lunes, 1 de agosto de 2016

Ofrecer, reparar, colaborar (Comunión de los santos)

Una de esas frases luminosas del escritor León Bloy, casi una sentencia en su fórmula, nos ofrece pie para una catequesis o más bien una breve reflexión hoy.


En una carta al matrimonio Maritain (Jacques y Raïsa), ofrece una perspectiva luminosa... que en definitiva atañe a la Comunión de los santos.

"Esta mañana, en la misa del alba, he llorado por usted, amiga mía. He pedido a Jesús y a María que tomen de los tormentos de mi pasado lo que haya de más meritorio y se lo apliquen buenamente, se lo apliquen con fuerza y poder, para alegría de su cuerpo y gloria de su alma.

Me inundaron lágrimas tan dulces, que creo que he sido escuchado..." (Carta, 15-febrero-1906).


Ni somos mónadas aisladas en un mundo de sustancias, ni seres independientes. Lo que hacemos de bueno y de malo repercute en los demás por una misteriosa solidaridad entre los miembros del Cuerpo de Cristo.

Todo lo nuestro puede ser ofrecido para que Dios tome lo que le plazca y lo aplique a un alma concreta; incluso pedir nosotros que aplique a alguien lo meritorio o bueno o santo que hayamos realizado.


Así el bien es difusivo de sí y toma forma y amplitud cuando se le regala al Señor para el bien de los demás.

¿Mérito? Ya decía san Agustín (Enar. Ps 102,6), y lo cita el Prefacio I común de los santos, que "al coronar los méritos, coronas tu propia obra", porque esos méritos vienen por la gracia de Dios en nosotros que nos impulsa a actuar y colaborar en la Redención.

El mérito no es presunción ni vanidad: así lo pensaron los luteranos, anulando la libertad del hombre y la posibilidad de la cooperación con la gracia divina, la libertad humana. Hoy mismo, ciertas teologías o corrientes espirituales, tienen alergia pensando que el mérito es soberbia del hombre y pelagianismo. El mérito es concepto importante para la teología católica, definido en Trento. El Catecismo de la Iglesia católica lo explica:

"El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que Él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo, en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu" (CAT 2008).

Esos méritos, por la Comunión de los santos, se los entregamos al Señor y le rogamos que los distribuya en general o sobre personas en particular.

Y pensemos... agradecidos... cuántas gracias no nos habrán llegado así, por alguien que ofreció lo suyo unido a Cristo para que nos llegase esa gracia a nosotros.


1 comentario:

  1. Impresiona pensar que el sufrimiento de alguno de mis hermanos en la fe pueda haber sido un auxilio espiritual,una gracia, para mí; y que a ese hermano, algún día, lo conoceré. Desde esta tierra de paso, mis fervientes gracias.

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