miércoles, 18 de marzo de 2020

La envidia (Predicación de S. Basilio - III)

Dos ejemplos de las Escrituras nos ilustran bien, según predica S. Basilio, sobre la envidia. Por una parte, lo sucedido al predilecto de Jacob, su hijo José, y la envidia de sus hermanos. Por otra parte, la envidia que se vuelca sobre el mismo Cristo.

Las descripciones y análisis que hace san Basilio son agudos, perspicaces, desenmascarando la envidia, siempre disfrazada de justicia, siempre hipócrita, reticente al bien.





 En la medida de lo posible, hemos de preservarnos apartándonos del envidioso, pues éste envidiará siempre a los cercanos y, probablemente, a los que está unidos por razón de amistad o familiaridad.




           " n. 4. ¿Qué hizo esclavo al generoso José? ¿No fue la envidia de sus hermanos? En este caso es digna de admirar la sinrazón de este mal, pues, por temor al resultado de sus sueños, hicieron esclavo a su hermano, como si un esclavo nunca pudiera llegar a ser respetado. Sin embargo, si sus sueños eran verdaderos, ¿qué artificio impediría que sucediera completamente lo predicho? Y si eran falsas las visiones de sus sueños, ¿en concepto de qué envidiáis al que se equivoca? Mas lo cierto es que, por disposición de Dios, su argucia se volvió contra ellos, pues a través de los mismos medios con que creyeron impedir la predicción, prepararon claramente el camino de su cumplimiento.

            En efecto, si no hubiera sido vendido, no habría ido a Egipto, ni habría sido acosado debido a su virtud por los deseos de una mujer intemperante, ni habría sido metido en la cárcel, ni se habría hecho amigo de los criados del faraón, ni habría interpretado sus sueños, gracias a lo cual recibió el gobierno de Egipto y fue reverenciado por sus propios hermanos, que acudieron a él debido a la carencia de trigo.


            Traslada tu pensamiento al caso de la mayor envidia, consistente en cosas de grandísima importancia: la que tuvo lugar contra el Salvador por la locura de los judíos. ¿Por qué era envidiado? Por los milagros. Y ¿qué hechos milagrosos eran esos? La salvación de los que la requerían; alimentaba a los hambrientos y el que los alimentaba era hostilizado; resucitaba a los muertos, y el que daba la vida era envidado, expulsaba a los demonios, y el que mandaba en ellos era acechado; los leprosos quedaban limpios, los cojos caminaban, los sordos oían, los ciegos recuperaban la vista, y el Bienhechor era ahuyentado. Finalmente, entregaron a la muerte al que prodigaba la vida, azotaron al libertador de los hombres y condenaron al Juez del universo.

            Hasta tal grado lo impregnó todo el mal de la envidia. Y con esta sola arma, comenzando desde la creación del mundo hasta el fin de los tiempos, el diablo, destructor de nuestra vida, el que goza con nuestra perdición, el que cayó por la envidia, a todos nos hiere y abate, precipitándonos con él por el mismo mal. Sabio era, en verdad, el que no permitía ni comer con un envidioso, refiriéndose con el trato en la comida a cualquier relación en general en la vida; porque del mismo modo que hemos de cuidar de colocar la materia combustible lo más lejos posible del fuego, así también es necesario, en la medida que podamos, sustraer la amistad de la compañía de los envidiosos, situándonos fuera del alcance de la envidia.
    
        En efecto, no es posible caer en las redes de la envidia de otra forma, si no es aproximándonos a ella por medio de la familiaridad, ya que según el proverbio de Salomón: La envidia le llega al hombre de su compañero. Y así es ciertamente. No envidia el escita al egipcio, sino cada uno a su compatriota, y, entre sus compatriotas, no envidia a los que no conoce, sino a los que más trata, y entre los que más trata, a sus vecinos, a sus colegas y a los que de alguna manera conviven con él. Y, a su vez, entre éstos, a los de su edad, a sus parientes y hermanos. En una palabra, como el añublo es enfermedad propia del trigo, así la envidia es enfermedad de la amistad…

            Así, lo mismo que las saetas lanzadas con fuerza, cuando dan contra algo sólido y rígido, rebotan contra el que las arrojó, así también los impulsos de la envidia no hieren al envidiado, sino que originan heridas para el propio envidioso. Pues, ¿quién por afligirse disminuyó en algo los bienes del prójimo?..."

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