Como
la liturgia es sagrada, es ejercicio del Sacerdocio de Cristo, culto público e
íntegro del Cristo total, Cabeza y Cuerpo, se debe respetar profundamente la
liturgia, celebrarla con reverencia y dignidad, atenerse a sus normas sin
añadidos ni omisiones, vivirla con devoción, espíritu de fe y contemplación.
Urge, pues, corregir tantas desviaciones y abusos (grandes o pequeños),
potenciar un verdadero “ars celebrandi” y empeñarse a conciencia en una
formación litúrgica que sea espiritual.
Tanto
para los ministros como para los fieles, la educación litúrgica se muestra
necesaria y sin embargo bastante ausente. La sucesión de tiempos litúrgicos,
los polos celebrativos (altar, sede, ambón, etc.), los signos y gestos de la
liturgia, el canto que sea de veras litúrgico, etc., no pueden darse por cosas
sabidas, sino explicadas de modo reiterado en distintos momentos (homilías,
predicaciones, retiros, pláticas, catequesis de adultos, catequesis
pre-sacramentales) ya que sólo conociendo el sentido del universo simbólico de
la liturgia se podrá vivirla convenientemente; entendiendo lo que es la
liturgia y el porqué de cada elemento, se evitará que cualquiera lo cambie, lo
omita, o introduzca sus personales creatividades.
Esta
formación litúrgica, siempre impregnada de espiritualidad (porque conduce a
vivir y dejarse transformar por la liturgia misma), abarca la inteligencia y el
corazón, por lo que es profundamente educativa: “sólo una formación permanente
del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad y una
participación que es más que una actividad exterior, que es un entrar de la
persona, de mi ser, en la comunión de la Iglesia, y así en la comunión con Cristo”
(Benedicto XVI, Disc. encuentro con el clero de Roma, 14-febrero-2013).
Junto
a los elementos que antes señalábamos (tiempos litúrgicos, polos celebrativos,
signos y gestos…), hay que incluir otros elementos que inciden hondamente en la
vivencia y participación de la liturgia: experiencia del silencio, redescubrimiento
de lo sagrado, gusto por la oración, equilibrio entre lo personal y lo
comunitario, la Iglesia,
misterio y mediación. Así se conduce a descubrir la liturgia y gozarla como
tiempo de silencio, reflexión y oración; momento de escucha del Señor (no de
nosotros mismos ni de los demás): es enseñar a vivir espiritualmente la
liturgia.
La
tarea educativa es lenta y paciente, casi se puede afirmar que la pasión
educativa en el campo de la acción litúrgica está empezando; reconozcamos
humildemente que la liturgia se ha reformado, pero no se ha aumentado la
espiritualidad ni el modo espiritual de vivir y de estar en la liturgia con el
Señor.
El
reto pastoral hoy, atendiendo al bien del pueblo cristiano que asiste a la
liturgia, es incidir en la formación litúrgica y buscar cauces y modos
concretos de ofrecerla a todos lo más ampliamente posible. “Una formación litúrgica
integral exige no sólo entender los ritos, sino también celebrarlos de tal modo
que sean profesión de fe y fuente de vida eterna, pues no se trata sólo de
pensar a Dios, sino de hacerlo presente hoy, experimentando su amor redentor.
Para la Iglesia,
que vive de la Liturgia,
ha sido siempre esencial mostrar el verdadero sentido litúrgico… Se pudiera
decir que la cuestión de la formación litúrgica se concreta en dos grandes
campos: uno, el análisis de la doctrina contenido en los textos y gestos
litúrgicos, en orden a advertir si reflejan con verdad la fe de la Iglesia y, otro, el
aprendizaje de la participación litúrgica, que no es sólo exterior, sino
también interior” (FERNÁNDEZ, P., La
sagrada liturgia, 221).
Ayudará
mucho a vivir la liturgia espiritualmente, y a sumergirse en ella como escuela
del más puro cristianismo, si se presta atención a los textos litúrgicos. Por
una parte, ya lo sabemos, recitarlos bien, pausadamente y con unción; por otra,
que los textos litúrgicos sean objeto de comentario, predicación y reflexión.
Por ejemplo, la espiritualidad del Adviento, en un retiro, puede ser glosar y
meditar los prefacios de ese tiempo; o una catequesis sobre la Eucaristía puede partir
de una o varias plegarias eucarísticas; o una plática sobre la Pascua contando con las
oraciones colectas; o una catequesis sacramental sobre el bautismo tomando pie
de la gran plegaria de bendición del agua bautismal; o charlas cuaresmales y
predicaciones desarrollando mistagógicamente las oraciones y ritos del Triduo
pascual.
Hemos
de convencernos: educar para la liturgia es educar el paladar para saborear los
textos, oraciones, prefacios y plegarias de la liturgia. Sin esto, la liturgia
carece de sabor, hondura y espiritualidad. “Es preciso llegar a un conocimiento
inteligente y a una contemplación sapiencial de las plegarias y ritos
litúrgicos, mediante una interiorización de sus verdaderos contenidos, no sólo
en orden a un conocimiento teórico, sino sobre todo a obtener una celebración
plenamente fructuosa” (FERNÁNDEZ, P., La
sagrada liturgia, 92).
Finalmente,
educar para la liturgia será enseñar, por todos los medios posibles, también
por medio de una buena y verdadera celebración, cómo la auténtica
participación, la más alta posible, es interior; más que intervenir o
desempeñar un servicio litúrgico, participar interiormente es unirse en
comunión de vida con Jesucristo y ofrecerse con Él al Padre. Es presentar la
ofrenda de la propia vida uniéndose al Sacrificio del Redentor y así,
participar va transformando a la persona, incide en su vida, cambia nuestro
hombre viejo en el Hombre nuevo, Cristo Jesús. La verdadera participación
interior toca en lo más profundo a la persona y la va “cristificando”.
Todos
estos sentidos se contienen en el término “participación interior” y es en esto
donde se debe ahondar pastoralmente para educar en el sentido de la liturgia y
su sacralidad. Es, simplemente, recuperar la primacía de lo espiritual, en vez
del “activismo” de la misma liturgia. “La actuosa
participatio, una de las frases mágicas de la constitución litúrgica, se ha
entendido a veces, al parecer, en el sentido de que todos los presentes
tuvieran que hacer algo durante la celebración litúrgica, no sólo algo exterior
captable por los sentidos, sino como si se tratara de una acción común. Sin
embargo, el escuchar devotamente la palabra de Dios es una verdadera
participación activa y el silencio es otro modo de participar activamente en la
liturgia. Además, ¿acaso la conmoción espiritual a causa de la celebración no
es una profunda participación en los verdaderos frutos espirituales de la
liturgia? En fin, después del concilio se ha puesto en práctica un estilo de
celebrar, que no ha sabido comunicar vida espiritual, ni siquiera bienestar
psicológico permanente. En consecuencia, para no quedarnos en una fiesta
efímera, es preciso celebrar la sagrada liturgia como un acontecimiento
espiritual, incluso sacramental, pues sólo en ese nivel es donde se advierte su
valor y sentido” (FERNÁNDEZ, P., La
sagrada liturgia, 204).
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