Vale la pena profundizar, con palabras de Pablo VI, en la alegría cristiana, en la felicidad del Evangelio.
“La alegría, la paz del alma, la paz
que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), la paz que no depende exclusivamente
del goce de las condiciones necesarias al bienestar de la vida temporal, sino
que viene de la fuente primera de la alegría, Dios, beatitud infinita, y que
“nadie nos puede quitar” (Jn 16,22).
¿Por qué no anunciarla una vez al mundo,
que aparece atenazado por un deseo inextinguible de alegría y por una
desesperada convicción de no poder alcanzarla?
¿No es pesimista nuestro mundo?
¿O no se engaña a sí mismo creyendo podérsela procurar con el sucedáneo del
placer?
¿Por qué no dar a nuestros hermanos los hombres el testimonio de que
nosotros los cristianos, los hijos de la Iglesia, somos felices si somos humildes y
fieles?
Sí,
somos felices, incluso bajo el peso de la cruz, incluso si nuestra cruz, pesada
por la imitación y el amor que queremos ofrecer a la cruz de Cristo, es tal vez
más dolorosa que la de quien busca sacudírsela de sus espaldas y no quiere
reconocer su valor íntimo y su significado providencial.
Por
esta razón, hijos queridísimos, hemos celebrado la fiesta de Pentecostés
dirigiendo a vosotros, a la
Iglesia y también al mundo, nuestra exhortación que lleva el
título de sus palabras iniciales, Gaudete
in Domino, en un intento de recordar a todos nosotros que, si somos
verdaderamente cristianos y católicos, debemos vivir inmersos en una alegría
siempre nueva y siempre verdadera, la alegría que nos viene de la gracia del
Espíritu Santo y que debe ser el resultado de ese doble esfuerzo de renovación
y de reconciliación, que constituye el capítulo primero del programa del Año
Santo.
Nos atrevemos a recomendar a todos la lectura de este documento, más aún, la reflexión sobre el mismo. Se encuentran en él las palabras del Evangelio y de la Sagrada Escritura, de las que deriva su autoridad y su teología. ¿Puede acaso vivir amargado por una desoladora tristeza el que vive en Cristo?
De aquí también la filosofía de
dicho documento, es decir, la lógica razonable, que nos impulsa a disfrutar de
la fe, a respirar la atmósfera del Espíritu, a interpretar siempre con valor
positivo el cuadro de la creación que nos rodea, y también los dolores y las
pruebas de “este valle de lágrimas”, y a ahondar cada vez más en el sentido
escatológico de nuestra existencia, es decir, en la certeza y en la esperanza
de una vida personal nuestra más allá de la muerte temporal, una promesa de
felicidad tal, que no es bálsamo ineficaz para los sufrimientos presentes, ni
una ilusoria “huida” para sustraernos al apremio despiadado de los males
cotidianos; sino que nos alienta a ponerles remedio con confiada paciencia y
sabiduría, y nos hace gustar por adelantado un consuelo capaz de compaginar las
penas de la vida presente con la serena, pero sincera alegría, como hemos dicho
en otra ocasión, de la esperanza que no defrauda”
(Pablo VI, Audiencia general, 21-mayo-1975).
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