miércoles, 5 de septiembre de 2018

La felicidad y la alegría cristianas

La vida cristiana posee como nota propia la alegría. Ésta es un componente irrenunciable y característico del cristianismo.

Vale la pena profundizar, con palabras de Pablo VI, en la alegría cristiana, en la felicidad del Evangelio.




“La alegría, la paz del alma, la paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), la paz que no depende exclusivamente del goce de las condiciones necesarias al bienestar de la vida temporal, sino que viene de la fuente primera de la alegría, Dios, beatitud infinita, y que “nadie nos puede quitar” (Jn 16,22). 

¿Por qué no anunciarla una vez al mundo, que aparece atenazado por un deseo inextinguible de alegría y por una desesperada convicción de no poder alcanzarla? 

¿No es pesimista nuestro mundo? 

¿O no se engaña a sí mismo creyendo podérsela procurar con el sucedáneo del placer? 

¿Por qué no dar a nuestros hermanos los hombres el testimonio de que nosotros los cristianos, los hijos de la Iglesia, somos felices si somos humildes y fieles?

            Sí, somos felices, incluso bajo el peso de la cruz, incluso si nuestra cruz, pesada por la imitación y el amor que queremos ofrecer a la cruz de Cristo, es tal vez más dolorosa que la de quien busca sacudírsela de sus espaldas y no quiere reconocer su valor íntimo y su significado providencial.

            Por esta razón, hijos queridísimos, hemos celebrado la fiesta de Pentecostés dirigiendo a vosotros, a la Iglesia y también al mundo, nuestra exhortación que lleva el título de sus palabras iniciales, Gaudete in Domino, en un intento de recordar a todos nosotros que, si somos verdaderamente cristianos y católicos, debemos vivir inmersos en una alegría siempre nueva y siempre verdadera, la alegría que nos viene de la gracia del Espíritu Santo y que debe ser el resultado de ese doble esfuerzo de renovación y de reconciliación, que constituye el capítulo primero del programa del Año Santo.


Nos atrevemos a recomendar a todos la lectura de este documento, más aún, la reflexión sobre el mismo. Se encuentran en él las palabras del Evangelio y de la Sagrada Escritura, de las que deriva su autoridad y su teología. ¿Puede acaso vivir amargado por una desoladora tristeza el que vive en Cristo? 

De aquí también la filosofía de dicho documento, es decir, la lógica razonable, que nos impulsa a disfrutar de la fe, a respirar la atmósfera del Espíritu, a interpretar siempre con valor positivo el cuadro de la creación que nos rodea, y también los dolores y las pruebas de “este valle de lágrimas”, y a ahondar cada vez más en el sentido escatológico de nuestra existencia, es decir, en la certeza y en la esperanza de una vida personal nuestra más allá de la muerte temporal, una promesa de felicidad tal, que no es bálsamo ineficaz para los sufrimientos presentes, ni una ilusoria “huida” para sustraernos al apremio despiadado de los males cotidianos; sino que nos alienta a ponerles remedio con confiada paciencia y sabiduría, y nos hace gustar por adelantado un consuelo capaz de compaginar las penas de la vida presente con la serena, pero sincera alegría, como hemos dicho en otra ocasión, de la esperanza que no defrauda”


(Pablo VI, Audiencia general, 21-mayo-1975).

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