglesia” (Hom. Pentecostés, PG 50,458-459).

            Al responder “y con tu espíritu” al saludo sacerdotal, el pueblo santo se une a la acción litúrgica más plenamente, se une a la oración común, dando su asentimiento al sacerdote para que obre y deseando que el Espíritu Santo actúe sobre el espíritu sacerdotal:

            “Advierte cuán era la fuerza de la asamblea… Ahora a todos se propone un mismo cuerpo y una misma bebida. Y puede uno ver también cómo el pueblo toma mucha parte activa en las súplicas. Y así hay oraciones comunes de los sacerdotes y del pueblo… Ya en los tremendos misterios el sacerdote ora por el pueblo, y éste por el sacerdote; pues estas palabras: “con tu espíritu”, no significan otra cosa” (S. Juan Crisóstomo, In 2Cor, hom. 18,3).

            Igualmente, de la Iglesia siríaca, nos llega esta explicación tan concreta y clara:

            “…llama “espíritu” no al alma que está en el sacerdote, sino al Espíritu que éste ha recibido por la imposición de manos” (Narsay de Nísibe, Hom. XVII).

            Por eso, ayer y hoy, la respuesta “y con tu espíritu” sólo se da al ministro ordenado, aludiendo al “espíritu” que recibió en el sacramento del Orden: “ésta es la razón también por la que la Iglesia permite sólo a los que tienen las órdenes mayores usar el Dominus vobiscum, o sea al obispo, sacerdote y diácono”[1].




[1] JUNGMANN, J.A., El sacrificio de la Misa, Madrid 1959, 466.

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