Tienen fuerza y expresividad las palabras pronunciadas por el papa Benedicto XVI en la homilía de inicio del ministerio petrino; allí afirmaba: "la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma
el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía
hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos" (24-abril-2005).
La Iglesia está viva, la Iglesia es joven. Los testimonios de vida cristiana, el impulso evangelizador, la caridad activa y diligente, son palpables, sólo hace falta quererlo ver.
El papa Francisco, en la exhortación Evangelii Gaudium, ofrecía una mirada fugaz a tantas cosas como se dan en la Iglesia santamente y que expresan su vitalidad y su juventud:
"Pero tengo que decir, en primer lugar y como deber de justicia, que el aporte de la Iglesia en el mundo actual es enorme. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre" (Evangelii gaudium, 76).
¿Qué juventud? La que proviene de una fuente interior y renovada de vida.
La Iglesia que rejuvenece no es la Iglesia que se burocratiza en mil y un programas pastorales, ni en infinidad de reuniones y Consejos y comisiones; no es la Iglesia que rejuvenece aquella que copia los modelos empresariales o mundanos de funcionar y de actuar, en una falsa reforma y renovación.
La juventud de la Iglesia está en otra parte: en las almas que se entregan confiadamente al Señor y viven de la Gracia, y esto ocurre en todos los estados de vida cristianos, en todas las edades, en todos los pueblos. Alguien que se entrega sin reservas al Señor y que no antepone nada al amor de Cristo está rejuveneciendo a la Iglesia. La Iglesia es joven en las almas generosas que secundan las inspiraciones de la Gracia.
O lo que es lo mismo: la juventud de la Iglesia son sus santos, la juventud de la Iglesia es la santidad.
¿La Iglesia no es más joven y más moderna con continuas reformas y planificaciones? ¿O no es más moderna copiando estructuras, métodos, lenguaje, mentalidad, de la época en que vive?
"La modernidad de la Iglesia no siempre depende del repudio de sus “estructuras” tradicionales, especialmente si éstas tienen la garantía de seculares experiencias, y si son capaces todavía de un continuo renacimiento (como, por ejemplo, la parroquia). Les recordamos también que la auténtica juventud de la Iglesia no se conseguirá a base de secularizar y liberalizar la misma vida eclesial, es decir, haciendo saltar sus estructuras externas (aunque éstas tuviesen necesidad de inteligentes reformas); sino más bien reavivando en su mismo seno la corriente del Espíritu vivificante, la vida de oración y de gracia, el ejercicio de la caridad y de la obediencia; en una palabra, la santidad" (Pablo VI, Audiencia general, 7-mayo-1969).
Así pues, la Iglesia es joven cuando es capaz de engendrar y formar santos, y son los santos, y no las estructuras supuestamente modernizadas, las que rejuvenecen a la Iglesia.
Donde hay un santo, allí la Iglesia se ve viva y joven, capaz de afrontarlo todo, con nuevas energías y belleza. Su eterna juventud es la santidad y esto, de por sí, corrige la orientación de nuestros juicios a la hora de valorar cómo "modernizar", "adaptar", "hacer atractiva" a la Iglesia: ¡la santidad y solo ella!
¡Amén!
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