“Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado... En
esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Jn
13,34).
Cuando el amor se confunde con un
mero sentimiento, entonces no se sabe lo que es el amor, sino la pasión.
Cuando el amor se confunde e
identifica con la satisfacción personal, física o afectiva, sin tener en cuenta
al otro, ni buscar el bien ni la felicidad del otro, eso es egoísmo, no amor.
Cuando el amor se confunde y sueña
con una persona “ideal”, pero sin aceptarla y quererla tal cual es, estamos en
un amor romántico, fugaz, pasajero.
O, simplemente, cuando uno vive
pensando sólo en uno mismo, en su propio equilibrio, en su propia felicidad, en
su propio bienestar, en ir a su aire, sin comprometerse con nada ni nadie,
viviendo según los propios instintos y pasiones, incapaz de sacrificarse,
incapaz de acoger con el corazón, incapaz de sufrir con nadie o por nadie, o
alegrarse con las alegrías de otro, incapaz de molestarse por nadie o tener
detalles, incapaz de expresar lo que hay en el corazón... ¡ése es un egoísta!
Sólo piensa en sí mismo... y deberá acudir a la escuela del Evangelio, esa
escuela que hallamos en el Corazón de Jesús y en el Sagrario: “Venid a mí... aprended de mí, que soy manso
y humilde de Corazón” (Mt 11,28-29). Entremos en la escuela del Corazón de
Cristo, allí aprenderemos “lo que
trasciende toda filosofía, el amor cristiano” (Ef 3,19) y, así pues, “nuestro amor seguirá creciendo más y más en
penetración y sensibilidad para apreciar los valores” (Flp 1,9)
¡Se puede aprender a amar!
¡Se puede vencer el egoísmo, paso a
paso!
¡Se puede amar, es posible el amor!
¿Cuál es su raíz de este Amor para
que podamos aprender a amar?
- Que “Dios es amor” (1Jn 4,8).- Que Dios nos ha creado a “su imagen y semejanza” (Gn 1,26), creados para amar.- Que Cristo mostró su amor entregando su vida por nosotros: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8).- Que “Él nos amó primero” (1Jn 4,19), “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo” (1Jn 4,10).- Que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,33).- Y que su Amor sigue dándose para que amemos con Cristo y como Cristo, “teniendo los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Flp 2,5).
El camino para amar –y para aprender
a amar- tiene dificultades, no es un “camino de rosas”. El camino está minado
de asechanzas: toda convivencia está sujeta al desgaste; el amor, como
sentimiento humano que es, no deja de tener su carácter de fugacidad; el paso
de la vida aminora el amor. Lógicamente nos preguntamos:
-
¿Qué
hacer para que el amor amanezca todas las mañanas con cara nueva?
-
¿Cómo
evitar que el desencanto nos devore cuando conocemos las debilidades, los
defectos e imperfecciones del otro?
-
¿Qué
pasos dar para evitar la dominación/dependencia en las relaciones personales?
1. Para amar, es necesario
aceptar y respetar al otro
Cada persona es una realidad
singular, un misterio, su alma es un abismo insondable, creada por Dios.
Cuando se ama de verdad, a la
persona se la mira con máximo respeto, jamás la abarcaré ni puedo pretenderlo.
El amor verdadero une, pero no “fusiona”; cada persona es un “yo” irrepetible: “Como no se parece un rostro a otro, así
tampoco los corazones de los hombres” (Prov 27,19), sentencia el libro de
los Proverbios.
¿Cómo
se aprende a amar?
·
Mirando
con sumo respeto y admiración al otro. ¡Es una persona, no un objeto!
·
No
usar ni utilizar jamás a la otra persona, aprovechándose de ella, buscando el
propio interés o beneficio.
·
En
tentaciones de castidad: mirar al otro con ojos de hermano (o al revés, como si
fuera mi hermana). “Dichosos los limpios
de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), y el mismo Cristo enseña: “Todo el que mira a una mujer casada
deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho
te hace caer, sácatelo y arrójalo lejos de ti” (Mt 5,25-29).
·
Acoger
su intimidad y confianza sin forzarla ni descubrirla. Es el proceso del Señor
en los diversos encuentros con las personas en el Evangelio: Andrés y Juan,
Nicodemo, la
Samaritana... Acoge su intimidad, sus confidencias, pero no fuerza.
Siempre invita: “Si quieres...”, como
hizo con el joven rico (Mt 19,21).
·
Y
también... ir compartiendo el propio misterio personal, abrir el corazón, con
pudor, cuidado y prudencia: “sé pronto en
escuchar y tardo en responder” (Eclo 5,11), y es aconsejada la prudencia al
abrir el corazón: “sean muchos los que estén
en paz contigo, pero consejero, uno entre mil; si te echas un amigo, échatelo
probado, y no tengas prisa en confiarte a él” (Eclo 6,6-7). En este
compartir, con la debida discreción, las suficientes garantías de prudencia y
amistad; compartir dándose, quitando las corazas al corazón (por tanto, fuera la
soberbia de la propia imagen; fuera el orgullo que impide mostrar las propias
debilidades y carencias para ser curadas).
La benevolente simpatía superficial sustentada en una lectura romántica, falaz y simplista de la realidad es contraria al amor. Démosle al prójimo la caridad de la verdad a la par que le damos la verdad con caridad. Y una frase de Messori: Hay que invitar al bien señalando el mal; los partidos amistosos son aburridos.
ResponderEliminarTodo fue creado por Él y para Él (de las antífonas de Vísperas)