martes, 25 de septiembre de 2018

El estilo moral del cristianismo (y III)



            Si éste es el camino de la luz, el camino del bien y de la verdad, que marca lo positivo en la vida cristiana, por contraste, hemos de saber cuál es el camino de las tinieblas, el camino del mal, que desemboca en el abismo.


           Nada de este camino del mal nos es lícito:

            “Por el contrario, el camino de la muerte es éste: ante todo, es malo y lleno de maldición: asesinatos, adulterios, pasiones, fornicaciones, robos, idolatría, magia, hechicería, saqueos, falsos testimonios, hipocresías, doblez de corazón, engaño, soberbia, maldad, presunción, avaricia, lenguaje obsceno, envidia, temeridad, ostentación, fanfarronería, falta de temor; perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amantes de la mentira, desconocedores del salario de la justicia, no concordes con el bien ni con el juicio justo, no vigilantes para el bien, sino para el mal; alejados de la mansedumbre y la paciencia, amantes de la vaciedad, perseguidores de la recompensa, despiadados con el pobre, indolentes ante el abatido, desconocedores del que los ha creado, asesinos de niños, destructores de la obra de Dios, que vuelven la espalda al necesitado, que abaten al oprimido, defensores de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo. ¡Ojalá, hijos, permanezcáis alejados de todo esto!” (Didajé, V,1-2).


            Igual claridad y determinación en la Doctrina de los Doce Apóstoles:


            “En cambio, el camino de la muerte es contrario a aquél. Ante todo, es malo y lleno de maldiciones: adulterios, homicidios, falsos testimonios, fornicaciones, malos deseos, actos mágicos, inicuos brebajes, robos, vanas supersticiones, rapiñas, hipocresías, repugnancias, malicia, petulancia, codicia, lenguaje impúdico, envidia, osadía, soberbia, altanería, vanidad. Los que no temen a Dios, los que persiguen a los buenos, los que odian la verdad, los que aman la mentira, los que no conocen la recompensa de la verdad, los que no se aplican al bien, los que no tienen un juicio recto, los que velan no por el bien sino por el mal, de los cuales está lejos la mansedumbre y cerca la soberbia, los que persiguen a los remuneradores, los que no se apiadan del pobre, los que no se afligen con el afligido, los que no conocen a su Creador, los que asesinan a sus hijos, los que abortan, los que se alejan de las buenas obras, los que oprimen al que trabaja, los que esquivan el consejo de los justos. Apártate, hijo, de todos éstos” (V,1-3).

            Por último, y se ve cómo es un lenguaje común en estos antiquísimos textos cristianos, la epístola del Pseudo-Bernabé, repitiendo expresiones y contenidos anteriores:

            “El camino del Negro [Satanás] es tortuoso y está repleto de maldición. Pues es un camino de muerte eterna en medio de tormentos, en el que está todo aquello que arruina el alma: idolatría, temeridad, arrogancia de poder, hipocresía, doblez de corazón, adulterio, asesinato, robo, soberbia, transgresión, engaño, maldad, vanidad, hechicería, magia, avaricia, falta de temor de Dios. Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amantes de la mentira, desconocedores del salario de la justicia, no concordes con el bien ni con el juicio justo, despreocupados de la viuda y del huérfano, no vigilantes para el temor de Dios, sino para el mal, alejadísimos de la mansedumbre y de la paciencia, amantes de la vaciedad, perseguidores de la recompensa, despiadados con el pobre, indolentes ante el abatido, inclinados a la calumnia, desconocedores del que los ha creado, asesinos de niños, destructores de la obra de Dios, que vuelven la espalda al necesitado, que abaten al oprimido, defensores de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo” (XX,1-2).

            El cristianismo no será un moralismo, que todo lo reduce a moral y los supuestos “valores”, tal como se dice de unos años para acá; no, no será un moralismo, pero sí engendra un estilo moral, es decir, un estilo cristiano de vivir. Es claro y preciso: se trata de la belleza de la vida cristiana, del bien de la vida cristiana, que ama el bien y lo practica.

            No hay lugar para las medias tintas, ni para las componendas personales y muy subjetivas, donde se valora si algo es pecado o no, según cada cual. Los dos caminos están muy trazados y definidos, y no dependen del gusto de cada uno, ni del relativismo moral de la persona.

            Con esa contundencia y claridad parece que habrá que inculcar el estilo moral cristiano hoy en catequesis y predicación.

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