martes, 25 de junio de 2019

Pastoral desde el Corazón de Jesús (I)

            ¡Corazón de Jesús, felicidad de los santos, ten piedad de nosotros!

            La devoción al Corazón de Jesús, el amor al Corazón de Cristo, conlleva un modo concreto para la pastoral de la Iglesia; conlleva e implica una forma de apostolado en medio del mundo. No es una devoción liviana o pasajera, intimista o superficial, que distraiga al alma de la tarea de su santificación o de la transformación del mundo según el plan de Dios. La verdadera devoción suscita el apostolado y la pastoral; hace brotar corrientes de evangelización, de santificación y transformación.



            Extraigamos las consecuencias y dejémonos llevar por el Corazón de Cristo.

            El catolicismo se compendia en el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús; el catolicismo, si se pudiera definir así, es una “religión del amor”, del Dios Trinidad que tanto amó al mundo que envió a su Hijo Unigénito para salvar al hombre. Aquí, en la Iglesia, los hombres deben poder encontrar el ámbito y la experiencia del Amor de Dios. El anuncio que hemos de proclamar es “Dios te ama, Cristo ha venido por ti” (Christifideles Laici, 17); hemos de gritar y confesar: “No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo Redentor… Sólo él conoce lo que hay en el hombre. ¡No tengáis miedo!”

            La vida misma de la Iglesia ha de ser un sacramento, un signo de amor; convertir cada comunidad cristiana en una comunidad de amor, amor que se abre y se difunde, que acoge y perdona, que redime, salva y cura al hombre tal y como es el amor del Corazón de Jesús. ¡Todo amor! Jesús es todo amor, todo misericordia. Por tanto, un verdadero apostolado desde el Corazón de Jesús, será construir la Iglesia y aportar cada uno su esfuerzo generoso para que el catolicismo muestre su verdadero rostro de amor. Sobrarán, entonces, en la Iglesia, tantas costumbres heredadas que, distorsionadas, sólo sirven para provocar la vanidad de los títulos, de los cargos, de los grados de antigüedad, acompañadas tantas veces de la prepotencia soberbia del “siempre se ha hecho así” sin dejarse guiar por los pastores de la Iglesia.


            Una Iglesia llena del Amor de Jesucristo, que vive de su amor, donde se busca el bien concreto de cada persona, se le asigna la tarea o misión que mejor pueda desempeñar, unos se preocupan de los otros, se sobrellevan las cargas y pecados de los demás; y no cabe ni ha lugar la envidia, la crítica, el orgullo, el querer ser los más importantes o el llevar siempre la razón. ¡Iglesia santa, viviendo del amor de Jesucristo! Ésta es, entonces, la primera línea de trabajo del apostolado auténtico en el Corazón de Jesús.

            No menos importante, para la pastoral de los sacerdotes y el apostolado laical considerar a cada persona como la considera el mismo Cristo. Cada persona, cada ser humano es único e irrepetible, posee una dignidad intrínseca, creado por Dios y hecho hijo de Dios. El amor de Dios es un amor personal, directo, concreto, por cada alma. El mismo Cristo, por su Encarnación “se ha unido a todo hombre”, dirá el concilio Vaticano II (GS 22). Cristo busca al hombre, a cada hombre, ama a cada hombre tal y como es, en sus circunstancias concretas y en sus debilidades y pecados. No busca el populismo del aplauso, el ser popular y siempre quedar bien, la acción masiva que despersonaliza. Trata persona a persona, corazón a corazón. A cada uno le revela el Evangelio y le muestra su amor, curando sus heridas con el bálsamo de su misericordia. No somos números de una estadística para Jesucristo, somos personas con rostro concreto para Él, amados por Él. Este principio lo contemplamos cercano y amable en el Evangelio. Dedica largos ratos para hablar uno a uno, en coloquio de amistad. Habla con la samaritana junto al pozo de Jacob; pasa buena parte de la noche en diálogo con Nicodemo. Mira a los ojos con amor infinito al joven rico… Es un trato de corazón a corazón.

            El camino hoy no puede ser otro. Si nuestro mundo está masificado y despersonalizado, ser pastor de la Iglesia, o ser apóstol en medio del mundo, debe buscar, no las grandes cosas, sino el trato directo y personal, el coloquio amistoso y la confidencia íntima con cada persona. Será el apostolado persona a persona, sin falsos respetos humanos, con delicadeza, un apostolado desde el Corazón de Jesús. Será la pastoral persona a persona, en la dirección espiritual y en el sacramento de la penitencia donde cada persona se pueda sentir amada por Jesucristo. Tanto la pastoral como el apostolado pide invertir mucho tiempo con amor en el trato personal.

            Una tercera línea de acción pastoral, fruto del amor y devoción al Corazón de Jesús, será conducir a la oración y enseñar a orar. “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). El cristianismo es una relación personal con el amor del Corazón de Cristo. Transmitir ideas o simplemente realizar eventos culturales, catequesis que son ideología, sirven para poco; una pretendida ética de valores sin referencia al amor de Cristo, da poco fruto. Hoy se impone conducir a cada persona a que haga ella misma su experiencia personal del Señor, disfrute de su amor, sienta su misericordia que acoge. Sólo el trato personal. Sólo ponerse delante de su Corazón y dejarse amar por Él. La devoción al Corazón de Cristo es una apuesta decidida y arriesgada por una intimidad personal con el Señor. Habremos de hacer como Felipe y Andrés llevando a unos griegos ante la presencia de Cristo. Ya Cristo hablará en la oración, iluminará en la meditación, consolará las almas. Hay que acompañar a todos para que oren y traten en amistad con el Corazón de Cristo. La oración es primordial porque es un trato de amistad con el amor de Jesucristo, conversando en intimidad con Él. La Iglesia, cada comunidad cristiana, parroquia, Monasterio, asociación, movimiento de Iglesia, debe ser una verdadera y cierta “comunidad de oración”, donde se ore y se enseñe a orar, donde se facilite el tiempo y la forma de orar. Sin oración verdadera y silenciosa, no se conoce el Corazón de Cristo; sin oración perseverante y confiada, no hay cristianismo, ni amor, y, mucho menos, devoción al Corazón de Jesús. ¡Cuánto bien hace al alma encontrarse con este Corazón vivo en la exposición del Santísimo, en la visita furtiva y discreta al Sagrario!

            Sobra actividad y falta profundidad. Sobran reuniones y falta silencio. Sobran cultos esplendorosos y falta adoración. Entremos en el Corazón de Cristo por medio de la oración, y llevemos allí a todos para que puedan gustar el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Hemos de ser orantes, en espíritu y verdad; hemos de forjar orantes, amigos fuertes de Dios. Tal es el apostolado y la devoción al Corazón de Jesús: un apostolado de la oración, de la Palabra de Dios meditada, de la Eucaristía y del Sagrario.

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