lunes, 15 de junio de 2015

El don de fortaleza

El Espíritu Santo derrama sus siete dones. La fortaleza es uno de ellos que viene a robustecer la virtud cardinal de la fortaleza. A cada una de las virtudes (fortaleza, justicia, templanza, prudencia) corresponde la gratuidad desbordante del Espíritu Santo.


Un hombre fuerte es aquel que acomete grandes obras sin desmoronarse, en su trabajo, en su apostolado, de manera constante, perseverante, y, por otra parte, un hombre fuerte es el que sabe resistir las dificultades, las adversidades, las circunstancias contrarias y los sufrimientos del tipo que sean con paciencia... porque la paciencia es virtud de los fuertes.

El hombre puede ir desarrollando estas virtudes cardinales con su trabajo interior y la repetición de actos virtuosos. Pero nada comparado con los dones que el Espíritu Santo infunde en las almas.

La fortaleza sobrenatural que se nos da nos afianza en la Roca que es Cristo, firmemente establecidos en Él. Proporciona una valentía nueva, la audacia evangélica (= parresía), y al mismo tiempo una paciencia llena de constancia y virtud probada que resiste los ataques, las debilidades, las persecuciones, como lo vemos, en grado máximo, en los mártires.

"En el alma que se entrega totalmente al Espíritu Santo, el don de Fortaleza consiste en una disposición sobrenatual del alma, que la hace capaz, bajo la acción del Espíritu divino, de emprender las acciones más difíciles y soportar las más duras pruebas por amor a Dios y la gloria de su Nombre" (RIAUD, A., La acción del Espíritu Santo en las almas, Rialp, Madrid 1998, 12ª ed., p. 88).

Es necesaria fortaleza y perseverancia para realizar obras grandes y apostolados que exigen sacrificio. Los pusilánimes jamás harán nada bueno. 

Pero también es necesaria la fortaleza para no sucumbir bajo la cruz, ante enfermedades, persecuciones, dificultades de todo tipo. Esta fortaleza engendra la paciencia cristiana, propia de los valientes.

"El alma de la que hablamos siente también que su sensibilidad aumenta y se afina a medida que adelanta, pero si bien el sufrimiento persiste e incluso aumenta, el amor lo transforma, y hace que el alma lo acepte no sólo de buen grado, sino incluso con todo el amor de que es capaz... 

Si el alma emprende sin vacilar tan grandes cosas y soporta con amor, y a veces hasta con una sonrisa, los más grandes sufrimientos físicos o morales, es porque tiene una fe viva e inquebrantable enel amor infinito de su Padre del Cielo; es porque tiene una confianza sin límites en su bondad de Padre; y porque lo ama tanto, que querría hacer y sufrir todavía mil veces más por la gloria de su Nombre" (ibíd., pp. 90-91).

Los santos fueron los hombres fuertes, que no ahorraron sufrimiento alguno por Cristo y su Evangelio. En ellos contemplamos hasta qué punto el don de frotaleza se realiza y crea hombres nuevos, libres y valientes.

3 comentarios:

  1. La paciencia está en estrecha correspondencia con la perseverancia. Ésta suele ser definida como la persistencia en el ejercicio de obras virtuosas a pesar de la dificultad y del cansancio derivado de su prolongación en el tiempo. Se suele hablar de constancia cuando se trata de vencer la tentación de abandonar el esfuerzo ante la aparición de un obstáculo concreto; mientras que se habla de perseverancia cuando el obstáculo es simplemente la prolongación en el tiempo de dicho esfuerzo.

    No se trata solamente de una cualidad humana, necesaria para el logro de objetivos más o menos ambiciosos. La perseverancia, a imitación de Cristo, que fue obediente al designio del Padre hasta el final, es necesaria para la salvación, según las palabras evangélicas: “ quien persevere hasta el fin, ése se salvará”.


    Haz, Señor, que te glorifiquemos (de las preces de Laudes)

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  2. Precioso y muy útil lo que nos añade sobre la paciencia.

    Gracias.

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  3. La fortaleza es la virtud que nos asegura contra el temor de las dificultades, de los peligros y de los trabajos que se presentan en la ejecución, de nuestras empresas.

    Todo esto lo hace admirablemente el don de fortaleza; pues es una disposición habitual que el Espíritu Santo pone, en el alma y en el cuerpo para hacer y sufrir cosas extraordinarias, para acometer las obras más difíciles, para exponerse a los más espantosos peligros y para soportar los trabajos más rudos y las penas más amargas. Y todo ello constantemente y de una manera heroica.

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