domingo, 24 de abril de 2022

Educar para la sacralidad - (10)



            Como la liturgia es sagrada, es ejercicio del Sacerdocio de Cristo, culto público e íntegro del Cristo total, Cabeza y Cuerpo, se debe respetar profundamente la liturgia, celebrarla con reverencia y dignidad, atenerse a sus normas sin añadidos ni omisiones, vivirla con devoción, espíritu de fe y contemplación. Urge, pues, corregir tantas desviaciones y abusos (grandes o pequeños), potenciar un verdadero “ars celebrandi” y empeñarse a conciencia en una formación litúrgica que sea espiritual.




            Tanto para los ministros como para los fieles, la educación litúrgica se muestra necesaria y sin embargo bastante ausente. La sucesión de tiempos litúrgicos, los polos celebrativos (altar, sede, ambón, etc.), los signos y gestos de la liturgia, el canto que sea de veras litúrgico, etc., no pueden darse por cosas sabidas, sino explicadas de modo reiterado en distintos momentos (homilías, predicaciones, retiros, pláticas, catequesis de adultos, catequesis pre-sacramentales) ya que sólo conociendo el sentido del universo simbólico de la liturgia se podrá vivirla convenientemente; entendiendo lo que es la liturgia y el porqué de cada elemento, se evitará que cualquiera lo cambie, lo omita, o introduzca sus personales creatividades.

            Esta formación litúrgica, siempre impregnada de espiritualidad (porque conduce a vivir y dejarse transformar por la liturgia misma), abarca la inteligencia y el corazón, por lo que es profundamente educativa: “sólo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad y una participación que es más que una actividad exterior, que es un entrar de la persona, de mi ser, en la comunión de la Iglesia, y así en la comunión con Cristo” (Benedicto XVI, Disc. encuentro con el clero de Roma, 14-febrero-2013).
 

            Junto a los elementos que antes señalábamos (tiempos litúrgicos, polos celebrativos, signos y gestos…), hay que incluir otros elementos que inciden hondamente en la vivencia y participación de la liturgia: experiencia del silencio, redescubrimiento de lo sagrado, gusto por la oración, equilibrio entre lo personal y lo comunitario, la Iglesia, misterio y mediación. Así se conduce a descubrir la liturgia y gozarla como tiempo de silencio, reflexión y oración; momento de escucha del Señor (no de nosotros mismos ni de los demás): es enseñar a vivir espiritualmente la liturgia.

            La tarea educativa es lenta y paciente, casi se puede afirmar que la pasión educativa en el campo de la acción litúrgica está empezando; reconozcamos humildemente que la liturgia se ha reformado, pero no se ha aumentado la espiritualidad ni el modo espiritual de vivir y de estar en la liturgia con el Señor.




            El reto pastoral hoy, atendiendo al bien del pueblo cristiano que asiste a la liturgia, es incidir en la formación litúrgica y buscar cauces y modos concretos de ofrecerla a todos lo más ampliamente posible. “Una formación litúrgica integral exige no sólo entender los ritos, sino también celebrarlos de tal modo que sean profesión de fe y fuente de vida eterna, pues no se trata sólo de pensar a Dios, sino de hacerlo presente hoy, experimentando su amor redentor. Para la Iglesia, que vive de la Liturgia, ha sido siempre esencial mostrar el verdadero sentido litúrgico… Se pudiera decir que la cuestión de la formación litúrgica se concreta en dos grandes campos: uno, el análisis de la doctrina contenido en los textos y gestos litúrgicos, en orden a advertir si reflejan con verdad la fe de la Iglesia y, otro, el aprendizaje de la participación litúrgica, que no es sólo exterior, sino también interior” (FERNÁNDEZ, P., La sagrada liturgia, 221).

            Ayudará mucho a vivir la liturgia espiritualmente, y a sumergirse en ella como escuela del más puro cristianismo, si se presta atención a los textos litúrgicos. Por una parte, ya lo sabemos, recitarlos bien, pausadamente y con unción; por otra, que los textos litúrgicos sean objeto de comentario, predicación y reflexión. Por ejemplo, la espiritualidad del Adviento, en un retiro, puede ser glosar y meditar los prefacios de ese tiempo; o una catequesis sobre la Eucaristía puede partir de una o varias plegarias eucarísticas; o una plática sobre la Pascua contando con las oraciones colectas; o una catequesis sacramental sobre el bautismo tomando pie de la gran plegaria de bendición del agua bautismal; o charlas cuaresmales y predicaciones desarrollando mistagógicamente las oraciones y ritos del Triduo pascual.

            Hemos de convencernos: educar para la liturgia es educar el paladar para saborear los textos, oraciones, prefacios y plegarias de la liturgia. Sin esto, la liturgia carece de sabor, hondura y espiritualidad. “Es preciso llegar a un conocimiento inteligente y a una contemplación sapiencial de las plegarias y ritos litúrgicos, mediante una interiorización de sus verdaderos contenidos, no sólo en orden a un conocimiento teórico, sino sobre todo a obtener una celebración plenamente fructuosa” (FERNÁNDEZ, P., La sagrada liturgia, 92).

            Finalmente, educar para la liturgia será enseñar, por todos los medios posibles, también por medio de una buena y verdadera celebración, cómo la auténtica participación, la más alta posible, es interior; más que intervenir o desempeñar un servicio litúrgico, participar interiormente es unirse en comunión de vida con Jesucristo y ofrecerse con Él al Padre. Es presentar la ofrenda de la propia vida uniéndose al Sacrificio del Redentor y así, participar va transformando a la persona, incide en su vida, cambia nuestro hombre viejo en el Hombre nuevo, Cristo Jesús. La verdadera participación interior toca en lo más profundo a la persona y la va “cristificando”.

            Todos estos sentidos se contienen en el término “participación interior” y es en esto donde se debe ahondar pastoralmente para educar en el sentido de la liturgia y su sacralidad. Es, simplemente, recuperar la primacía de lo espiritual, en vez del “activismo” de la misma liturgia. “La actuosa participatio, una de las frases mágicas de la constitución litúrgica, se ha entendido a veces, al parecer, en el sentido de que todos los presentes tuvieran que hacer algo durante la celebración litúrgica, no sólo algo exterior captable por los sentidos, sino como si se tratara de una acción común. Sin embargo, el escuchar devotamente la palabra de Dios es una verdadera participación activa y el silencio es otro modo de participar activamente en la liturgia. Además, ¿acaso la conmoción espiritual a causa de la celebración no es una profunda participación en los verdaderos frutos espirituales de la liturgia? En fin, después del concilio se ha puesto en práctica un estilo de celebrar, que no ha sabido comunicar vida espiritual, ni siquiera bienestar psicológico permanente. En consecuencia, para no quedarnos en una fiesta efímera, es preciso celebrar la sagrada liturgia como un acontecimiento espiritual, incluso sacramental, pues sólo en ese nivel es donde se advierte su valor y sentido” (FERNÁNDEZ, P., La sagrada liturgia, 204).

           

No hay comentarios:

Publicar un comentario