La fe y la cultura se reclaman mutuamente, como en muchas otras ocasiones hemos visto. Siguen estas relaciones las pautas que hallamos en Cristo, es que el Logos, el Verbo encarnado en nuestra vida, historia y cultura para redimirlas y salvarlas, elevándolas, divinizándolas.
Fe y cultura, que es otro modo de decir, en el fondo, fe y razón, se relacionan y se necesitan. Pero, ¿cómo concretarlo o señalar terrenos concretos? Mons. Fernando Sebastián en "Evangelizar" (Encuentro, Madrid 2010, pp. 146-147) ofrece unas reflexiones concretas.
La cultura puede proporcionarle a la fe, y por tanto, a la vida del católico que se inserta en el mundo y vive su fe en el mundo:
-crítica de expresiones imperfectas o deficientes; perfeccionamiento de formulaciones o prácticas deficientes de la fe y de la caridad;
-ocasión y necesidad de explicitar contenidos nuevos de las afirmaciones de fe y de los preceptos morales ante afirmaciones o posibilidades nuevas que la cultura plantea a la conciencia cristiana;
-medios y posibilidades nuevas para ofrecer y anunciar la fe, por ejemplo, televisión... y este medio, Internet, rápido, global, aunque con sus límites;
-formas nuevas de expresar artísticamente las realidades de la fe, sin detenerse en ningún modelo estético o etapa histórica, sino mirando a la sensibilidad de hoy, a sus nuevas creaciones artísticas si son bellas y verdaderas;
-situaciones nuevas donde ejercer la caridad sobrenatural, porque nuevos campos, nuevas posibilidades, nuevos ámbitos se van abriendo.
Pero a su vez, la fe ofrece a la cultura un gran servicio, casi incalculable aunque menospreciado, y los católicos conscientes de ello, con sólida formación doctrinal y vida interior, deben asumir estos retos. Lo que la fe ofrece a la cultura es:
-la fe proporciona a la cultura la posibilidad de lograr una visión global y unitaria de la realidad, sin deformaciones ni falsas sacralizaciones; o, lo que es lo mismo, la fe destruye los ídolos y cura la cultura de la tendencia del hombre a la idolización de sí mismo, de sus deseos y de sus obras;
-la fe libera al hombre para la creatividad universal e ilimitada, sin temores ni tabúes. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios. Probadlo todo y quedaos con lo bueno. La fe confirma la realeza del hombre sobre el mundo;
-la fe libera la razón y suscita un proceso de desarrollo que tendría que favorecer el reconocimiento de la grandeza de Dios y la aceptación de su Reino. La fe crea la historia como proceso siempre abierto para la realización integral del hombre y de todo lo humano;
-la fe realza la centralidad de la persona como agente y fin inmediato de la cultura; en consecuencia, en virtud del mandato del amor fraterno, humaniza la cultura y la pone al servicio integral "de todos los hombres y de todo el hombre";
-la fe abre las culturas a un proceso ilimitado de revisión y perfeccionamiento que les permite subsistir y mantenerse a lo largo de la historia como culturas siempre abiertas, con una capacidad ilimitada de renovación y crecimiento, asimilando coherentemente nuevos conocimientos y nuevas posibilidades de acción y de vida;
-la fe, gracias a este proceso de revisión y humanización, universaliza las culturas, las acerca entre sí, destaca los elementos comunes y acentúa las afinidades entre las diversas culturas, facilitando la comunicación entre los hombres y estimulando el proceso de acercamiento y enriquecimiento mutuo de los pueblos y naciones;
-la fe adelante la plenitud de los últimos tiempos a cualquier época de la historia, por primitiva que sea; hace crecer maravillas de humanidad junto a situaciones precarias y hasta inhumanas, porque crea una cultura de la caridad y porque eleva la cultura también de los más pobres y débiles;
-la fe pone a las culturas en "situación escatológica", conscientes de su limitación, capaces de regenerarse continuamente, dentro de su movimiento de comunicación y universalización, que se acerca a la unidad última y general del género humano.
Concluye Fernando Sebastián: "Dentro del dinamismo propio de una cultura evangelizada, la razón purifica constantemente las expresiones de la fe, le exige nuevos pronunciamientos, nuevas actuaciones; por su parte, la fe sitúa a la razón en su propio ámbito, la hace consciente de sus limitaciones, la eleva a gustar y expresar la verdad y el bien más allá de lo que ella sola podría alcanzar" (Ibíd., p. 148).
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