"En cuanto a vosotros estáis ungidos por el Santo..." afirma la 1Jn 2,20.
Mediante el santo Crisma, el Espíritu Santo nos selló, nos marcó, habitó en nosotros, y ofrece una asistencia continua para convencernos del pecado y llevarnos a la verdad plena, recordando las palabras de Jesús en el propio corazón.
Su Unción nos consagra a Dios, sí, pero esta Unción es vital, está viva, y así el Espíritu se convierte en el Maestro interior que nos enseña, nos educa, nos instruye, nos sugiere.
La Unción que hemos recibido mediante el santo Crisma es el Espíritu Santo mismo.
"Y vosotros tenéis la Unción dada por el Santo para que os seáis manifiestos a vosotros mismos. La Unción espiritual es el mismo Espíritu Santo, cuyo signo es la unción visible" (S.Agustín, In I Io., 3,5).
La Unción es el signo central del sacramento de la Confirmación, aun cuando a veces se hace opaco lo central para dar relieve a lo más festivo y antropocéntrico: lecturas, muchas preces para que muchos intervengan, ofrendas extravagantes... La Unción es el gran signo visible del Espíritu Santo, y el santo Crisma es el portador del Espíritu.
Aquí lo visible -el aceite perfumado- es el signo e instrumento de lo invisible -el mismo Espíritu en nosotros-.
"Os he escrito esto respecto de los que tratan de seduciros, para que sepáis que tenéis la Unción, y la Unción que hemos recibido de él, permanece en vosotros" (1Jn 2,26-27 a). Es el misterio de la Unción; su efecto invisible, la Unción invisible, es el Espíritu Santo; la Unción invisible es aquella caridad que, esté en quien esté, será para él como una raíz, que no puede secarse, aunque caliente el sol" (Id., hom. 3,12).
San Cirilo de Jerusalén en una de sus catequesis dice: “Hechos, por tanto, partícipes de Cristo (que significa Ungido), con toda razón os llamáis ungidos;… recibisteis el crisma, signo de aquel mismo Espíritu Santo con el que Cristo fue ungido. De este Espíritu dice el profeta Isaías en una profecía relativa a sí mismo, pero en cuanto que representaba al Señor: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren… al ser ungidos con ungüento material, habéis sido hechos partícipes y consortes del mismo Cristo.
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no se te ocurra pensar que se trata de un simple y común ungüento. Pues, de la misma manera que, después de la invocación del Espíritu Santo, el pan de la Eucaristía no es ya un simple pan, sino el cuerpo de Cristo, así aquel sagrado aceite, después de que ha sido invocado el Espíritu en la oración consecratoria, no es ya un simple aceite ni un ungüento común, sino el don de Cristo y fuerza del Espíritu Santo”.
Mi pueblo se saciará de mis bienes, dice el Señor (de las antífonas de Laudes)