martes, 6 de noviembre de 2018

La vida eucarística - XII



            En las Escrituras, cuando se utiliza la expresión cena o banquete referidos a Dios con el hombre, está ofreciendo una visión preciosa: Dios quiere compartir su intimidad con el hombre, ofrecerle un espacio de amor, en relación especialísima, un compartir gratuito donde Dios, en Cristo Jesús, se quiere dar al hombre. Pero el uso expresivo, y a la vez restrictivo, de la palabra “cena” tiene un contenido de seducción y de amor, de confidencia que no es sino para la intimidad.


  
          La Eucaristía es esta Cena amorosa que el Señor ofrece y a la que el Señor llama. La Eucaristía –celebrada o adorada en el Sagrario- es el espacio de comunicación, de un mutuo darse, de una mirada de amor. Todo (los cantos, los signos, el modo de celebrar, el silencio en la iglesia), todo debe apuntar a este Misterio grande de amor e intimidad. Hay una mística (accesible a todos) en el misterio de intimidad eucarística. Sea la voz  de S. Juan de la Cruz:

            “...La cena que recrea y enamora”.


            “La cena a los amados hace recreación, hartura y amor. Porque estas tres cosas causa al Amado en el alma en esta suave comunicación, le llama ella aquí la cena que recrea y enamora.
            Es de saber que en la Escritura divina este nombre cena se entiende por la visión divina (Ap 3,20); porque así como la cena es remate del trabajo del día y principio del descanso de la noche, así esta noticia que habemos dicho sosegada le hace sentir al alma cierto fin de males y posesión de bienes, en que se enamora de Dios más de lo que de antes estaba. Y por eso le es él a ella la cena que recrea, en serle fin de los males; y la enamora, en serle a ella posesión de todos los bienes.


            Pero, para que se entienda mejor cómo sea esta cena para el alma (la cual cena, como habemos dicho es su Amado), conviene aquí notar lo que el mismo amado Esposo dice en el Apocalipsis (3,20), es a saber: Yo estoy a la puerta, y llamo; si alguno me abriere, entraré yo, cenaré con él, y él conmigo. En lo cual da a entender que él trae la cena consigo, la cual no es otra cosa sino su mismo sabor y deleites de que él mismo goza; los cuales, uniéndose él con el alma, se los comunica y goza ella también; que eso quiere decir yo cenaré con él, y él conmigo. Y así, en estas palabras se da a entender el efecto de la divina unión del alma con Dios, en la cual los mismos bienes propios de Dios se hacen comunes también al alma Esposa, comunicándoselos él, como habemos dicho, graciosa y largamente. Y así él mismo es para ella la cena que recrea y enamora, porque, en serle largo, la recrea, y en serle graciosa, la enamora”[1].


            Una imagen clara evoca este sentido de intimidad y comunicación de la Cena mística: Juan, el discípulo amado, reclinado en el pecho del Señor, durante la institución de la Eucaristía. Puede ser el mejor símbolo para expresar el contenido místico de la “cena”: 



“Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13,25), palpar el amor infinito de su corazón”, escribe el Papa en la encíclica Ecclesia de Eucharistia (EE 25).


            “Dichosos los invitados a la Cena del Señor”. Es la exclamación gozosa al comprender el don místico.
            “Dichosos los invitados a la Cena del Señor”, “dichosos los invitados a la mesa que alegra el corazón”.
            ¡Dichosos! “Estoy a la puerta y llamo; si alguno me oye y me abre entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20).




[1] S. JUAN DE LA CRUZ, CB 15, 28-29.

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