lunes, 22 de junio de 2015

Posturas contrarias a la evangelización

La obra "Evangelizar" de Mons. Fernando Sebastián es luminosa, como claro y maduro es el pensamiento del autor. Con un estilo muy diáfano al escribir, presenta análisis rebosantes de sentido común, apuntando bien los problemas que traemos entre manos, señalando caminos.

De cara a la evangelización, por ejemplo, él describe algunas posturas contrarias. ¿Las puede haber? ¿No es algo de lo que todos estamos convencidos?

Parece ser que no es así. Algunos no están tan convencidos y simplemente "mantienen" o "conservan" lo poquísimo que queda en sus ámbitos, sin mejorarlo, ni hacer que crezca; otros identifican evangelización con líneas secularizadas, con opciones meramente terrenales... Otros rechazan la evangelización porque creen en el sincretismo de moda, con lo cual todo vale, toda religión es verdadera y no podemos anunciar a Cristo para no ofender a nadie y también porque no es tan necesario: basta con que sean buenas personas (y ya entró aquí el "buenismo").

Veamos las palabras del autor:

"En una primera consideración etimológica, evangelizar significa anunciar una buena noticia, en este caso se trata de la buena noticia de Jesús, su vida, su mensaje, su testimonio sobre la bondad de Dios. Pero aun aceptando esta explicación, subsiste la ambigüedad, porque no todos ponemos el acento de la misma manera ni pensamos en las mismas cosas cuando hablamos de anunciar y difundir el Evangelio de Jesucristo. Tampoco se resuelve la cuestión diciendo que evangelizar es anunciar la salvación de Dios. Porque, como dice Juan Pablo II, "no es obvio para el hombre en qué consiste nuestra salvación". 

Hay corrientes teológicas y movimientos pastorales que, demasiado sometidos a las ideas dominantes, ponen en el primer plano de la misión de la Iglesia, y aun del mismo Cristo, la solución de nuestros problemas terrenos, aquellos que en cada lugar y en cada momento nos parecen más importantes. En sus planteamientos, insisten tanto en las consecuencias temporales y seculares de la evangelización que prácticamente las convierten en el objetivo central de la misma. Su lenguaje suele ser, "la evangelización es necesaria para...". Pero lo que les interesa de verdad es trabajar por la justicia, fomentar el desarrollo de los pueblos, garantizar la paz, resolver los problemas más agudos de la convivencia. Se trata ciertamente de cosas buenas, que aparecen fácilmente en una sociedad donde ha sido anunciado y aceptado el Evangelio de Jesucristo. Pero el riesgo está en preocuparse directamente de los frutos dejando olvidada la raíz que es la conversión de los corazones al Dios de la gracia y de la salvación. Actuar así es como querer vendimiar sin cuidar la viña. Lo que es fruto de la fe en Dios sólo lo podremos alcanzar fomentando y viviendo expresamente esta fe religiosa que es la que verdaderamente cambia el interior del hombre y produce esos buenos frutos. Pretender alcanzar los frutos sin cultivar el árbol es tarea imposible. hace pocos días hemos visto cómo algún teólogo muy seguro de sí mismo ha criticado el mensaje cuaresmal del Papa por explicar la doctrina de san Pablo, cuando enseña que la justicia del hombre proviene de Dios. Algunos cristianos, muy preocupados por no molestar a los no creyentes, seleccionan las afirmaciones cristianas según las reacciones de los que no creen. En una sociedad tan variada y contradictoria como la nuestra, es normal que los no cristianos no estén de acuerdo con nosotros en la comprensión y valoración de los contenidos de nuestra fe. hemos de acostumbrarnos a estas diferencias. Porque este disentimiento no debe llevarnos a cambiar o silenciar nuestra verdad. Si nosotros nos censuramos a nosotros mismos según la opinión de los no cristianos, pronto perderemos nuestra identidad y pensaremos como los que no lo son. Por este procedimiento es muy fácil ponerse de acuerdo con los no cristianos y hasta ganarse su comprensión y su estima. Pero es a costa de nuestra libertad. Actuar así es un modo encubierto de sometimiento y de apostasía.

