Catequesis sencilla, pero no por ello menos honda: el sacerdocio en la Iglesia es algo más que un funcionariado para sostener unos servicios; es más que una profesión como la mirada secularizada pretende inquirir.
El sacerdocio es vocación, misión... y presencia de Cristo en medio de su Iglesia. Los errores y debilidades personales no pueden ocultar ni velar el misterio: el sacerdocio es un don de Cristo, y para quien lo recibe, una gracia infinita, no exenta de cruces, de sufrimientos morales y espirituales de muy distinto tipo.
Sólo la mirada de fe llega a descubrir la grandeza del sacerdocio, sus exigencias, su entrega, su donación, su estar identificado con Cristo.
"Si supierais, queridos hermanos, queridos hijos, cómo nos conmueve vuestra presencia y cómo este título de sacerdotes que llevamos nos llega al alma todas las veces que, al encontrarnos con sacerdotes, tenemos ocasión de hablar de esta elección nuestra con hermanos nuestros, como lo sois vosotros. Pensamos en toda la grandeza de nuestro sacerdocio, nuestra vocación. El misterio de esta elección, porque el Señor nos ha elegido; la misión a la que estamos destinados, cuantas cosas pasan a través de nosotros, gracias, carismas, poderes. Y todo ello, ¿para qué?, para el pueblo de Dios. Somos los instrumentos, los canales de transmisión de la palabra, de la gracia, de la dirección espiritual, del gobierno de la Iglesia. Debemos transformar esta gran familia, que es el pueblo de Dios, en un cuerpo orgánico, que debemos estructurar, mantener unido, tranquilizar y también animar.
¡Cómo viene a nuestro pensamiento, al veros a vosotros, grupos de sacerdotes, todos los problemas que en la actualidad el sacerdocio diríamos que suscita espontáneamente, que tiende a poner en tela de juicio, como dicen los franceses “mettre en cause”! Ahora bien, hay mucho bien en este acto reflejo que los sacerdotes hacen sobre sí mismos cuando se preguntan: ¿Soy yo lo que debo ser, estoy en mi lugar, hago lo que debo hacer? Nos parece que estas preguntas gravísimas tienen para vosotros una fácil respuesta: haced lo que la Iglesia os manda hacer, no creáis que en las novedades casi subversivas que a veces se proponen podáis encontrar una mejor solución, una mejor ocupación de la gran elección que el Señor ha hecho de nuestras personas.
Dos motivos se repiten habitualmente en esta agitación: en el de encontrar la autenticidad todos estamos de acuerdo; intentemos ser verdaderamente sacerdotes auténticos de Cristo y la Iglesia. En cuanto al segundo punto: queremos estar cerca del mundo; también en esto no encontraríamos sino razones laudables en quien tiene estas preocupaciones y estar intenciones, si no fuera porque algunos, para estar más cerca del mundo, quisieran romper los cuadros, salir de la disciplina que la Iglesia ha creado y que está siempre perfeccionando y creer que, o cambiando el hábito o adoptando costumbres mundanas de los seglares, o teniendo una profesión profana que ejercitar, pueden acercarse mejor al mundo. Guardaos de esta casuística: que la sal no se vuelva insípida. ¿En ese caso, para qué serviría un sacerdote asimilado al mundo al que él debe convertir? Tal asimilación da la impresión de una inmediatez de contactos; pero estemos en guardia no sea que esto mismo nos haga perder la eficacia y la específica función que el sacerdote debe realizar, que lo distingue, que lo coloca en un punto vital del pueblo, pero que no lo asimila materialmente, socialmente al mismo pueblo, a quien debe dirigir su mensaje...
La fecundidad de vuestro ministerio podéis encontrarla en el umbral de vuestras casas rectorales, de vuestras iglesias: el pueblo está allí, no tenéis sino abrir el corazón para comprenderlo, para servirlo y la misma función ministerial, sacramental que os está confiada no tiene comparación con ninguna otra misión. Bien realizada, además de comunicar una gran plenitud a quien se siente instrumento vivo de la transmisión de la gracia de Dios, cobra una eficacia que de ningún otro modo podría ser conseguida y sustituida. Ánimo, pues, hermanos, ánimo".
(PABLO VI, Alocución a diversos grupos de sacerdotes, 11-diciembre-1968).
¡¡Muchísimas felicidades por este DON de tu Señor!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarHoy te toca interceder in persona Christi para que nos bendiga y dé fruto a nuestras vidas hasta el fin. Además de todo lo demás... je, je.
Gracias.
Gracias, SIL.
EliminarNo sólo renuevo hoy el don de la gracia sacramental, sino que pido también por todos aquellos que el Señor confió a mi ministerio...
Un abrazo
¡Feliz aniversario del día de su ordenación!
ResponderEliminarBellísima alocución del Papa Pablo VI.
El sacerdocio es el amor del Corazón de Cristo, dijo el santo Cura de Ars. El que quiera entender bien el sacerdocio cristiano debe, sobre todo, contemplar a Cristo.
Los sacerdotes predican la Palabra, celebran los sacramentos, guían al pueblo de Dios hacia la salvación in Persona Christi. Entregan su vida a Cristo para que actúe a través de ellos, y se entregan por amor a Cristo y por amor a nosotros. Debemos, pues, ser agradecidos con nuestros sacerdotes, orar por ellos, respetarlos; en una palabra: amarlos
Señor, danos muchos y santos sacerdotes
Julia María:
EliminarMuchísimas gracias.
Ojalá yo encarne en mi vida toda esta enseñanza del beato Pablo VI.