lunes, 2 de marzo de 2020

Apostolado santo




“Cuando vine a vosotros no fui con el prestigio de la palabra... no quise saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo y éste, crucificado” (1Co 2,1-2).

 “No tengáis miedo de aceptar este resto: ¡ser mujeres y hombres santos! No olvidéis que los frutos del apostolado dependen de la profundidad de la vida espiritual, de la intensidad de la oración, de una formación constante y de una adhesión sincera a las directrices de la Iglesia. A vosotros repito hoy... que si sois lo que debéis ser –es decir, si vivís el cristianismo sin componendas- podéis incendiar el mundo” (JUAN PABLO II, Homilía con ocasión del Congreso Mundial del laicado, 26-noviembre-2000).

“La invitación de Cristo nos estimula a remar mar adentro, a cultivar sueños ambiciosos de santidad personal y fecundidad apostólica. El apostolado siempre es el desbordamiento de la vida interior” (JUAN PABLO II, Discurso a un Congreso del Opus Dei sobre la Novo Millennio ineunte, 17-marzo-2001).




“Id también vosotros a mi viña”. Es una llamada y una invitación. Nadie se queda entonces excluido. Todos por el Bautismo estamos llamados a trabajar en la viña del Señor que es la Iglesia. “Id también vosotros a mi viña”.  El Señor llama y sigue llamando. 

Salió por la mañana, al amanecer, luego a media mañana, más tarde al mediodía, finalmente al atardecer. En distintas horas, en distintos momentos de la vida, puede el Señor estar llamando para incorporarnos a ese trabajo de la viña. A unos los llama en la niñez y pueden ser momentos providenciales la educación cristiana recibida en la familia, o el momento de la catequesis para la primera comunión, o la educación escolar en un colegio verdaderamente católico. A otros los llama a media mañana, en la juventud, cuando se ve que la vida no responde a tanta expectativa como uno se plantea y que la respuesta está en Cristo, o puede ser el testimonio de otra persona, de otro joven, o unas catequesis, o un momento fuerte de la vida parroquial. A otros, y son muchos, los llama al mediodía, en la madurez de la vida, personas que han dejado la Iglesia hace tiempo y que cuando pasan los años vuelven, por mayor experiencia y conscientes de su propia limitación; con mayor camino recorrido, pero también sintiendo lo poco que somos. Finalmente el Señor llama al atardecer, personas ya en la ancianidad, que descubren al Señor, humanamente tarde, pero para el Señor no es tarde y son invitados a participar de ese trabajo en la viña del Señor. Nadie queda excluido. En cualquier momento de la vida puede el Señor llamar.

                Igualmente llama el Señor a trabajar en la viña en los distintos estados de vida cristiana. Llama en el sacerdocio, llaman en la vida consagrada, sea en el monasterio, en el hospital, en la escuela, en el asilo o en unas misiones. Llama el Señor a los matrimonios a trabajar en la Iglesia. Llama al Señor a todos los fieles laicos. Todos por la dignidad del Bautismo estáis llamados a trabajar por la Iglesia, por la venida del Reino de Dios, cada cual según su edad, su estado de vida y sus posibilidades, pero nadie está excluido, todos están incluidos por el bautismo.


                Aquí se plantearía la reflexión seria, radical, profunda, sincera, de plantearse en el corazón: ¿qué estás haciendo por la Iglesia? ¿Qué estás trabajando tú por el Reino de Dios? ¿Cuál es tu aportación? Es evidente que no basta, ni mucho menos, venir a Misa un domingo, llegar tarde por costumbre o estar charlando o entretenido durante la Misa: eso es comer indignamente el Cuerpo y la Sangre del Señor, porque toman las cosas del Señor sin interés. Eso no es suficiente.

                Fijémonos en los matrimonios. Éstos, por el sacramento recibido, son un signo del amor de Cristo por la Iglesia. Cada hogar, cada familia, ha de ser una pequeña Iglesia doméstica, donde se vive según el Evangelio, donde los miembros de la familia, comenzando por el mismo matrimonio, se traten según el Evangelio, con educación, con delicadeza, con cariño, con respeto; donde el otro sea más importante que uno mismo, y los hijos, que nacen fruto del amor y la entrega mutua, aprenderán a vivir el evangelio con el testimonio de un matrimonio cristiano que viven según su vocación matrimonial. En la familia se edifica la Iglesia y se construye el Reino de Dios.  Es necesaria la valentía y la audacia para vivir y confesar la fe católica siendo una familia católica. Es en la familia donde se educa en la fe a los hijos. 

Todo el mundo bautiza a sus hijos, pero no extraen las consecuencias del compromiso de educar en la fe que realizan en el rito bautismal: es algo muy serio. Si se bautiza a un hijo, es para educarlo y acompañarlo en la fe, enseñándoles desde pequeño quién es Dios, quién es Cristo, quién es la Virgen. Enseñarles a rezar rezando con ellos, trayéndolos a la Iglesia, enseñándoles cuando van creciendo a vivir como cristianos, viendo el testimonio de sus padres. “Id también vosotros a mi viña”. Los abuelos tienen un papel importantísimo, pues son los que pasan mucho tiempo con los niños mientras los padres trabajan. Los abuelos edifican la Iglesia transmitiendo la fe a sus nietos. “Id también vosotros a mi viña”.

                Consideremos también la misión y vocación de los enfermos. Están llamados en el atardecer a colaborar con la Iglesia, ofreciendo sus dolores, su incapacidad, su limitación, su soledad o su ancianidad, pidiendo por las vocaciones, o por la parroquia, o por las misiones. Forma parte de su tarea y es una vocación de ofrenda, intercesión y reparación, viviendo en oración, sabiendo que el Señor fortalece la enfermedad, y sintiéndose miembros de la Iglesia darán testimonio profundo de su fe y vocación a quien se acerque a consolarlo, que quedará edificado.

                Todos estamos llamados a trabajar en la viña del Señor. El premio, el salario, tanto para el que trabaja desde el amanecer como para el que se incorpora al final de la jornada, es el mismo, el denario de la vida eterna, a la que estamos llamados. Lo importante, según la segunda lectura, es “que llevéis una vida digna conforme al Evangelio de Jesucristo”, o lo que es lo mismo, ser santos; ser santos para trabajar en la Iglesia, para trabajar en la viña del Señor, para construir el Reino de Dios.

Cuando conocemos la vida de los santos, descubrimos en ellos anhelos de apostolado, que siempre vivieron cada cual según sus circunstancias y su propia vocación: jamás estuvieron parados, inertes, pasivos; siempre fueron apóstoles audaces, aprovechando el momento presente de su vida, las circunstancias en las que el Señor los situó.

Imitemos el apostolado de los santos y ejerzamos un apostolado santo.

1 comentario:

  1. Nos ha enseñado la Iglesia que el sufrimiento es un momento muy especial para el apostolado gracias a la oración y al ofrecimiento del dolor

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