"Cristo es un Tabernáculo en movimiento;
es
el Hombre que lleva dentro de sí la grandeza del Cielo;
es el Hijo de Dios
hecho Hombre;
es el milagro que pasa por los senderos de nuestra tierra.
Cristo
es en verdad el Único, el Bueno, el Santo.
¡Si también nosotros lo pudiésemos
encontrar,
si fuésemos tan privilegiados
como Pedro, Santiago y Juan!
Pues
bien, hijos, tendremos esta fortuna. No será sensible como en la Transfiguración
luminosa, que ofuscó la mente y la vista de los apóstoles; pero su realidad se
nos concederá hoy también a nosotros.
Es preciso saber transfigurar, con la
mirada de la fe, los signos con que el Señor se nos presenta; no para alimentar
nuestra fantasía, perfilándonos un mito, un fantasma, la imaginación. No, sino
para contemplar la realidad, el misterio, lo que existe realmente
Pensad en esto,
dejad que estas palabras se graben en vuestras almas. Creed en la realidad que
pretenden transformar en vosotros. Y sabed que no se trata de un sonido que
pasa y de apagada; no de algo externo que interesa poco.
Que cada uno sienta y
repita:
es mi vida,
es mi destino,
es mi definición,
pues también yo soy
cristiano, también yo soy hijo de Dios.
La Revelación de Cristo me descubre lo que yo soy.
Aquí
está el comienzo de la felicidad, el destino sobrenatural, desde este momento
iniciado y activo en nuestro ser.
Hijos míos,... acrecentad en vuestros
corazones la fe de Cristo Jesús; sabed quién es Él verdaderamente, y pensad que
su rostro es el sol de vuestras almas. Sentíos siempre iluminados por Él, luz
del mundo, salvación nuestra".
(Pablo VI, Homilía II domingo de Cuaresma,
14-marzo-1965).
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