Todavía deforman más profundamente el concepto de evangelización y debilitan más la fuerza evangelizadora de la Iglesia, quienes consideran como un bien en sí mismo el pluralismo religioso y atribuyen indistintamente un verdadero valor salvífico a todas las religiones, incluido el cristianismo. Si el pluralismo religioso es un bien absoluto querido por Dios, de manera definitiva, como consecuencia de la libertad y de la dignidad del hombre, la verdadera evangelización ya no puede consistir en anunciar a toda criatura el Evangelio de Jesucristo, sino en ayudar a cada uno a vivir fervorosamente su propia religión, a seguir su propio camino, seguros de que al final llegaremos todos a la misma Casa común, aunque sea por diferentes caminos.

En esta hipótesis ya no hay razón para que el cristianismo llegue a todos los hombres. Este paso ya lo han dado algunos pretendidos teólogos de la pluralidad y del relativismo. Entienden de tal manera el posible valor sobrenatural y salvífico de las religiones no cristianas, que reducen la urgencia y hasta el concepto mismo de evangelización a la colaboración con los fieles de otras religiones para fomentar la prosperidad y el bienestar social y terrestre de los pueblos. La mentalidad antropocéntrica y naturalista está también presente dentro de algunos ambientes de Iglesia; hay quienes valoran de tal modo la libertad personal y la autonomía de las ideas e instituciones temporales, y piden a la Iglesia tal respeto a las religiones no cristianas, que prácticamente reducen la evangelización a una presencia testimonial y silenciosa en la que apenas tiene cabida una verdadera acción evangelizadora.

En el fondo de estas dificultades para comprender el sentido genuino y verdaderamente católico de la evangelización, está la no aceptación, o por lo menos, la no recta comprensión y valoración de la Encarnación del Hijo de Dios. No se tiene suficientemente en cuenta la universalidad del plan divino de salvación, tal como lo conocemos por la revelación de Jesucristo y la predicación de los Apóstoles. El plan de Dios, centrado en Jesucristo, se sobrepone a la creación y tiene la misma amplitud y la misma universalidad que ella, Cristo es la Cabeza y el Salvador de todas las cosas, pues todas fueron creadas en él y para él, y todas tienen en él su consistencia. Para equiparar el valor salvífico de las religiones con el cristianismo, tendríamos que volver al viejo esquema del politeísmo, con diferentes dioses para cada pueblo o cultura, habría que negar la verdad de la encarnación del Verbo de Dios, o bien admitir varias encarnaciones equivalentes. Todo muy ajeno a la Revelación divina. Nuestra fe y nuestra comprensión teológica se deforman y oscurecen si nos dejamos llevar por los esquemas y programas culturales de la secularización y del antropocentrismo" (SEBASTIÁN, F., Evangelizar, Encuentro, Madrid 2010, pp. 41-44).

2 comentarios:

  1. Ciertamente, es luminosa la palabra de monseñor pues proporciona luz sobre lo que es evangelizar y lo que no lo es, poniendo en evidencia determinadas actitudes que se deben corregir.

    Me han gustado de un modo especial dos afirmaciones que comparto:

    “Pretender alcanzar los frutos sin cultivar el árbol es tarea imposible.”

    “Si nosotros nos censuramos a nosotros mismos según la opinión de los no cristianos, pronto perderemos nuestra identidad y pensaremos como los que no lo son.”

    Alabad el nombre del Señor, los que estáis en la casa del Señor (de las antífonas de Laudes)

    ResponderEliminar
  2. ¡Qué razón tiene D. Fernando Sebastián!

    Escribí esta entrada hará tres o cuatro años. Al releerla hoy, me sorprende la exactitud del análisis y las palabras que dice.

    Esto es una lucha constante. Todavía -¡y lo que nos queda!- evangelizar o no es importante o se identifica con cuatro actos externos llamativos (de piedad popular o de una "merienda de"... o un teatro de fin de curso.... ¡¡Qué confusión!!

    ResponderEliminar