¿Cuál es el camino del bien?
Recojamos algunas enseñanzas sobre este camino:
“La
enseñanza de estas palabras es la siguiente: Bendecid a los que os maldicen, rogad
por vuestros enemigos y ayunad por los que os persiguen. Pues ¿qué generosidad
tenéis si amáis a los que os aman? ¿Acaso no hacen esto también los paganos?
Vosotros amad a los que os odian y no tendréis enemigo. Apártate de las
pasiones carnales y corporales. Si alguien te da una bofetada en la mejilla
derecha, vuélvele también la otra y serás perfecto…
No
matarás, no adulterarás, no corromperás a los jóvenes, no fornicarás, no
robarás, no practicarás la magia ni la hechicería, no matarás al niño mediante
aborto, ni le darás muerte una vez que ha nacido, no desearás los bienes del
prójimo. No perjurarás, no darás falso testimonio, no calumniarás, no guardarás
rencor…
No
serás causa de cisma sino que pondrás paz entre los que contienden. Juzgarás
justamente, no tendrás acepción de personas al corregir las faltas. No
vacilarás si será o no. No seas de los que extienden las manos para tomar y,
sin embargo, las encogen para dar. Si está a tu alcance, darás como rescate de
tus pecados…” (Didajé, I,2-4; II,2-3; IV,3-6).
Idénticas,
o muy semejantes palabras, en otro documento de la época inmediatamente apostólica:
“Todo
lo que no quieras que sea hecho contigo, tú no lo hagas a otro. La explicación
de estas palabras es ésta: No adulterarás, no matarás, no darás falso
testimonio, no violarás al niño, no fornicarás, no practicarás la magia, no
fabricarás perversos brebajes, no matarás al niño mediante aborto ni darás
muerte al nacido, no codiciarás nada de tu prójimo. No perjurarás, no hablarás mal,
no recordarás las malas acciones. No tendrás doblez al dar consejo, ni serás de
doble lengua… No admitirás plan malo contra tu prójimo. No odiarás a ningún
hombre, sino que los amarás más que a tu vida.
Hijo,
huye del hombre malo y del hombre falso. No seas iracundo, porque la ira
conduce al homicidio, ni seas deseoso de maldad, ni apasionado, pues de todo
esto nace la ira. No seas astrólogo ni purificador, cosas que conducen a la
vana superstición; ni siquiera desees ver u oír estas cosas. No seas mentiroso
porque la mentira conduce al robo; ni amante del dinero ni vano, pues de todo
esto nacen los robos. No seas murmurador, porque conduce a la difamación. No
seas temerario ni pienses mal, pues de todo esto nacen las difamaciones. Por el
contrario, sé manso, porque los mansos poseerán la tierra santa. Sé también
paciente en tu trabajo, sé bueno y temeroso de todas las palabras que oyes. No
te enaltecerás ni te gloriarás ante los hombres, ni infundirás soberbia a tu
alma; no te unirás en espíritu con los altivos, sino que tratarás con los
justos y humildes. Las cosas adversas que te sucedan las recibirás como bienes,
sabiendo que nada sucede sin Dios…” (Doctrina de los Doce Apóstoles,
I,2-III,10).
La Epístola del
Pseudo-Bernabé asume igualmente esta presentación del estilo moral cristiano,
con el lenguaje de los dos caminos, aunque lo formula de modo más libre que los
anteriores. Sobre los dos caminos dice:
“Pasemos
a otro conocimiento y a otra enseñanza. Dos caminos hay de doctrina y de poder:
el de la luz y el de la tiniebla. Pero grande es la diferencia entre los dos
caminos. Pues sobre uno están establecidos los ángeles de Dios, portadores de
luz, y sobre el otro, los ángeles de Satanás. Uno es Señor desde siempre y por
siempre y el otro es el príncipe del tiempo presente de la iniquidad”
(XVIII,1-2).
El
camino de la luz, es decir, la vida moral cristiana, llena de la luz de Cristo,
se desarrolla así:
“El
conocimiento que se nos ha dado para caminar en él es éste: Amarás al que te
creó, temerás al que te plasmó, glorificarás al que te liberó de la muerte.
Serás sencillo de corazón y rico de espíritu. No te unirás con los que caminan
por el camino de la muerte; odiarás todo lo que no es grato a Dios; odiarás
toda hipocresía. No abandonarás los mandamientos del Señor. No te enaltecerás a
ti mismo, sino que serás humilde en todo. No te arrogarás gloria. No concebirás
una determinación perversa contra tu prójimo, ni infundirás a tu alma
temeridad. No fornicarás, no adulterarás, no corromperás a los jóvenes. La
palabra de Dios no saldrá de ti entre gente impura. No tendrás acepción de
personas al corregir las faltas. Serás manso, tranquilo y temeroso a las
palabras que has escuchado. No guardarás rencor contra tu hermano. No dudarás
si será o no. No tomarás el nombre de Dios en vano. Amarás a tu prójimo más que
a tu propia vida. No matarás al niño mediante aborto, ni le darás muerte una
vez que ha nacido…
Los
sucesos que te sobrevengan los acogerás como bienes, sabiendo que nada sucede
sin Dios…
No
serás charlatán, pues la boca es red de muerte. En cuanto puedas, serás puro
por el bien de tu alma. No seas de los que extienden las manos para tomar y,
sin embargo, las encogen para dar. Amarás como a la niña de tus ojos a todo el
que te anuncie la palabra del Señor. Día y noche te acordarás del día del
juicio, y buscarás cada día la presencia de los santos, bien trabajando y
caminando para consolar por medio de la palabra, bien meditando para salvar un
alma con la palabra, bien trabajando con tus manos para rescate de tus pecados.
No vacilarás en dar, ni murmurarás cuando des, pues conocerás quién es el justo
remunerador del salario…” (Ep. de Bernabé, XIX,1-5; 6; 6-11).
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