"Compartir con Cristo" era el ansia del apóstol Pablo: compartía sus sufrimientos para rebosar del consuelo de Cristo; compartía con el Señor los dolores de su pasión en favor de su Cuerpo que es la Iglesia. Sufría con Cristo para ser con Él glorificado.
Así la dinámica de la vida cristiana transcurre en ese compartir constante con el Señor sus gozos y alegrías, así como su pasión, sus dolores y su sufrimiento.
Así el sufrimiento con Cristo, lleno de amor y por amor redentor, rebosa hacia los demás como una Copa de salvación. Lo mío deja de ser mío, lo entrego, y se vuelve fecundo para los demás. Por eso, el misterio del sufrimiento (ya sea físico en la enfermedad, o moral, o espiritual por la oscuridad) se convierte en una fuente de gracia para los demás.
León Bloy -lo hemos visto ya en muchas catequesis del blog- es un apasionado del misterio de la Comunión de los santos y nos ofrece luces que nos orientan y nos sitúan para vivir sobrenaturalmente, para vivir en lo invisible del Misterio.
Él escribía:
"Usted ya sabe, querida amiga, que hay almas excepcionales de las que Nuestro Señor está especialmente enamorado. Sabemos por qué cuando haya sido desvelado el misterio de la Comunión de los Santos. Ciertamente hay almas queridas que Dios ha designado para realizar su Pasión sufriendo por aquellos que no quieren sufrir" (Diarios, 27-diciembre-1912).
Hay almas, pues, que por especiales sufrimientos, incluidos los sufrimientos espirituales o morales, han sido tremendamente amadas por Dios, especialmente amadas por Dios, y enriquecen a la Iglesia cuando entregan su sufrimiento en la Comunión de los santos.
No son almas olvidadas de Dios, ni castigadas por Dios, sino especialmente amadas, de las que Dios se ha enamorado.
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