jueves, 26 de marzo de 2020

El sentido de los contemplativos en su clausura

La vida contemplativa en la Iglesia merece un lugar de honor y el reconocimiento afectuoso del pueblo cristiano. Y es que su función, invisible, riega la tierra de Dios con fuentes de agua viva. Desde la clausura del monasterio, alientan la vida de la Iglesia.



Es un vivir expropiados, saliendo de sí para salir al encuentro de Cristo, viviendo del amor de la Iglesia, siendo fragancia que todo lo envuelve, todo lo penetra, llenando la casa de Dios del buen olor de Cristo. El nivel de exigencia, lo que la Iglesia espera, es mucho y elevado, pero, siendo fieles a la gracia de Dios, es posible realizarlo:
 

            Los institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus miembros vacan sólo a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y generosa penitencia, mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función, por mucho que urja la necesidad del apostolado activo. Ofrecen, en efecto, a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al pueblo de Dios con ubérrimos frutos de santidad, lo mueven con su ejemplo y lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica (PC 7).




Señala Von Balthasar, a cuya teología constantemente acudimos como a una fuente saludable, algunas claves de esta vida escondida:


exclusividad del estado en Dios y apertura al mundo son, como la madre [Virgen María] pone de manifiesto, conceptos complementarios. Ora esa apertura se presente como un envío visible como el de los apóstoles o de los miembros de órdenes religiosas activas, ora se presente en la inundación invisiblemente eficaz de la contemplación, la ley sigue siendo la misma en ambos casos. A veces, como en el caso de Santa Teresita del Niño Jesús, la interior fuerza de irradiación de la contemplación puede llegar a hacerse visible en el mundo, hasta el punto que ella fue proclamada patrona de las misiones; pero, en la mayoría de los casos, esa fuerza permanece oculta o, a lo sumo, los creyentes llegan a intuirla sólo en pequeñas dosis. La unidad en el envío de la madre entre este estar exclusivo en Dios y fertilidad de ese estar para el mundo es para toda la Iglesia garantía de que una fertilidad del apostolado interior y externo nunca se debe buscar en una “aproximación al espíritu de este mundo” (Rm 12,2) sino tan sólo en el radicalismo del estar en Dios. Todos los métodos de maniatar al mundo a fin de ganarlo para Cristo permanecen subordinados a este primer principio”[1].

  
 ¡Qué claro lo tenía Santa Teresa para sus conventos! ¡Abarcaba el mundo entero, preocupada y palpitando su corazón por el bien de la Iglesia, por la fecundidad de la vida de la Iglesia! Unos pocos textos de esta insigne Doctora de la Iglesia servirán para comprender su eclesialidad: 


“Que se ocupen siempre en suplicar a Dios favorezca a los que trabajan por la Iglesia”[2], “rogar siempre a Dios que vaya adelante... el aumento de la Iglesia Católica”[3], “vuestra oración ha de ser para provecho de las almas”[4]

Tras la visita de un fraile franciscano, misionero en la recién descubierta América, Teresa de Jesús descubre la universalidad de su oración y el beneficio pleno de la ofrenda de su vida -y de sus monjas-, descubre lo específico de un apostolado contemplativo, el carisma y la misión de la vida en clausura que abarca a todo el mundo, a toda la Iglesia, a todas las almas: “eran los deseos grandes de ser parte para que algún alma se llegase más a Dios”[5]

Su interés como educadora y maestra de sus monjas queda ya marcado como carisma para sus hijas: “siempre procuraba con las hermanas... se aficionasen al bien de las almas”[6]

Todo esto, tan teresiano, es extensible a toda vida contemplativa, a todo monasterio y convento en la ciudad secular. Viven apostólicamente porque se han expropiado de sí y se han dado por completo al Señor por la Iglesia. 


[1] VON BALTHASAR, Estados de vida del cristiano, pág. 152.

[2] Relaciones 1,2.

[3] IV Moradas, 1,7.

[4] C 20,3.

[5] F 2,3.

[6] F 1,6.

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