sábado, 14 de marzo de 2020

La envidia (Predicación de S. Basilio - II)

Con la envidia, hay que considerar que siempre va al revés: cuando debería llorar por el mal ajeno, entonces está alegre; cuando debería alegrarse por el bien del otro, entonces se aflija, se consume de celos y rabia.

¡Claro que no lo va ni a decir ni a reconocer! Pero sufre enormemente faltando al amor, a la caridad.



San Basilio en su sermón "sobre la envidia" señala la actuación del envidioso y luego argumenta recurriendo a las Sagradas Escrituras, con momentos significativos de envidia: Caín y Saúl.




           " n. 2. Sin duda no encuentra médico para su enfermedad, ni puede hallar remedio alguno que ahuyente su mal, cuando las Escrituras están llenas de tales remedios; un solo alivio aguarda para su enfermedad: ver si alguno de los que envidia se viene abajo. Éste es el límite de su odio: ver que el envidiado, antes feliz, es ahora miserable; el que antes era admirado, ahora es digno de lástima. Entonces hace las paces y es su amigo, cuando lo ve llorando y lo contempla lamentándose. No se alegra con el que es feliz, pero se lamenta con el que llora.
           
            n. 3. ¿Qué habrá, pues, más terrible que esta enfermedad? Destrucción de la vida, oprobio de la naturaleza, enemiga de los dones que nos han sido dados por Dios, enemiga de Dios. ¿Qué impulsó al demonio, príncipe del mal, a la guerra contra los hombres? ¿No fue la envidia? Por ella también se declaró abiertamente contrario a Dios, cuando se disgustó con Él por su munificencia para con el hombre, y se vengó con el hombre mismo, puesto que con Dios no pudo.


           Eso mismo quedó demostrado en el acto de Caín, el primer discípulo del diablo, que de él aprendió la envidia y el homicidio, injusticias hermanas, que también Pablo puso juntas cuando dijo: Llenos de envidia y homicidio. ¿Qué fue lo que hizo entonces? Vio la honra de parte de Dios, se encendió de celos y mató al que había sido honrado para herir al que lo honró. Incapaz de luchar contra Dios, cometió el fratricidio.

            Huyamos, hermanos, de esta enfermedad, maestra en estar contra Dios, madre del homicidio, oprobio de la naturaleza, desconocedora de la amistad y la más irracional de las desgracias. ¿Qué te entristece, hombre, si nada terrible has padecido? ¿Por qué haces la guerra al que tiene ciertos bienes, si no disminuye en nada los tuyos? Y si, gozando tú de bienes, estás irritado, ¿no envidias abiertamente tu misma comodidad?

            Así era Saúl, quien hizo de los abundantes beneficios ocasión de guerra contra David. Pues, en primer lugar, tras haberse liberado de su mal por aquella música armónica y celestial, intentó atravesar con su lanza al bienhechor. Después, tras haber sido salvado de los enemigos junto con su ejército y librado de la humillación de Goliat, sin embargo, puesto que, en los cantos epinicios las danzarinas atribuyeron a David diez veces más la causa de los triunfos: ¡David hirió a diez mil y Saúl a mil!, por esta sola frase y por el testimonio prestado por la verdad misma, intentó matarlo, primero con sus propias manos y con emboscadas; después, tras haberlo puesto en fuga, ni aún así depuso su enemistad, sino que finalmente, enviando contra él una expedición de tres mil hombres escogidos, rastreó el desierto. Si se le hubiera preguntado por el pretexto de esa guerra, habría mencionado sin duda las buenas acciones de aquel hombre. Sorprendido mientras dormía, al tiempo que se llevaba a cabo la persecución, expuesto fácilmente al enemigo para su muerte, de nuevo fue salvado por el justo [David], que se guardó de poner las manos sobre él; y ni por ese beneficio se doblegó, sino que de nuevo reunió [Saúl] un ejército y otra vez lo persiguió, hasta que fue sorprendido por segunda vez en una cueva; así pudo convencerse de que la virtud de David era más ilustre y su propia maldad más evidente.
 
           La envidia es un género de odio indomable, pues a otro tipo de adversarios los beneficios los hacen más dóciles, mientras que al envidioso y malvado, el recibir un bien lo irrita más; cuantos más beneficios recibe, más se indigna, se aflige y se disgusta. En efecto, es mayor el agravio por el poder del bienhechor que el agradecimiento por los bienes recibidos. ¿A qué fiera no superan en la aspereza de sus costumbres? ¿A qué criatura no superan en crueldad? Los perros se vuelven mansos, si se les alimenta; los leones se amansan, si se les cuida; pero los envidiosos se exasperan más con los favores".

1 comentario:

  1. Buenos días Padre.

    Le ruego nos comente algo sobre la Comunión Espiritual. Agradecido.
    Abrazos fraternos.

    ResponderEliminar