viernes, 13 de marzo de 2020

El santo, imagen de madurez humana







“Todo lo que es noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta” (Flp 4,8).  

“Hasta que lleguemos... al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4,13).

“[Los santos] son modelos de la humanidad renovada por el amor divino... Los santos nos muestran el camino del Reino de los cielos, la senda del evangelio acogida de forma radical, mientras sostienen al mismo tiempo nuestra serena certeza de que toda realidad cristiana halla en Cristo su perfección y de que, gracias a Él, el universo quedará entregado a Dios Padre plenamente renovado y reconciliado en el amor” (JUAN PABLO II, Homilía en la canonización de varios beatos, 21-11-1999).

“El verdadero progreso tiende hacia Cristo, hacia aquella plena unión con Él, la santidad, que es también perfección humana” (JUAN PABLO II, Discurso al Congreso Internacional UNIV’2000, 17-abril-2000).




“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

                Esta es la pregunta que todo hombre debe responder al mismo Cristo. ¿Quién es Cristo para cada uno de nosotros, o acaso, solamente, conocemos a Cristo, de oídas, de lejos, por lo que nos han contado, pero no hemos querido tener trato con Él? 

¿Hemos omitido nuestra experiencia personal del propio Cristo, sustrayéndonos a su influjo, para quedarnos con algo memorizado pero integrado ni experimentado?

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

                En la respuesta a esa pregunta va el sentido y la orientación de nuestra vida, no sólo de la vida cristiana, sino de toda vida humana. Hemos sido creados por el Señor para el Señor, creados por Amor; y creados por Dios en la persona de Cristo para ser imagen de Cristo, o, lo que es lo mismo, para vivir en santidad. La plenitud, el culmen, la perfección, de toda vida humana es la Persona de Jesucristo. 



No es que seamos primero personas, donde vamos según nuestros criterios, o haciendo las cosas desde el punto de vista ético solamente, “ser buenas personas” y eso sería suficiente, y ser cristiano como un añadido, primero ser persona, luego ser cristiano, que consistirá según ese planteamiento, en realizar tres prácticas de piedad y poco más, sino que la verdadera personalidad desarrollada es la persona del cristiano que responde a Cristo: “Tú eres el Hijo de Dios”; la verdadera persona es quien se deja llenar por ese amor de Cristo y le entrega su vida. 

No es un añadido el ser cristiano, es la revelación plena, porque Cristo “revela el hombre al hombre”, dice el Concilio Vaticano II (GS 22; Redemptor hominis, 10). 

Así los santos, que son nuestros hermanos, los mejores hijos de la Iglesia, son los mejores frutos de la humanidad, por su entrega a Dios y por su entrega a los demás, por su mística de unión con Cristo. 

Los santos son personajes, tipos humanos que diría la psicología, plenamente desarrollados. Por tanto, mirar a un santo, no es encontrar a alguien que fue buena persona primero y que luego lo cubrió con un barniz cristiano, y que daba igual si ese barniz era cristiano de otra religión. 

Nos encontramos a un hombre que se ha desarrollado como hombre en plenitud, precisamente por ser cristiano. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

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